30 de agosto de 2007

Los días persiguiéndose: El Tireless (30/08/2007)

Yo fui a aquello del Tireless, que parecía una borrachera de balleneros, el asalto a una carnicería, la caza de un gigante, no sé, esas cosas que monta el pueblo, ruidosas, festivas, enfurecidas o inútiles, igual la venganza contra una montaña que el manteo de un santo. Con aquella manifa me hice una crónica llena de ponchos y piratas, de alcaldes crupieres y vendedores de cucuruchos, y creo recordar que lo que menos salía era el Tireless, al que nadie veía, pero lo sentían como una bomba pegada al culo, como una momia radiactiva en su sarcófago o un tentáculo que podía salir en cualquier momento del agua para arrastrarnos por la pierna igual que un cocodrilo. El submarino no se veía, pero allí estaba presente en vibraciones o vaivenes, como un péndulo sumergido, y recuerdo ese miedo de la gente a lo invisible, que les dejaba una mirada como de buscar un mosquito. Y es que hay cosas que dan miedo de lejos igual que una percha por la noche o un hacha colgada, y los barcos con un costado hundido y el veneno que llega sin avisar de su olor son de esta clase de miedo. Por eso triunfó el Tireless, que era sobre todo una escultura del miedo, con la forma quieta de su campana, que todas las campanas en silencio amenazan. El Tireless triunfó como miedo, como ogro y como convocatoria de una aldea contra un imperio, aunque al final sólo fuera tarea de soldadores.

Cuando vemos que en el Estrecho los buques chocan sus esqueletos y el dinero mundial defeca en el agua la basura que come, Juan Carlos Juárez, alcalde de La Línea, echa de menos los autobuses y los bocadillos, o sea aquel jaleo subvencionado políticamente contra el Tireless, contra la simbología de sus cañones o de sus átomos dibujados según Rutherford, contra la derechona o contra los gobiernos con la religión de lo militar, que hacían entre todos un confuso enemigo, que es lo que más aprecia el gentío. Juárez, fichaje gilista convertido al PP, nunca me dio buena impresión, y menos desde que me amenazó severamente con hablar con mi director por haber escrito yo que parecía un médico que juega al tenis o alguna cosa así. Pero tiene razón en parte, aunque al tenerla se equivoca en lo mismo que los otros. Contra Aznar, que acabó en monja sargento, se movilizaron por el Tireless o por el Prestige afilando todas las hogueras y bieldos. Ahora, las catástrofes siguen ocurriendo y la incompetencia ha cambiado de bando. Tiene razón porque el mar continúa mal fregado y el Estrecho está peligroso y lleno de ratoneras, con Gibraltar como un mal farero. Pero se equivoca porque en conducir a la gente contra obeliscos del miedo siempre hay mucho de maniobra interesada y de demagogia de domingo. Los océanos están llenos de bombas como de zapatos, los submarinos nucleares y otras ojivas de la muerte se cruzan todos los días con los trasatlánticos y nuestra comida cruda, pero sólo cuando les vemos el morro y las portezuelas parece que nos dan miedo, un miedo que yo también sentí, es cierto, aquella vez en ese barullo, llamado por sus negras chimeneas. Pero en realidad todo el suelo y todo el cielo son explosivos, porque la civilización ha hecho que funcionemos pedaleando en un misil, como ya retrató Kubrick. Por eso pienso que la gente y los políticos eligiendo un bicho adversario entre la abundante fauna del mar buscan otra cosa, la pedrada a un partido o una camiseta estampada. El Tireless daba miedo desde su nombre de tridente. Los barcos chatarreros parecen amenazar con el tétanos. Pero los políticos montando películas de terror para el personal nunca me gustan. No sé si saben que todo el planeta es radiactivo. La culpa será del Gobierno, que para eso está.

La muerte de Umbral

Trajino mal con los muertos. No he querido escribir sobre Umbral, cuando el periódico venía mojado de su muerte. Esta pequeña nota, que cuelgo aquí tarde y con dudas, es para dejar constancia de que no es un olvido ni un desprecio, sino un homenaje. Me levanté y escribí otras cosas del día, como manda a veces el oficio y como dejó dicho él mismo: "Lo que hago es desmarcarme cuando el tema está ahí muy mollar, y sé que van a ir todos por ahí...". La columna que aparecerá pronto aquí arriba no lo menciona, no tiene nada que ver con él, pero está llena de Umbral. Disculpen ustedes, pero es que yo no sé rozarme con los muertos ni hablarles como al padre, aunque lo fueran. Sólo le digo: adiós, maestro.

26 de agosto de 2007

Somos Zapping 26/08/2007

La rebaba de María. El micrófono le salía del clavel de la oreja como un esqueje, y eso demostraba definitivamente que todo el patatal que es ahora Canal Sur surge de la plantera que María del Monte cría en la cabeza, bodegón de tubérculos, alacena de lebrillos. Ya no sabemos si da grima o más bien pena, como en aquel dibujito animado que se llamaba El perro de Flandes, contemplar a esta mujer, que no sabe ni hablar ni presentar sin parecer que está blanqueando la fachada, arrastrar con los dientes y el moño toda la cacharrería de La Nuestra. Pero verla presentándose a ella misma, en el especial de sevillanas que nos tocó sufrir esta semana, fue ya el colmo patético y esquizofrénico de esa abundancia de su persona que hace rebosar la pantalla con una gruesa rebaba.

El corral del folclore. Olvidemos, si es posible, a María del Monte. Mi intención era más proponer una reflexión sobre el lugar que ocupa el folclore en la televisión andaluza. Y en este sentido, el especial Las sevillanas de tu vida, donde los invitados parecían salidos de la foto de familia de Los santos inocentes, fue más que otro programa de relleno: fue un ideario. El “deleznable género folclórico” que decía Fernando Fernán Gómez en Morena clara, no lo es tanto por un mero juicio estético como por su instrumentalización como forma de control y amodorramiento del pueblo. Lo peor no es ver a estos sevillanistas igual que manijeros narrar como cumbre de la creación artística el momento en el que surgió “la noche que me dio el tío del tambor”. Ni siquiera escucharles cantar, encendidos de felicidad y tradición, “que no sé leer, no me mandes papeles, que no sé leer...”. No, lo peor es la malvada intención que hay en alejar al pueblo de la gran cultura, del arte verdadero, que es lo que proporciona capacidad de juicio, amplitud de miras, espíritu crítico, perspectiva. Y esto se consigue con la glorificación de este folclore esmirriado, nulo artísticamente, pero que deja muy contenta a la plebe en su corral, en su alegría alpargatera, en la complacencia en su incultura (vean a Las Carlotas). Es mentira que eso sea Andalucía, porque Andalucía es también Manuel de Falla y es Juan Ramón Jiménez sin que les hagan especiales. Y es mentira que eso sea “pueblo”, porque nada hay más “pueblo” que la justa lucha por su prosperidad, y en esto la cultura es fundamental. Pero así nos quieren los que mandan, agachados en las zambras, sin aspirar a saber más, a ser más, a ver más lejos. Por eso nos emborrachan con el folclore y veo a Los Marismeños repetidos día tras día y la cara de tomate de María del Monte de nuevo emocionada ante un pseudoarte zarrapastroso. Esa intención de mantener a la gente en su ignorancia, en una cultura sin valor, haciéndole creer que así son más pueblo y más Andalucía; eso es lo verdaderamente traicionero y criminal. Y es en lo que más se afana Canal Sur.

