29 de octubre de 2007

Los días persiguiéndose: Así en la tierra (29/10/2007)

Parece que las cosas del Cielo y de la Tierra están muy adesvanadas y ahora toca ordenarlas como si hubiera que limpiar una pajarería después de mucho tiempo. El Cielo, que es una estantería de dioses y un arpa becqueriana, acumula también percheros de cura y santos sin pasaporte que esperan la mano del Papa para ocupar su mesa, porque el Cielo, una vez recompuesto, debe quedar como una oficina. En la Tierra, el hombre ha ido revolviendo los mares con las nubes, hinchando la atmósfera como una colchoneta, vaciando sus cajones en los valles y tenemos a la Naturaleza que se rebela y se derrama como una nevera abierta o como leche hervida en las fábricas, en las ciudades de estufa y gasolina, en los bosques que se ahorcan en su montaña y en los polos igual que un solárium, pidiendo abrir ventanas antes de que nos asfixie el tufo de la civilización. Somos muy dejados. Abandonamos muertos dormidos y sin etiqueta en el Cielo hasta que unos excursionistas tienen que irse a Roma a despertarlos a campanazos, o al menos encargárselo al Papa, que es un mayordomo que sólo ciertos muertos gloriosos tienen para ese menester. Abandonamos basura en los rincones o en la alfombra que hacen los ríos hasta que Al Gore, que ve la Naturaleza como la ve un indio, hermanado con los osos y preñado por las praderas, nos avisa de que Gaia se defenderá matándonos si no dejamos de respirar tan fuerte.

Ante estas ceremonias de poner orden arriba y abajo, con ascensores llenos de exvotos y dulces de monja para los mártires y con diplomas para espantar los huracanes, cabe un escepticismo al que yo me apunto con matices. No cree uno que en el Cielo espere nadie su cédula de santo para empezar a patrullar por las iglesias. Lo que sí consiguen estas burocracias de la resurrección es hacer un Cielo español como el de José Luis Cuerda, el de su película Así en el cielo como en la tierra, donde la Gloria era un pueblo como castellano, San Pedro un guardia civil y la ira de Dios una señora que daba guantazos. Estas beatificaciones no moverán nada allí arriba pero aquí van haciendo crecer ese Cielo español empezando por las alcobas de vieja y por el Valle de los Caídos, donde ese abad que dice que “lo español y lo católico van unidos” y que “España se sostiene en Dios” tendrá para toda una liga de fútbol de santos patriotas o para una baraja entera de matamoros baturros. Tampoco el cambio climático me convence, ya no sólo como apocalipsis, sino sobre todo como religión, como pose política y como merchandising. Que alguien tan serio e independiente como Manuel Toharia ponga en duda estas emergencias ya sería suficiente para repensarlo. Al Gore, prieto como si guardara sus cataclismos bajo el traje, me parece lleno de fallos y sustos, y veo a muchos científicos asalonados demasiado pendientes del dinero, de la publicidad y de las cátedras que ahora se reparten para el tema. Sigo pensando que aún no tenemos escalas, que los modelos de predicción no son fiables, que no está clara la correlación del CO2 con la temperatura y que, sobre todo, nada vende mejor que el miedo y eso ya merecería cierta prevención. Por otro lado, sin embargo, sé que si los escépticos están equivocados, nos queda poco tiempo para reaccionar. El planeta no va a esperar, como los santos, a que el que manda diga si hay que revivir o terminarse de agusanar.

El Cielo se redecora y la Tierra se resquebraja o no, pero en ambos casos los políticos obtienen su tajada. Ese Cielo español está lleno otra vez de los estancos en los que vive la derecha y esta Tierra sufriente le da a la progresía un gran jardín para trabajar su propia santidad impostada (Chaves saludando a Gore en Sevilla parecía que recibía al Dalai Lama). Ya en la Tabla Smaragdina se decía que “como lo de arriba es lo de abajo, como lo de abajo es lo de arriba”. En ambos sitios hay mucho espacio aún para las mentiras, sus desfiles y sus ganancias.

Somos Zapping 28/10/2007

País de cafres. Rojos y curazos, sociatas y fachillas, repipiprogres y pijitontos, invitados a chocar sus duras y españolísimas testuces. No es culpa de Mejor lo hablamos, ni de otros debates con las mismas zanjas. Todo eso forma parte de la penosa e interesada simplificación que ha adoptado la política como táctica. Es la primera regla de Goebbels de la propaganda: la de la simplificación y el enemigo único. Y a ello se apuntan los medios con sus cuadrillas de voceros, limpiabotas y mamporreros. Aquí no se libra nadie, o casi nadie. Canal Sur cambia el final de Mejor lo hablamos, sacando a Mariló Montero del camerino como de la ducha, porque a los amos no les gustó cómo quedaban dispuestos los cadáveres. Pero basta poner Telemadrid para ver la imagen especular del mismo asco. Nadie duda del control político de los medios públicos, igual que nadie duda que hay periodistas esbirros y que los políticos ven cada vez más rentable esta guerra. La escenificación de esto no sólo nos dio la bronca seguida de espantá y de manipulación del otro día en ese debate, sino que nos ofrece la medida de toda la política en España. Somos un país de cafres. En el extranjero aún nos menosprecian porque combatimos la Ilustración y porque aguantamos 40 años de dictadura sin que la mayoría abriera la boca. Me puso la carne de gallina un titular de este periódico que afirmaba que se había hecho una ley de la memoria histórica de media España contra la otra media, lo que a mí me resultaba equivalente a admitir que media España seguía siendo franquista. Somos un país de cafres, con una democracia sólo desperezante. La derecha es antañona, cuartelera y nacionalcatólica, y la izquierda sectaria, infantil y cheguevarista. Ignacio Villa me produce un repelús diferente al de María Antonia Iglesias, pero los dos me parecen fanáticos y dañinos. Los políticos han puesto a España alfil contra alfil, tertuliano contra tertuliano y trinchera contra trinchera. Somos todavía un país de cafres y por eso nunca me ha convencido lo de la memoria histórica, porque aquí la memoria sigue siendo odio y la política, un paredón o el otro. No hay nada que merezca estas guerras, pero en ellas andan, y así nos va. Al lado de esta dolorosísima realidad, las broncas de la televisión me parecen una anécdota.

Vivir del milagro. Había condescendencia y conmiseración en la manera en que Telecinco daba la noticia, como exploradores ante la medicina de palitroques de una tribu. Andalucía aparecía de nuevo en su ingenuidad y su santería, en su primitivismo y su magia de cuevas. Eran unas maderas del Ayuntamiento de Órgiva que habían cogido humedad, pero los lugareños ya veían acuarelas de espíritus, caras de santos, fantasmas derretidos, presencias de brocha gorda, unos milagros bostezantes para una gente de desayuno milagrero que ya olía a negocio, según comentaba Hilario Pino. Otro Bélmez pero a la sombra del aire acondicionado, con un miedo de funcionarios como escoceses con espectros. Y me dí cuenta de que ahí estaba otra vez Andalucía. Primero, porque seguíamos provocando carcajadas. Segundo, porque nos volvía a condecorar la superstición, que aquí igual significa tener armarios poseídos por el abuelo que brujas idiosincrásicas que cristos que hablan con los futbolistas. Tercero, porque de nuevo parecía que queríamos vivir del milagro, de lo que nos manda el cielo o su sótano, de las vírgenes o dineros encontrados junto a un tronco o de un rezo que no se acaba. “Desde luego, hay que echarle mucha imaginación”, concluía el locutor. Con imaginación, cara, santones y limosnas aquí hemos hecho toda una manera de vivir y de adornarnos.

Otro friki. Mucha pose de deshollinador triste y filósofo, pero lo de Quintero sigue siendo una churrería de frikis andaluces. Ahora, un tal Mariano el Botero, que le canta sevillanas a su perra igual que el otro francés que se las cantaba a los jamones, y que hasta se calienta un poco con ella, con sus ojazos de novia y su gracioso meneo de culito. El programa ya resulta enfermizo y Quintero decae. Los andaluces, colgaos, mientras el listo siempre es un Punset de por ahí fuera. Cada vez me cansa y me rebela más.