Tirao en el sofá. Folclore y, cómo no, fútbol. Hay familias que sólo se alimentan de fútbol, cosa que agrada a los dueños de Andalucía casi tanto como lo que criticábamos antes. Por eso, Canal Sur, ahora que comienza la liga, les hace reportajes en sus casas, orientadas telúricamente hacia el televisor. Y allí, el zagalón aborricado decía esto: “Yo desde chico estoy viendo el furbo to los fines de semana, aquí tirao en el sofá sin hacé ná, es lo mejó, aquí tirao en el sofá con mi padre viendo el furbo, o con mis colegas en la peña...”. Ahora, que María del Monte presente también los goles de la jornada y seguiremos avanzando imparablemente hacia la felicidad.

Exportando. Vean los frutos de la Segunda Modernización, que ya nos hace exportar a los Estados Unidos nuestros más novedosos productos. ¿Ordenadores, biotecnología? No, qué va: gazpacho y salmorejo. Nos contaban en las noticias de Canal Sur que una franquicia sevillana de gazpacho se iba a instalar en Florida y con eso parecía que les adelantábamos en la carrera espacial y que además íbamos a salvar a todos los gordos de allí como misioneros de la magra sabiduría mediterránea. Menudo orgullo gazpachero.

23 de agosto de 2007

Los días persiguiéndose: Cultura de verano (23/08/2007)

El verano no se despega de los pies, como una alfombrilla de ducha. Entre culos como nueces y sangrías derramadas por el pelo, el cuerpo, la única columna que sostiene el cielo de agosto, ha acabado con todos sus rivales. La cabeza sirve para dormirse, los libros se asustan de los ventiladores y para leer están los muslos. La naturaleza se impone y es inútil resistirse a ella, por eso las universidades veraniegas parecen palacios de invierno que quieren atacarnos y sus conferenciantes, raros acordeonistas con abrigo. Es mal tiempo para la cultura, cuando las orquestas hiperbóreas sólo vienen a derretirse y los moros de la historia, a bañarse. Es mal tiempo para las reflexiones sesudas, que no pueden competir con las esculturas que hacen las niñas poniéndose o quitándose el pareo. Pero es ahora, cuando sólo los escuchan las fuentes y las bóvedas, que vienen profesores a dar las soluciones del mundo y las recetas de la vida. Leo que en los cursos de la UNIA un catedrático pide más música en la educación, pero el arte está enterrado por los políticos que quieren votantes analfabetos, consumidores ciegos y, si acaso, comerciales que ayuden a todo eso. Una sociedad formada, culta, crítica, cuestionando cada una de sus bobadas, es lo más peligroso que pueden imaginar. Ante el arte, sobre todo, que es el dibujo que ha ido haciendo el ser humano de su universalidad, recuperan su mezquino tamaño las pequeñas exaltaciones chovinistas, catetas, que representan el sostén sentimental de la política actual. Música, pedía Antonio Martín Moreno, gran música, el espíritu del hombre catedralizado en el aire, pero aquí quieren solamente los himnos de los soldados y el sonido de palitroques de cada región, glorificando a sus leñadores. En este verano de presidentes mochileros y medusas colombinas, leo también que José María Monzón, de la Universidad Fernando III, pide “educación en valores”, sin que se termine uno de enterar de a qué valores se refiere exactamente. Porque valores, cada cual tiene los suyos; lo difícil es encontrar aquéllos que permitan la convivencia en libertad y justicia de todos. Ahora, cuando la naturaleza se exhibe como un gran pez mitológico, cuando el cuerpo anda ocupado en su vendimia, es mala época para gritar en los palacios del pensamiento. Todo lo apaga, todo lo diluye el verano como una gran cubazo. El frío nos retirará a nuestras cabañas, pronto. Y entonces nos daremos cuenta de que no era el verano, sino que pensar es siempre la mayor pereza y que lo que pasaba en agosto era que algo, el mar o nuestra sed, iba tirando mágicamente de todos los hilos de la vida sin que hiciera falta más.

20 de agosto de 2007

Somos Zapping 20/08/2007

Déjà vu. O si lo prefieren, paramnesia, que suena a reportaje de Salud al día en vez de a agua de colonia. Pero no, seguramente no es mi memoria equivocándose de camino, sino que en Canal Sur todo es repetido. Veo una feria con la misma gala y el mismo Rafael Cremades que dice lo de siempre junto con la otra chica tan mona de todas las veces y el elenco de baratillo acostumbrado. Veo una corrida de toros y me parece que El Cordobés ya ha dicho eso miles de veces y que los narradores, que no tienen el estilo como pictórico de otras cadenas, sino otro bastante más baboso, exagerado y festivalero, ya me agobiaron otra tarde con su soniquete. Veo los viejitos de María del Monte y los niños empachosos de Juan y Medio y a Ismael Beiro dando saltitos. Veo con horror que vuelven a abrir el ropero de los muertos con su brillerío para otro homenaje, o el de siempre, a Rocío Jurado, pues vuelven a estar Falete vestido de Cleopatra y Rosario Mohedano con su oficio de desenterradora, y de nuevo María del Monte ahogada en mantones, y virgencitas en las pantallas gigantes y rosas putrefactas por las lágrimas. Ya mareado, incluso creo ver a Chaves presentando el informativo, pero no, esta vez sí es una mala pasada que me juegan los sentidos, y es que han puesto ahora un presentador que se le parece un poco, quizá para que no desfallezca en verano su presencia. Todo lo que aparece en Canal Sur ya lo he vivido, ya lo he sufrido. No puedo distinguir el directo del refrito, la novedad del moho. Y concluyo que es el mismo círculo y el mismo vahído en el que vive permanentemente Andalucía.