22 de octubre de 2007

Los días persiguiéndose: Chaves en Florencia (22/10/2007)

Hay que tener cuidado escribiendo sobre Florencia, que siempre marmoliza de cursilería. Sólo hay algo más cursi que sacar la Florencia de los Médicis, y es recurrir a lo de la Atenas de Pericles. Cada vez cree uno menos en ciertos mitos culturales, edades de oro y óperas de la Historia, que no son más que lo que dejan algunos bedeles después de dividir la civilización en salas de museo. El Renacimiento fue un desayuno de pintores en los tejados, fue un mareo de marinos perdidos en esos mapamundis con los continentes como rosas, fue volver a los clásicos pero empezando por su peinado con volutas. Se habla siempre del antropocentrismo renacentista como revolución contra una Edad Media ahogada por la gordura de Dios, pero yo diría que el Renacimiento tiene mucho aún de nostalgia neoplatónica, y fue Platón precisamente el que posibilitó la Edad Media dándole a la teología todo su cuerpo transparente. Ese antropocentrismo colgando aún de las almas platónicas, pues, está incompleto y da un intermedio confuso en la Historia (es un pastiche que se aprecia todavía hasta en Giordano Bruno). Este intermedio sólo empieza a ser otra cosa con Galileo, pero hay que esperar hasta Descartes para que nazca el verdadero hombre moderno. El hombre volando en bicicletas de Da Vinci, el hombre volviendo a medirse en columnas y en señoras como manzanas del Renacimiento, es solamente un anuncio truncado de lo que estaba por venir. También los Borgia son Renacimiento, y eso es bastante menos bello y humanista que el resto de las postales que le hacen a la época.

He visto a Chaves en Florencia, más mareado por el protocolo que por el síndrome de Stendhal, que no sé si Chaves sufrirá esos vahídos, pero me parecería raro como si le pasara a María del Monte. Chaves resulta aún más papal con todo el Renacimiento detrás como rosetón o como corona. En el barroco de Andalucía Chaves está sobredorado y en el Renacimiento de Florencia Chaves está un poco papa gondolero aunque no haya góndolas ni papas. Recuerdo que en el colegio nos decían mucho eso del hombre renacentista “de letras y de armas”, otro topicazo, pero a Chaves no le pega ni la pluma de ganso ni el florete musical, que es otra manera de ir con pluma. Ahora que el socialismo español se queda en el abecedario de la primera cartilla y que han dejado su ideario resumido en una sola letra de roncar o abejear, ver a Chaves ante los altares de Dante o de Boccaccio le hace mudito. Eso, un papa mudo, un rey sin arte, un mendigo bajo una catedral, es lo que parece Chaves en Florencia cuando cree que anda de estadista en el corazón de una Europa extasiada en sus cúpulas. Chaves pasa por Florencia como puede pasar un camión (habrá camiones en Florencia sin que tengan que ser renacentistas), pero duda uno mucho que la ciudad le inspire o le transforme. Sin ser del todo, como he defendido antes, ese darse la vuelta la tierra y el cielo, el Renacimiento sí fue el tránsito del ser humano por hermosas vitrinas hacia su definitiva modernidad. Es ese concepto de estación antes de la modernidad el que hace icónica a Florencia, aún dibujada siempre parada en el mismo siglo, como metonimia del Renacimiento entero. Es ese concepto el que Chaves aún no ha entendido tras todos sus lustros presidenciales. La modernidad de Andalucía no es terminar de pintar el Airbus ni cegarnos a pantallazos de Windows. La modernidad de Andalucía sería otra visión de lo individual, de lo social, de lo intelectual y también de lo político. Ésa es la revolución que necesitamos, más que nuevos pinchazos de la ciencia. Otra manera de concebir Andalucía fuera de su mística, de su estatismo, de su continuo repensarse y copiarse, que es en lo que consiste nuestra particular Edad Media, época monástica de la que no escapamos. Pero Chaves, ni estando dentro del Renacimiento mismo como en su cajón, se dará cuenta de eso.