Valiente adivina. Teníamos a la bruja Lola, adivina que es su mismo loro, ante la que hasta Rappel parece investido de una seriedad babilónica. Hay que reconocer con tristeza que cuando a la hechicería se le suma el analfabetismo, lo que sale es tan puramente andaluz que por eso ha tenido tanto éxito televisivo esta mujer que va como con los ingredientes de sus pócimas derramados por la cabeza. Pero nada comparable a la telepitonisa que casi se achicharra en aquella emisora de Marbella, sorprendida por un incendio que sus poderes no supieron ver. Valiente adivina, como dice el chiste. Pero seguro que la siguen llamando. Somos la tierra de la superstición y yo diría que aquí se creen hasta a la princesa serbobosnia de Los Morancos, adivinando por sustos o cabezadas.

La Misión. Anda todo un pueblo enamoriscado de un cura, tal como se enamoran a veces de ellos oscuramente algunas mujeres igual que de su primo. Por ese amor desesperado, Albuñol sale en los informativos nacionales en una especie de barullo selvático, que es donde uno se imagina al cura. Sí, pienso en aquellos misioneros que no sólo llevaban la religión al pie de una cascada, sino que enseguida organizaban toda la vida del lugar, enseñaban a los niños, atendían la malaria, recolectaban la cosecha, ayudaban a levantar establos, fundían campanas, reunían un coro y representaban, pues, toda la civilización y su guía, algo así como Tintín en esa polémica aventura entre los negritos del Congo. Sin embargo, Albuñol no está en el Congo, sino en Granada, así que uno no acaba de entender todo ese primitivismo del pueblo que funciona gracias al cura, que se queda desamparado sin el cura, que tiene la felicidad y la salud pendiente del cura, tanto que las ovejas sin pastor están de revolución contra Dios mismo o sus burocracias. Quizá quieren a un cura bueno porque un cura malo viene también con un Dios malo que no salva o salva de peor gana. Quizá quieren a un cura bueno para que todo vaya mejor en las reuniones con el alcalde, el maestro y el médico, que no sé si Albuñol todavía funciona a través de esas entrañables “fuerzas vivas”. Incomprensible para mí, en todo caso, además de decepcionante, que haya lugares en Andalucía que aún funcionen como una misión junto al río, con el cura como única medicina, o que así lo parezcan delante de España entera.

16 de agosto de 2007

Los días persiguiéndose: La estupidez y el odio (16/08/2007)

Se ven venir en las llamas de sus banderas, erguidas como cobras; viven todavía en las superstición de la sangre y de la tierra, cercados por los mojones y lindes que dejaron allí dioses agropecuarios, los que hablaban la primera lengua de los ríos, los que guardaban la pureza de los cereales y las mozas. Es fácil reconocerlos, porque suelen hablar de los derechos de los pueblos, pero no de los de las personas. Son, en realidad, un caso freudiano. Para que un individuo se haga adulto, debe desarraigarse de la familia, y si no, se convierte en un tarado. Igualmente, una sociedad no se hace adulta hasta que reniega de ser tribu, y si no lo consigue, sufrirá el infantilismo social y político que es el nacionalismo, cualquier nacionalismo. Harán tanques con la cultura, trazarán divisiones entre buenos y malos ciudadanos según sus opiniones, clamarán contra el enemigo de la colina de enfrente (enemigo porque es simplemente El Otro, sin el que no pueden comprenderse ni definirse). Su sueño es la uniformidad, la pureza racial o ideológica, algo ya imposible. Usan el lugar de nacimiento como blasón, pero también como insulto, como hizo Joan Puig con Magdalena Álvarez. Y aún más, todo esto les sirve para perpetuarse como casta dirigente. Me dan un miedo terrible los nacionalismos.

He visto las pintadas racistas en la judería cordobesa: un alemán con faltas de ortografía, una estrella de cinco puntas (el signo por el que se reconocían los pitagóricos, el símbolo esotérico que representa nada menos que al ser humano...) que esos crueles imbéciles han confundido con el sello de Salomón, con la estrella de David, que tiene seis. Me resisto a unir la locura nazi con estos nacionalismos del Rh o de la pela, pero ahí está también su Volksgeist, el espíritu del pueblo como destino y, aún más grave, como sometimiento del individuo a una falsa grandeza colectiva y sincrónica. Me resisto por lo que ello significaría, pero a veces encajan espeluznantemente. Sí, los oiremos hablar de los derechos de los pueblos, pero los pueblos son todos mentira, sólo está el individuo en su libertad o en su esclavitud, y lo demás es folclore. El ser humano tiene el tamaño del mundo, aunque lo quieran negar estas pequeñas chozas sentimentales; estas hachas que hacen con la raza, el nacimiento, la historia de sus flautas. Me dan un miedo terrible los nacionalismos, que son la involución humana más peligrosa junto con el fanatismo religioso. Asesinan, exilian, marcan, vetan o glorifican evaluando la sangre, la largura de los apellidos, las opiniones. Ya los conocemos. He oído el insulto de haber nacido en un sitio u otro, he visto puntos de mira en los muros de Córdoba, en sus calles con sombras como juntadas por manos. Y me he estremecido de horror. Algo une siempre a todas las locuras humanas. La estupidez y el odio, quizá.

12 de agosto de 2007

Reportaje: Un paseo por la realidad (12/08/2007)

N. A.: Texto original completo del reportaje, que puede ser diferente al que aparece en la edición impresa del periódico

SANLÚCAR DE BARRAMEDA.- Antes que Zapatero como un heladero, antes que Aznar y Blair con su amistad tuareg, a Sanlúcar ya venían los señorones y las infantas, a bañarse con sus velos y mecedoras, a curarse en la leche del sol y a mezclar sus hijos transparentes con los chiquillos renegridos del lugar, pescadillas humanas, descalzos como arponeros. A Sanlúcar la llamaban la San Sebastián del sur y tenía la salud salvaje del cielo destapado y de la mano del agua como un pañuelo mojado. Sanlúcar aún es una vid que llega hasta el mar, una linfa salada que crece en el campo, una copa del cielo volcada para la fiesta de hombres y peces. Tierra y mar, jornaleros y pescadores, y el barro de todo eso estatuado ante Doñana, pubis del Guadalquivir, bronce de Tartessos vivo y comido por los pájaros, donde creció la naturaleza como un incendio verde. Aún es todo eso, balconada de tierra y mar donde el forastero ve el principio del mundo, la partida del sol, el pozo donde van a caer o a purificarse las estrellas sucias de su ciudad. Hay tierra en las manos de los hombres, olas en los ojos de las muchachas, aun en la era del ladrillo, de la velocidad y de lo feo.