Somos Zapping 21/10/2007

Un mal día. Elegí un mal día para verlos todos juntos. Esos columpios verdes, esas brisas de jamones, esos estudiantes como rayitos de sol, esa Andalucía alicatada de tecnología, esas casas que se arman solas y gratis, esas dulces enfermeras telefonistas, ese logo de la Junta como la dentadura de su sonrisa clorofílica. Eso que llaman publicidad institucional y que es propaganda de partido con dinero público, 23 millones en menos de un trimestre. Elegí un mal día para ver esos anuncios: después de un cabreo con funcionarios. No hay nada más español que eso, ni las banderas como paelleras de Rajoy ni el otro patriotismo con chupete de Zapatero. Sí, me siento españolísimo en mi indignación. Dejen que les cuente: Tras quince días, los resultados de mis análisis no están y no saben por qué. El médico también se sorprende y me manda a que baje yo mismo a reclamar. Una enfermera de enguantada parsimonia me los saca por impresora (¿cómo podían estar sin estar?), pero me doy cuenta de que sólo hay una parte, de que falta lo más importante. “Cualquiera sabe qué habrá pasado --me dicen--. Seguramente se habrá estropeado la muestra, pero llamar ahora con la de gente y jaelo que hay en el laboratorio de Jerez... Venga el lunes para volver a sacarle sangre”. Y tan tranquilos. Me acuerdo de Larra e imagino sus Batuecas trasplantadas a Andalucía. Pero yo exijo saber qué ha ocurrido, y ante la despreocupación y las pocas ganas de la funcionaria por dar explicaciones, asusto con mi sacerdocio periodístico (perdón, no suelo hacerlo), por si les motiva más el derecho de la ciudadanía a conocer lo mal que funciona lo público que mi derecho como paciente, tan endeble al parecer. La señora cree que le estoy bacilando, así de poco acostumbrados están a que les exijan responsabilidad. Subo, bajo, desespero. Me dicen al fin que alguien en Jerez no marcó en el ordenador lo que pedía el volante. No me lo trago, pero ya me resigno. Habrá que repetir los análisis. Otras dos semanas. Luego, mirando la felicidad y rapidez de esos anuncios, me da el ataque de risa y decido caer en esta inelegancia de contar mis cosas, similares a las de otros miles de andaluces que no se podrán quejar. Me permito erigirme hoy en su paladín. Perdonen ustedes este desahogo. Qué cabreo y qué risa, tantos anuncios para esta pobre y desatendida realidad.

El Código Colón. La televisión pública andaluza, igual que ha inventado la gerontología catódica, ha inventado también el género del documental indocumentado o alucinado. Y no lo digo por lo de su cortijo (presentado con ánimo documental, recuerden), sino por la serie que están emitiendo sobre Colón en Canal 2 Andalucía. La anunciaban con una seriedad de códices, mapamundis y noble historiografía sobre cuero, pero lo que me encontré el otro día fueron apariciones de templarios, pseudomisterios como egipciacos, la capilla de Rosslyn con sus enigmas de emparedados y merovingios, y hasta a Javier Sierra, ese escribidor del esoterismo-historia-ficción, desbarrando con peregrinas teorías no muy lejos de acabar en un Colón extraterrestre o al menos avisado o conducido por ovnis. Apunté en mi libreta como gracia que habían hecho un Código Da Vinci con el pobre Colón, pero pronto comprobé que, efectivamente, esta serie que se pretende documental incluía partes de ficción con unos actores que se movían entre bibliotecas, conspiraciones, asesinos en las sombras, secretos ocultos y jeroglíficos ardiendo, todo en torno al velamen de don Cristóbal. O sea, que verdaderamente estaban haciendo un Código Da Vinci, pero además con la producción y el guión que le corresponderían a María del Monte. La serie, de un ridículo chiripitifláutico, es una auténtica estafa.

Un año más. La nueva temporada de Canal Sur no sólo eterniza a María del Monte, sino a otros desechos de destripadero como Vista pública. No sé qué me revolvió más el estómago, ver a Luis Mariñas anunciar con una media sonrisa que tratarían “una terrible historia en la que un matrimonio muere degollado por una catana” y la posibilidad de que los perros que olieron a muerto en casa de los McCann se hubiesen equivocado, o simplemente pensar que esto se sigue pagando con dinero público un año más.

15 de octubre de 2007

Los días persiguiéndose: La patria enamorada (15/10/2007)

No se lleva el otoño este viento de banderas. Son las banderas melena, las banderas manta, las banderas pañuelo, las banderas libro, las banderas campana, las banderas llama, las que hacen cielo cayendo hacia arriba. Las estaciones también se izan como patrias y ahora que veo llover me parece que todas esas banderas se deshilachan en música como los violines, que las naciones tienen un nido del que se caen en esta época y que el otoño deja el suelo como un armario con las perchas caídas o como una barbería de la política, sentimental, humana y sucia. Se han paseado banderas, que para unos políticos son caniches y para otros ambulancias; se han paseado ejércitos con su peso de nieve, se han paseado ministros con capote de guerra y hasta se han paseado Vírgenes como monjas de gala por sus cocinas. Todo eso debe ser la patria, un campamento que se mueve por las nubes, un rezo que nos amuebla de grandes sillones, una letra grabada en un capa, una corneta colgada como un hacha. Creo que la patria da frío con su poca tela y sueño con sus larguísimas palabras. Creo que la patria es una cosa de ir encendiendo ya la chimenea.