Sanlúcar está acostumbrada a visitantes descendidos, imperiales, exploradores; a posar con postura de postal y a ofrecer bandejas donde pone todo su corazón salado. Sanlúcar tiene la hermosura de las pobres y la pobreza de su blancura, que es como una túnica para todo el año. Porque Sanlúcar es pobre o eso dicen los números que le cuentan desde fuera. En el informe económico anual de La Caixa, cuando no aparece como el pueblo más pobre de España mayor de cincuenta mil habitantes, roza ese deshonor. Pero en esos informes no aparece la chapuza, el chanchullo, la charanga, la listeza, la economía sumergida que tiene allí su latonería. El pueblo donde Zapatero salió a procesionar y rechazó una bandeja de langostinos como barnizados a mano por el sol, no es ni una favela ni la Milla de Oro con barcas de corcho y cielos de pintor. Sólo tiene el truco de la historia, la doblez del hambre, el dinero con trampa o el misterio de la felicidad. O es que ha terminado haciendo de su necesidad su virtud, su estandarte, su reclamo, su singularidad. Con el mercado del vino (su famosa manzanilla que sabe a mar purificado) atravesando una grave crisis, con la pesca moribunda como el planeta, con una industria inexistente, quedan los cuatro jornales y el desempleo, y un turismo como de reserva india, refugio de una pureza de otro tiempo, sin apenas infraestructuras (5 hoteles en la ciudad). No es el modelo de la Costa del Sol. No hay allí cementerios con ventanas en la playa, ni reyes moros con helicópteros como jaboneras. Sí hay urbanizaciones, chalés con columnas con cabezas de caballo, pero los levantan los forasteros, o sirven para distinguir el éxito de unos pocos profesionales y empresarios, o el orgullo decadente de los cuatro apellidos herederos de aquella amarga tiesura del señorito. Eso, o los trae el dinero sucio del hachís, el mismo que exhiben niñatos en el Paseo Marítimo haciendo derrapar coches de 5 millones con estética de carriola. No hay en Sanlúcar yates versallescos, sino un turismo de ver pasar motillos con serón y de masticar el aire como dicen por allí que hacen los camaleones. Pero ni aun así hay el café a 80 céntimos que soñó Zapatero.

Quizá los políticos están siempre a la distancia de un brazo de la realidad. Zapatero desembarcado en Sanlúcar movía a los bañistas y a los vendedores de pistachos, que querían tocarlo como se quiere rozar con los dedos una diadema. Ese mismo rozar sin asir del pueblo con el político quizá también sirve para describir el paseo del político por la realidad, por la gente en su bulto, por el peso y el precio desconocido de las cosas. Llegar, como hizo Zapatero, a Bajo de Guía desde Doñana es saltar desde el mar a su espejo. Bajo de Guía es ese sitio religioso donde hacen crucifijos con los mariscos y los animales del mar salen como la diosa Venus de las espumas de la desembocadura del Guadalquivir, para ser comidos con veneración y lujuria por peregrinos, creyentes, que los desarman en blancas eucaristías con el sol como el Espíritu Santo presidiendo.

En Bajo de Guía está Sanlúcar en su cristalería, destilada de sus males y carencias. Lo primero que ve Zapatero de Sanlúcar está concentrado en una perla, forrado en una cajita. Fiesta de los elementos, cielo estucado, mar que hipnotiza, placer que entra inevitablemente como arena en los ojos. En Casa Bigote, donde los bogavantes parecen almirantes de marina, Paco Bigote afirma sin dudar que “En Sanlúcar se vive muy bien”. “Aquí la gente gasta con alegría --explica--, con más alegría que en la Feria de Sevilla, pero vienen mucho de fuera. Y dentro de la provincia de Cádiz, Sanlúcar es un sitio muy asequible. Unos langostinos, unas almejas y un pescadito, puede salir aquí por 45 o 50 euros por persona”.

¿Sabrá esos precios Zapatero? “Zapatero paga, o por lo menos, manda que paguen”, asegura Manolo Lazareno en el Mirador de Doñana, con ambiente marinero, decoración de camarote, sal que despierta el hambre y grandiosos bichos vivos que esperan ser admirados como veleros o comidos como bueyes. “El secreto está en lo natural del producto, y el sitio, el entorno, y la calidad humana”, dice su hermano Rafael. Allí es donde guardan igual que el Grial los catavinos con los que brindaron una vez Aznar y Blair, por el preacuerdo de paz en el Úlster, casi en la playa, como hamaqueros. “Queríamos llevarle los catavinos a la Moncloa y hasta cocer allí para él unos langostinos, pero ya no ha podido ser”, se lamenta Manuel. Presidentes, famosos... Quizá Bajo de Guía es una hermosa burbuja desprendida o un barco de púrura y lapislázuli atracado en el pueblo. “Aquí llega el presidente y pregunta: ¿qué, como están los langostinos?, y uno dice que cómo van a estar, estupendos”, comenta divertido Manuel. Y es cierto que están estupendos y a 84 euros el kilo ese día. En su última visita, Zapatero sólo saludó. No comió en Bajo de Guía, pero dejó ver su estela como la Virgen del Carmen, patrona de la gente de la mar, cuando la pasean en barcas con luces vivas y banderines de coral.

No estuvo Zapatero por los chiringuitos, donde podría haberse enterado de que la taza de gazpacho está a 2'50 euros y a 12 la ración de puntillitas. Tampoco pasó el presidente por El Colorao, en el que fue siempre el barrio marinero y allí simplemente llaman el Barrio, entre las calles donde nacieron Manolo Sanlúcar y Pajo Ojeda, el arte con hambre que da la tierra. Hay señoras con delantal en las casapuertas, una sencillez de pan en la mano o juegos parados de niños. En El Colorao, las familias, arropadas por el fútbol de la tele y por carteles de Jesulín de Ubrique que parecen ya viejos anuncios de Mirinda, comen pescaíto frito con una alegría diferente y purísima, como un verdadero acontecimiento. El otro acontecimiento allí es el domingo de pollo asado. Hay la distancia de un mundo entre Bajo de Guía y aquello. “Nosotros lo que queremos es que la gente pueda comer por dos pesetas y que salga satisfecha, pero siempre con calidad –dice Luis, el dueño-. Aquí una familia puede tomar sus gambitas y su bandeja de pescado y le sale a 10 euros por persona”. Allí no van presidentes, allí los camareros no parecen sobrecargos, pero sigue siendo Sanlúcar.

Lo que no parecía Sanlúcar, a decir de algunos vecinos guasones, era la Cuesta de Belén, baldeada, limpia desde por la mañana, sin la pringue que suele dejar la descarga del pescado fresco en la plaza de abastos, que le da olor a agallas y a manguera. Iba a pasar Zapatero, lo sabían todos, de vuelta del Ayuntamiento, y así lo hizo, procesionando. “Esto parecía la Semana Santa”, afirma un sanluqueño que lo vio. No pasó Zapatero por la otra calle paralela que lleva también al mercado, con un ambiente alegre de pajarería o de zoco. Aceitunas a granel, tomates de oferta (5 kilos, 3 euros) en balanzas de platillo, huevos que pregonan “muy gordos” a 1'80 la docena, señoras que venden camarones que aún saltan con la singular medida de un vasito de vino (1 euro el vasito). En los puestos de la plaza, con el pescado medio vivo con olor a tiburón y carteles de cristos que han terminado poniéndose cianóticos, el lenguado está a 16'80, las cigalas a 45 euros, y los langostinos que no probó el presidente están entre 20 y 30 euros el kilo, los más caros los atigrados, que parecen ciempiés gigantes del desierto. “No se los comería porque los vería muy gordos”, cree Rafael Llanera, pescadero que salió a la calle (algunos temían que les robaran el género en el barullo) y pudo darle la mano al presidente. “Me preguntó cómo estaba la cosa en Sanlúcar, y yo le dije que en verano medio regular pero que en invierno es una ruina, y él me contestó ''tranquilo, que hay dinero'' –asegura persignándose--. Palabra, por mi nieta que tiene tres años...”.

Del mercado con coquineras vestidas como su abuela, al centro, a la Calle Ancha, un salto como a otra ciudad que tampoco llegó a ver bien Zapatero en su rapidez. Allí ondean, como las velas de galeones en formación, los nombres de diferentes bancos y cajas de ahorro, hasta ocho en lo que abarca la vista. Es la Sanlúcar donde en inmobiliarias con miedo a la grabadora cuentan que no hay pisos de segunda mano en el centro por menos de 30 millones de pesetas y que los alquileres en verano, cerca de la playa, pueden llegar a los 2.500 euros al mes. Comercios, terrazas abarrotadas, camareros al sol con la calva colorada, lo que ve el forastero que, igual que Zapatero, no llega hasta las barriadas y sus desconchones de necesidad. Allí en la Calle Ancha, lo que sí llego a comprobar el presidente fue el precio de su querido laicismo, o más bien el de su derrota: todo el pueblo comenta que compró dos papeletas (20 euros cada una) de una rifa de un automóvil Honda a beneficio de la Hermandad de la Caridad, patrona de la ciudad. Y ya, la Plaza del Cabildo, palomas y gente mojadas por el sol y sus salsas, y Casa Balbino, con cabezas de toros en cucañas, con jamones totémicos, con los cofres del mar abiertos como cajas de música. No quiso probar los langostinos (27 euros la ración), por el agobio de la gente o por lo que significan de ostentación, ni las almejas (16 euros). Sólo su antojo de las tortillas de camarones (8 euros), que allí hacen con una secreta e inimitable orfebrería. Los langostinos los repartieron luego en la cocina, para los trabajadores de la casa.

Se fue después Zapatero, hacia Las Marismillas, donde cazaron reyes y otros presidentes contemplaron la belleza de ese atardecer que parece esparto ardiendo. No se quedó a vivir la noche sanluqueña. Podría haber ido a El almacén, antiguo ultramarinos del XIX que se conserva tal cual, con las copas de 4,50 a 5 euros y actuaciones; o a La mandrágora, decorada con fotos de cantautores y buena música, con tragos largos a 4 euros; o a La Herencia, en la Plaza del Cabildo, dispuesta como una iglesia gótica, con confesionarios sobre la barra y estatuas de monaguillos, con los cubatas a 5 euros. Allí, su encargado, Manuel Sánchez, parece el único que ese día abomina de la idiosincrasia de postal de Sanlúcar y se queja del paro, de su pobre nivel cultural, de su carencia de infraestructuras, de su abandono secular. Podría haberse quedado el presidente a las fiestas salseras de los chiringuitos de la playa (5 euros la copa también) donde las sevillanas juegan a ser caribeñas, y dormir por 106 euros en el Hotel Guadalquivir, de tres estrellas, desde cuya azotea se suicidan los sanluqueños. Pero se fue, habiendo rozado todo sin asir nada. Y no, no hay en Sanlúcar, uno de los pueblos más pobres de España según rezan las malvadas estadísticas, cafés a 80 céntimos. Como poco, 1 euro. Si acaso, por 70 céntimos podría haber probado un vasito de manzanilla a granel Viruta, en La Habana, en la Calle Santo Domingo, con oscuridad de catacumba y olor de vino en rama. Entre la realidad y Zapatero, hubo aquel día la distancia constante de su sonrisa.

Somos Zapping 12/08/2007

Maestría en sucesos. Si se quiere pasar de puntillas sobre ciertas noticias incómodas, lo mejor es meter primero muchos sucesos. Los sucesos, carne picada de los noticiarios, nos pesan con su peso de muerto la calidad de los informativos y la intención distraedora de los que los urden. Y en esto, Canal Sur representa la maestría. Meten tantos sucesos que pronto, seguro, los informativos los dirigirá Paco Lobatón escoltado por sus buitres como amas de llaves. Yo quería ver cómo enfocaban la imputación al Ministerio de Fomento por aquel desastre de la A7, o la imagen de los trabajadores de Delphi apuntándose al paro (“los trabajadores de Delphi se inscriben en el paro a la espera de su recolocación (!!!)” era el titular cómico y creyente a la manera de Zapatero que eligieron). Yo quería ver todo eso pero tuve que esperar veinte minutos en los que enlazaron apuñalados, violaciones, incendios, ahogados y defenestrados. Luego, claro, lo de Delphi o lo de la A7 parecía un leve nubarrón del verano. Qué maestría...

Hambre de baloncesto. No soporto el fútbol que nos pone ahora la televisión, esos trofeos de verano con equipos paquete y público de barbacoa, donde los jugadores de aquí salen todavía con el cubata o la piña colada y los que vienen de fuera parecen esos grupos que tocan la quena en la calle. Canal Sur intenta glorificar esas noches lacias en las que nuestros equipos se mueven como golfistas, pero su fútbol cargado de cocos y su retórica prebélica me aburren como la playa. Lo que pasa, claro, es que yo tengo hambre de baloncesto, ese deporte de astronautas en la tierra. Hasta vuelve uno a quedar con los colegas para echar unas canastas, habitual y patético intento de los treintañeros por recuperar lo que ya se perdió hace mucho, la puntería y el fuelle, la juventud y el driblin. Hambre de baloncesto, ganas de que empiece el Eurobasket. La selección con más talento que hemos tenido, con rayos en las manos como los dioses, se entrena en Cádiz y sin embargo en La Nuestra sólo veo, como siempre, la cara de higo de Lopera, el culito de Shin Chan (ya saben que así llaman los sevillistas al logotipo del centenario bético), defensas fichados entre estibadores, confesiones idiotas de tuercebotas y meapilas. Los campeones del mundo, atletas con postura de constelación, se preparan aquí pero no aparecen, no consigo verlos en Canal Sur, donde sale repetido cien veces cada remate de cabeza de los equipos segundones. Aquí basta el furbo como nos basta la plazoleta.