Yo no sé si la patria es amor, quiere amor, necesita amor, como dicen. Rajoy pedía ese amor o pedía orgullo, que es un sentimiento paralelo. Se ama más cuando hace frío y a lo mejor eso vale para las patrias igual que para las enfermeras que te cuidan en la fiebre. Ya se acabó el tiempo de la lujuria y lo que queda es un amor de abuelos, de sopa, de pies y de bufanda. La patria tiene mucho de bufanda. No sé si la patria es amor y entra en la Navidad de las familias. Quizá eso de la patria novia es algo de soldados, como la patria madre es algo de una tía abuela de visita. Amar a las abstracciones, como amar a ciertos meses sobre otros, me parece de una lánguida decadencia romántica. El romanticismo nos trajo la belleza de las tumbas como de las niñas sobre ellas, y también nos enseñó que no se podía hacer política con eso, o que si se hacía llevaba a la locura y a los duelos con pistolas musicales o de verdad, que es en lo que desembocaban el amor, las sinfonías y los imperios de la época. La patria romántica no es una patria política, y por eso Rajoy haciendo de joven Werther lo que parece es un duelista.

No se lleva el otoño este barro de banderas. Veo que ha llovido sobre esas mismas banderas y sus municipios y creo que hay alguien en la calle que se casa, con este día oscuro que le hace de párroco resfriado y de gran carroza mojada. Me doy cuenta de que ni siquiera el matrimonio sirve como contrato de amor. Menos aún el Estado, que también es un contrato. A un contrato no hay que amarlo, pero sí cumplirlo, respetarlo. A eso quizá es a lo que se le llama ciudadanía, que es un concepto menos romántico pero más útil. Esa diferencia entre el ciudadano y el amante en sus balcones nocturnos es la que no ven algunos políticos. Es la misma diferencia que hay entre la ley y la estrofa, entre la nación y la raza. Sé que hay quienes aman a la patria, la que sea, pero yo lo veo como amar a una estatua, pigmalionismo, fetichismo de los objetos que sustituyen la presencia de otra cosa. Amar a una bandera, como amar la toalla que acaba de dejar la mujer desnuda, puede dar para un verso, pero la política basada en eso es sucedánea y hasta enfermiza. La patria enamorada, de Rajoy o de otros, es arrastrada por los cielos, es tendida en las plazas, es bordada por sentimentales o canallas, pero besa en la cama con un frío de esposa muerta. En realidad, yo no conozco patrias. Conozco gente y sus libertades, derechos, necesidades y sufrimientos. Conozco hasta una grada que se hace con todo eso y que se llama, a veces, democracia. Mi orgullo sería que esa democracia construyera justicia. No que sus vestidos adornaran la tarde, que sus palomas tocaran trompetas, que sus lágrimas espumaran el aire, que sus enamorados se mataran de amor.

14 de octubre de 2007

Somos Zapping 14/10/2007

La estrategia del asco. Mariló Montero ha llegado como más planchada a la nueva temporada de Mejor lo hablamos, pero el programa sigue teniendo tipificadas las dos mismas categorías de debate de siempre: el debate insustancial o directamente idiota (como el primero, sobre el caso Madeleine), y el debate que enfrenta a progres contra la carcunda de la derechona moral, como el que trató la asignatura de Educación para la ciudadanía o el de esta semana sobre la castidad. Bien pensado, éste entra en las dos categorías, todo un éxito. Vino con el de la castidad un notable descubrimiento para muchos, aunque no para mí (los vídeos de este personaje me los ponían en clase de religión en el instituto). Se trata de Jorge Loring, jesuita abuitrado, fundamentalista ante el que hasta Lefebvre parece un teólogo de la liberación, y que nos volvió a traer la religión contra las pajas, el pecado de los condones, el orgasmo como propiedad de los casados y otras burradas iracundas que andan aprovechando ya en los zappings (yo lo vi en El intermedio de Wyoming asustando como una momia). No hay que ser demasiado espabilado para darse cuenta de que en los debates de ese tipo, Mejor lo hablamos usa la sagaz estrategia de identificar a un bando con la izquierda-PSOE y al otro con la derecha- PP, siendo éste el que da miedo, por supuesto. De ahí los temas tan peregrinos (¿a qué venía eso de la castidad ahora?) y esos personajes cavernarios, tan impresentables que hasta Ramoncín se los come en la argumentación. Lo que a uno le sigue sorprendiendo, sin embargo, es lo que ayuda el mismo PP a esta identificación. Por qué el PP de aquí se enreda en puritanismos en vez de hacer política, es algo que no entiendo. No, no tienen la culpa los manejadores de este debate canalsureño. Ese supuesto centro que tira tanto a la beatería y al estreñimiento moral le pone en bandeja al PSOE muchos votos de simple asco. Ese asco que da Loring, por ejemplo, que a lo mejor es el mismo que puede dar Arenas cuando lo copia a él o a otras sotanas del mismo corte.