Apagones. No sabe uno, de todas formas, si esto de no ver a nuestros chicos de oro del baloncesto en Canal Sur nos ahorra penas y vergüenzas. Así no nos encontramos con la fea noticia de que pasan un calor inhumano en el pabellón de San Fernando porque no hay aire acondicionado, sólo abren las puertas para que entre el fresquito como hacía mi abuela (¿tendrán botijos en los entrenamientos?). Claro que esto no es nada comparado con lo que pasó el otro día en el primer partido de preparación, en Jerez, donde saltaron los plomos y se fue la luz. “En Andalucía puede ocurrir cualquier cosa, pero igual que en el resto de España”, decía tontamente alguien que entrevistaba La Sexta. Mientras, Andrés Montes e Iturriaga hacían chistes (“ahora va a empezar el concierto”, o algo así creo recordar que decían) y se preguntaban si los venezolanos con los que competíamos se habrían sorprendido de que en Occidente también se fuera la luz. Sí, se fue la luz como en las películas de vampiros y, sin dejar el terror clásico, uno se imaginaba a los técnicos trajinando con brutales interruptores diferenciales como guillotinas, igual que los que manejaba el doctor Frankenstein... Tercermundista fue aquello. O no, miren. A lo mejor es que nos estamos acercando al nivel de Cataluña. Después de ese apagón en Jerez, en directo para la televisión, si empiezan a colapsarse nuestros aeropuertos y a atascarse los trenes de cercanías con cascotes o con vacas, es que ya estamos llegando al liderazgo económico del país, como ellos. Ciertamente, aquello fue una prueba de que nuestro Estatuto de Autonomía se está desarrollando tan brillantemente como allí. Bendito apagón. Y yo creyendo que aquello nos estaba dejando de nuevo como zulúes...

9 de agosto de 2007

Los días persiguiéndose: Langostinos presidenciales (09/08/2007)

En Casa Balbino, donde cuelgan cabezas de toros asesinados por jamones y artículos de columnistas castizos igual que escapularios, me dijeron una vez que allí hasta el más tonto pide langostinos. Casa Balbino, llena de exvotos del hambre, vino salado y bichos con cáscara, junta a las clases ante el comedero del mar, un mar que en verano ya huele de lejos a freidor. En su mostrador he visto contar patitas a curritos y concejales, funcionarios y artistas, guiris y vinateros; he visto la convidada babosa del empleado al señorito; he visto sibaritas y pobretones, domingueros y roneadores, la democracia meneando el bigote. Hasta el más tonto pide langostinos, me dijeron, unos langostinos como de caoba, unos langostinos en orfeón, unos langostinos para comulgar. Ahora que el sol del verano hace harapos con el cielo de Sanlúcar, en las tardes como un altísimo balcón que se desprende, la gente celebra su casta o se venga de ella comiendo langostinos con manicura, y el presidente Zapatero desciende igual que un cazador de perlas a la cocina del pueblo, hacia un tumulto de pescadores descalzos y pinches de temporada.
En Sanlúcar, en la Plaza del Cabildo con palomas suicidas y palmeras ahorcadas en el sol, a Zapatero le pusieron, primero que nada, langostinos, ante los que todos, labriegos y príncipes, parecen que están cosiendo cremalleras. Los políticos saben que tienen que compartir con el pueblo los dioses de la tierra y el bautizo de su vino, y a su vez el pueblo gusta de ver a sus jefes rozándose en la taberna para comprobar que no se alimentan de ambrosía, sino del mismo pan que también cagan ellos. Para hacer política en verano hay que olvidar Delphi, la ETA, las autonomías que aupan sus alcázares, y centrar la estrategia en pringarse los dedos, mojarse el culo, enseñar los pies, que no hay nada que nos haga más humanos. Un presidente gana más votos pareciendo un hamaquero que cantando en el Parlamento arias de apuñalado. Todos lo han hecho porque así dejan las calles alfombradas de igualitarismo y muchos souvenirs para la plebe, que en Bajo de Guía todavía guardan los catavinos con que brindaron Aznar y Blair como gaviotas borrachuzas. Hasta el más tonto pide langostinos, me dijeron en Casa Balbino, donde manejan los camarones igual que tasadores de diamantes. En Sanlúcar, en realidad, los langostinos son ya como una garbanzada y el que sabe de verdad pide galeras, animales un poco egipcios y que hay que comer con cirugía. Los langostinos presidenciales eran como churros del verano, pero a Zapatero le sonaban a ostentación y los retiraron sin que nadie los tocara. El presidente, con camisa blanca, comido por los bañistas, lo que parecía era el heladero de España.

Foto: J.F. Ferrer

5 de agosto de 2007

Somos Zapping 05/08/2007

Televisión sin tiempo. El verano nos iguala a todos por los pies. El verano es una indecencia estética que sólo se salva por la alegre cercanía del sexo a la vista, evidente, desvelado. La televisión suele seguir las estaciones y se acomoda al resudor de la gente, por eso huele ahora a chiringuito y a sandía pisada. Sin embargo, en Canal Sur, que funciona a base de barreduras todo el año, el verano no supone este deschanclamiento radical. Los refritos, las videoteces, las galas larguísimas con los saldos de la tierra, las películas baratas, los programas para el personal que no se levanta de sus mecedoras, son los de siempre con alguna cara añadida y con otro nombre que parece más mojado, pero ya está. Sí, me doy cuenta de que Canal Sur es la televisión que se mantiene todo el año en su hoyo veraniego, en el rebozo de su dominguerismo. Poner a María del Monte por Alicia Senovilla, o que sea Carmen Janeiro la que nos presente los vídeos de chocazos en vez de Ismael Beiro, no es más que cambiar unas chachas por otras. Pero están los mismos sevillanistas mofletudos, las mismas marujas corraleras, el mismo bodegón con botijos y pan duro. No hay más novedad que una sobreabundancia de corridas de toros por la tarde, como nuestro ciclismo de establo. Canal Sur es la televisión no ya sin estaciones, sino sin tiempo. Veo a Rafael Cremades, que va a presentar a El Arrebato en una feria; veo a Juan y Medio como a Mary Poppins (¡también con El Arrebato!) ante sus niños sabihondos; veo un programa que uno creía extinguido, Furor, que se diría hecho con gente borracha, pero no, solamente parecen idiotas... Los veo y es imposible saber si son actuales o si se emitieron hace años. Ropavejeros, cansinos, repetidos, pestosos, con su eterno manguerazo de horterez. No es el verano. Canal Sur es así.