Socialismo con mantilla. Será por cercanía, pero lo que voy a contar creo que ha sido la respuesta más brutal que he visto al discurso de Navidad de Su Majestad Rajoy por parte de un cargo socialista. Recordarán que la semana pasada contemplábamos aquí la posibilidad de que la alcaldesa socialista de Sanlúcar, Irene García, después de aparecer en un acto de exaltación rociera junto a la primera edil de Jerez y el subdelegado del Gobierno en Cádiz, se vistiera de mantilla para amadrinar algo de Virgencitas. Pues sí, ha sucedido, antes de lo que esperaba y en otro acto mariano, una coronación canónica al aire libre, sobre una especie de zigurat erigido en un paseo, retransmitida igual de piadosamente por la misma tele local. Allí estaba la alcaldesa socialista de mantilla, en el Día de la Raza, entarimada con un obispo, un batallón de curas y un pasopalio como toda una platea, en una ceremonia en la que se diría que estaban resucitando a Franco o a Pío XII. No me digan que este nacionalcatolicismo socialista no va mucho más allá de los simples besos a las banderas que pedía Rajoy. Por cierto, una pregunta que me asalta mirando ahora el párrafo anterior: ¿A dónde irá ese voto del asco que también promueve este socialismo sacristanejo? Ay, cómo necesitamos en Andalucía a un Savater...

Hablando de niños. El programa no se llamaba Menuda noche, sino Los niños hablan. Y no lo presentaba Juan y Medio, sino al parecer Bill Cosby. En realidad, ni siquiera era un programa real, que yo sepa, sólo una parodia dentro de un episodio de Padre de familia, una de las series de animación más divertidamente bestias y gamberras que he visto nunca, aunque no llegue al nivel de South Park. Hilarante fue comprobar cómo el cruel retrato que habían hecho los guionistas en ese episodio era tan fácilmente transportable al programa de niños macacos de Canal Sur. “Exploten a su hijo por un viaje gratis”, animaba su promo. “Y ahora, una niña que salta a la comba con las trenzas de su hermana”, anunciaba el presentador. Sí, era tan exacto que yo creo que en USA también ven a Juan y Medio, y hasta al insoportable niño del tambor.

13 de octubre de 2007

Una 'Operación Triunfo' con macetas: 'Se llama copla' (13/10/2007)

N.A.: Texto original completo del artículo, que puede diferir del que aparece en la edicion impresa del períódico

Es el último intento de Canal Sur por devolver Andalucía a sus carromatos y a un tiempo de campanilleros, a la resurrección de unas esencias que en realidad terminaron ya como los guardias civiles con capote o como esas farolas de gas que alumbraban muy bien las tragedias de amor entre las clases y la majestad de los caballos con sombrero de copa. Hay diferencia entre la tradición y un desván sentimental de antiguallas, y esa diferencia está en la acumulación, en la exhibición, en la satisfacción, en la evasión en la que se regodean; algo así como una viuda o una actriz loca que se hunde en sus viejos ajuares, fotos y maquillajes, que eso sólo da pena y estampas de enterramiento en vida.