Un niño, niño. Su programa es inagotable, la olla sin fondo de la tarde. María del Monte es la musa de esta columna y uno ya se la imagina con sus atributos de una manopla y un cucharón. Los jubilados buscando el amor como la bolsa de agua caliente ya están un poco pasados y el nuevo filón ternurista lo han encontrado en las ecografías en directo, barrigas como de chicle y padres emocionados que no sabemos si es que no han conseguido cita en el SAS o es que quieren adelantar a los monstruitos de Juan y Medio empezando su estrellato en el útero. La cosa da para muchas gracias de partera y para ver a los padres andaluces orgullosos de la picha que se le ve al hijo. “¡Un niño, niño!”, exclamaba María del Monte ante la imagen de los testículos de un feto, para que luego salgan los modernos y las feministas queriendo desgenitalizar la sociedad y derrocar el androcentrismo y la falolatría. Los huevos gordos del niño eran la alegría de esta pareja (hubiera estado bien ver a Olga Bertomeu comentando la jugada) y toda esa celebración de la fertilidad y el macherío les hacía parecer padres amazónicos. Pero ellos querían que el niño fuera cantante “para que les sacara de pobres”, con lo que ya descubríamos que más que amazónicos eran genuinamente andaluces. Otro padre le decía a la señora que no descansaría hasta tener un “Miguelito” para poder ver con él el fútbol, ya ven cómo anda aquí la igualdad que pregonan los políticos y la consideración que aún merece la mujer como alacena de niños y juguetería para el esposo. Pues para esto sirven estas ecografías, para hacernos a los andaluces la primera foto granjera, tribal, antigua, de los machitos y las hembritas como dicen las señoras mayores; ese tipito de familia un poco a lo franquista que parece que es la que se sigue llevando paradójicamente en esta tierra tan remodernizada y progre.

Podcasting para Los del Río. Inevitable hablar de modernidad y RTVA... Esto es lo que le parece a Rafael Camacho, claro, porque a los demás nos suena a la madre de todas las paradojas. El antiguo vocero socialista y manejador de la máquina de atontar que es la RTVA ha presumido en una conferencia de la UNIA, y así nos lo hacían llegar los informativos, de su podcasting, sus descargas de noticias desde la web y la cercana maravilla de una televisión a la carta. Bajarse una actuación de Los Marismeños o una de las ferias presentadas por Los del Río en Canal Sur... Sin duda, imposible más modernidad.

2 de agosto de 2007

Hoy jueves: Las Marismillas (02/08/2007)

Zapatero va a entrar en Andalucía por Doñana, donde las garzas que miran igual que él trabajan el bronce tartésico del agua y el sol. En Madrid ha tenido que hacer ahora un congreso de quirófano, con sierras de hueso y manos de jabón, para quitar de en medio a los muertos que no podían ganarle a la derecha chulapa, autobusera, sobrada. Pero en Andalucía, donde el PSOE es otra Virgen de carromato, la señora de las cosechas, la patrona del oficio de ahogado, el partido vence desde la siesta, mandan los viejos mayorales y vive en la paz de las moscas y en el tiempo que manejan los queseros. Zapatero no tiene aquí padrinos, sino los que fueron un día sus enemigos y luego le dejaron hacer franciscanismo progre con la condición de que no tocara el sur, la montaña del yuyu, el cementerio de los elefantes, donde el equilibrio del hambre y de la historia les había hecho dueños perpetuos. Para acercarse, Zapatero tiene que entrar como el aguador o como el galgo, por la puerta de atrás de los palacios andaluces como salinas, allí donde el sol es un serón colgado, donde huele a albardonería, donde las acequias parecen conventos y la humedad es el grano de las aves y el cristal de las ventanas. Zapatero, atendido por carboneros, vigilado por la Guardia Civil vestida de cazador, entra en Andalucía, pero si viene a romper los cántaros de este sociatismo o sólo a dormir en la cama de otros reyes, otros presidentes y otros furtivos, no lo sabemos.

El palacio de Las Marismillas es como nuestro Camp David, budismo de Maryland al que Franklin D. Roosevelt llamó Shangri-La soñando con cordilleras de paz como con el cielo hecho hielo. Un nido de pájaros donde los presidentes se vuelven recogedores de tomates y cafeteros de conversación. Alfonso XIII colgaba ciervos, Felipe González juntaba rosas con manzanas y Aznar hacía su tenis contra los jabalíes. Zapatero, tan lejos de aquí desde que llegó al poder, pisará primero esta tierra como turista o como condesito, antes que como revolucionario del socialismo, y en Las Marismillas verá la Andalucía del mugido, de las mañanas con aceite, de la cal donde al amanecer el sol se estrella como un cesto de huevos. Uno hubiera preferido ver a Zapatero entrando por Despeñaperros, más napoleónico que rociero, más desterrador que zahonado. Zapatero aún no es la socialdemocracia sin pamplinas ni mitologías que uno desearía, ni siquiera su primera sonrisa. Pero ya sería algo mejor que este partido de viejos guardabosques que tiene a nuestra tierra como una gran siega parada. Zapatero va a entrar en Andalucía por Doñana, pubis del Guadalquivir donde el mar reposa la cabeza como una gacela enamorada. Pero no tocará nada y se irá cuando se vaya el fuego.

Hoy jueves: Enterrado en banderas (26/07/2007)

Los muertos gloriosos, al calor ciclista del verano, encolonian a los políticos de jardinería y viudez. Agosto abrirá su cemento para que los muertos históricos salgan de velada con parlamentarios, sindicalistas, primos lejanos de la memoria o la ira. Blas Infante muere cada año ante un fotógrafo nuevo, mientras los políticos van a plantar sobre él una acacia o lo llevan como una maceta hasta el Parlamento, donde esperan que salga la mano antigua de Andalucía a saludar desde su entierro. Un día de casarse con el muerto espera a sus caballos peinados y a sus madrinas pasteleras y ya andan los partidos queriéndolo más o mejor que el otro. Los muertos enterrados en banderas vienen como desde el mar a sus damas bañadoras. Dan estampa de madre o de Magdalena y eso no tiene nada que ver con ideologías ni simbolismos, sino con el adorno de preparar la tumba de un gato sentimental con más ternura que nadie. Los muertos enterrados en banderas contagian su heroísmo a sus mirones, como un sepelio en una fragata. Cristificado en los escudos, conserje de sus fundaciones, los políticos le han dado a Infante la fama de su lápida como algunos compositores y es el ángel oficial de Andalucía en la eternidad.

No sé qué diría Blas Infante ante los homenajes como traiciones o las traiciones como homenajes que le preparan los partidos cada uno en su cancha. La izquierda como antigualla, la derecha eternal, los andalucistas como sus hijos incluseros, el PSOE como el anestesista de su cadáver. No sé cuántos de ellos han traicionado a Andalucía, a su sufrimiento, a su esperanza, y ahora llevan candiles en su nombre. Padre de la Patria andaluza, pero todas las patrias son mentira y lo que hay es gente esperando justicia o pan sin ninguna abstracción. Los héroes envejecen en sus estatuas y se pervierten en los discursos. No son tanto las ideas de Blas Infante, discutibles como todas, sino el objetivo de esas ideas, lo que han olvidado. Ese muerto estirado ahora entre todos, sus huesos de santo encalado, no son su espíritu ni su intención, sino su molde vacío para la propaganda de unos políticos que aún no han conseguido levantar esta Andalucía de espaldas arañadas pero discuten por inaugurarle estanques en una carretera o capillas en el Parlamento. Blas Infante, enterrado en banderas, sin saberlo les patrocina estatutos, les titula ideologías igual que yeguadas, les carameliza sentimentalismos, les esconde las barreduras, les amonja la Autonomía. Los muertos gloriosos, sacados por los ojos a la calor cocinera del verano, aventados como la paja de sus tripas florecidas... Lo mostrarán al público y a las moscas en un lugar u otro. Un día de agosto al año, lo que ocurre es que a Blas Infante lo vuelven a fusilar contra las mismas amapolas.

El blog se amplía

A partir de ahora, este blog también dará cabida a mis demás columnas y artículos en El Mundo de Andalucía, y pronto cambiará su nombre y su dirección a www.luismiguelfuentes.blogspot.com
La página www.geocities.com/lmfuente seguirá manteniendo los artículos anteriores así como recomendaciones y otras informaciones de utilidad.

1 de agosto de 2007

Somos Zapping 29/07/2007

El empacho. Aún puede aprovecharse para media hora más de televisión que solventa como empanándose ella misma, pues tiene ese estilito de guardar para croquetas. María del Monte, que tarda y hierve en la grasilla de la tarde como un gran puchero, no tenía bastante con llevar a culazos ese largo programa que es pura vergüenza engollipada de migajones. A Canal Sur le parece poco el tiempo que dedica a esas charlas como de consulta de podólogo, a cosas como perseguir gallinas o embadurnar la cara de la gente con clara de huevo, y sobre todo, a ese taichí coplero que parece y dura lo mismo que tender la colada. Por cierto, yo pensé que eso del taichí coplero era un punto surrealista que tuvieron un día que mezclaron kung fu con lunaritos o cafelito con opio, pero ha terminado en una sección más y hasta María del Monte se viste como de enfermera para intentar practicarlo, aunque ella parezca que está reponiendo el frigorífico. Decíamos, en fin, que les parece poco el tiempo que esta mujer se lleva repellando la tarde y por eso le han endosado esa media hora perdida antes del informativo que ahora se llama La tarde musical. Es un tiempo que siempre estuvo consagrado a los picores de la silla de enea y a las voces patrias que acuden en plan película de Joselito, y que María del Monte ha reconvertido en concurso de marujas, con preguntas sobre sevillanas (¡toma cultura!) que les cantan allí mismo y el glorioso premio de una minicadena, tal que en las tómbolas de la feria. María del Monte reposa lo que dura Andalucía directo y vuelve enseguida de la mano de El Mani (juntos parecen la galleta de chocolate del folclorismo), de otro figurón similar o de unas muchachas costureritas de la copla o el flamenco, y es cuando me doy cuenta de que estoy verdaderamente empachado de esta mujer y sus vecindonadas, catetismos y majados.

El empacho II. Es nuestra verdadera lucha por la modernidad, lucha que no trata tanto de células madre y enchufes en caliente a Internet, sino de las carnes, de nuestra fantasía un poco gitanita del comer, de los eternos cucharones del hambre andaluza, todo esto contra la dietética y los magros figurines como californianos que definen la nueva era. Lucha que en Canal Sur es un disimulo quizá, pues saben que si no podemos llegar a más tecnología que a la nevera de playa, puede que las barrigas planas, el sudor isotónico y el cagar fibra nos hagan sentir como si toda Andalucía se entrenara para astronauta. A dejar la pringá, a mover el culo, a descubrir la vitamina sin sabor y a alcanzar el nirvana del tanga, a toda esta evolución nos quiere invitar Ponte a punto, nuevo programa del presentador Disney de Canal Sur, Roberto Sánchez Benítez. Es un programa que sale de mezclar las ensaladas de la tierra y el alma de eucalipto que sostenían Salud al día con el nombre y los meneos de aquel emblemático espacio de Eva Nasarre, se acordarán, el primer aerobic televisivo (Puesta a punto se llamaba). Pues en esa salud de balón de Nivea se enfoca el programa, ayudado subliminalmente, piensa uno, por la reposición de Los vigilantes de la playa, queriendo entre los dos desterrar de la orilla los tortillones. Pero todo es inútil. El tipito que Canal Sur nos quiere poner en la piscina es tan vano como el intento de hacer tecnología de los alcauciles, que es lo que trataba Tecnópolis a falta de otra cosa. La Nuestra no puede evitar descubrirse en sus trampas. Recordamos la risa de Juan y Medio hablando con Soponcito de Jerez, ese niño que canta a dos carrillos; nos topamos con la alegría de gordito de ese insufrible chiquillo del tambor y otros del mismo molde, o vemos a Manu Sánchez reconociendo que su plato favorito es “el que rebosa por los lados”. Mucha hambre ha habido aquí para ponernos en plan voley playa. Aquí la felicidad es la comida. Ni el tanga, ni la tecnología. Comer, joé. El sueño de empacho de Andalucía.

Senadores a dedo. Vi el titular en la web de Canal Sur: “Cualquier andaluz podrá ser senador en representación de la comunidad”. Sí, y hasta cualquier español puede ser presidente, pero pasando por las urnas, claro. Pues en las noticias, a esto de los partidos nombrando senadores a dedo (más juego para el clientelismo) lo llamaban “llevar a su máxima expresión el derecho de participación de los ciudadanos”. La máxima expresión de la cara dura, más bien.