El formato Operación Triunfo está muerto como aquello de Gente Joven, y recuperarlo ahora con la copla, con toda la costurería y la tauromaquia de la copla, es como retrotraer la televisión a la radiofonía de Joselito, saltar de lo simplemente demodé a lo reverendamente carca, una doble manera de ser atrasados o ropavejeros. Se llama copla reúne muchos pecados éticos y estéticos, pero los éticos son los peores. De nuevo se le dice al pueblo que su arte y su cultura son aquéllos que no necesitan educación ni academia, una cosa racial, “intuitiva” como llega a afirmar algún miembro del jurado. De nuevo se le dice al pueblo que tiene bastante con eso, que tiene que estar satisfecho, realizado y orgulloso con esas sobras; que no necesita o no puede llegar al arte verdadero, a la cultura de tamaño universal, y además que eso constituye precisamente su esencia. De nuevo se le dice al pueblo que sólo se puede salvar por el carácter y el corazón, no por la preparación o el estudio.

Es ese futuro de los maletillas, de las niñas sin escuela pero con pájaros en la garganta o en el tipito, la esperanza de los pobres, la redención con la que sueñan amas de casa, lavanderas y panaderos. Hay en esas chicas del programa algo de novia buscando novio como único porvenir, hay en esos chicos algo de futbolista que quieren ser, hay en todos ellos lo que parece ser la constante de los andaluces: ser rescatados o elevados de cierta condición plebeya por el impulso de la propia sangre o raza. Lo vimos ya en los primeros castings, y luego cuando nos han querido retratar a los concursantes: señoras sacadas de sus cocinas, señores con la canción de la taberna, chicas sin más cultura que sus ojazos; pueblo pegado a su paisaje, a sus ferias, a sus romerías; gente sencilla con sueños de princesa y aquello de la copla como el oficio propio de su casta. No se empeña mucho Canal Sur, desde luego, en que los andaluces empiecen a querer ser otra cosa, algo más que limpiabotas que llegan a triunfar en ruedos o tablaos.

Se llama copla es una Operación Triunfo con macetas, acompañada o recubierta de una cecina pretendidamente idiosincrásica, vulgarota y pobretona, fuera de siglo como la achicoria. El resultado es que todos los participantes nos recuerdan a nuestra abuela, que todo el público queda como alfonsino y que el programa en general huele a cera. Por todo esto las galas parecen un mueble bar, los resúmenes vídeos de la boda de la vecina, los invitados momias, el jurado el de la reina de la verbena, las votaciones un rosario y todas las lágrimas las de una malcasada o las de un hospicio. No hay ni siquiera clases de verdad para los concursantes, sino sólo ensayos tras unos biombos, como si en vez de cantar fueran a enjuagarse el sobaco en el palanganero, cosa tan de época como sus canciones.

Al menos, tenemos que felicitarnos por que no hayan llamado a María del Monte para presentarlo. En su lugar está Eva González, muchacha muy mona y desenvuelta aunque resulte algo postiza. Con ella han pretendido hermosear de juventud un planteamiento ineludiblemente rancio, igual que al meter entre los participantes a mucha chavalería. Pero tanta gente joven travestida de otro siglo queda aún más triste o esperpéntica, algo así como los chiquillos disfrazados de jubilados de Juan y Medio. “La copla está más viva que nunca”, afirmaba Eva en la última gala. Vivísima, sobre todo si a los de siempre les interesa mantener al personal en el amodorramiento folclórico. En el elenco de presentadores tenemos también a Eduardo Banderas, muñecote habitual en las videoteces y reposterías de la cadena (esta vez no le acompaña Carmen Janeiro), tan metido en su papel que cuando nos anuncia un vídeo o canción saluda con una montera invisible. No fue él, sin embargo, sino otra chica que anda entre bambalinas, la que el otro día nos regaló esta joya que daba toda la altura del programa: “Hay algunos temas que para los concursantes son un handycam (¡sic!)”. ¿Handycam? ¿Esas cámaras de Sony? Se diría que también hay que acomodar el verbo a nuestra idiosincrasia, que tiene mucho de no saber hablar. Tampoco saber escribir le pega mucho al programa y quizá por eso la realización sobreimpresionaba “Me embrujastes” (sic).

De idiosincrasia, desde luego, están forrados los concursantes, hasta llegar al alicatamiento. Ellas, vestidas como de sofá con bata de cola, en el ramo de sus trajes, en el columpio de sus zarcillos, con las tetas ajardinadas y escalinatas por peinetas, todas como dedales decorados, son talmente la muñeca flamenca que vive en los tapetillos. A ellos (hay dos chicos) nos los ponen entre cowboys de gala y toreritos (“torero que no sabe hablar”, se le escapó a Concha Márquez Piquer de uno de ellos, y era cierto). Sin ese faldonaje crujiente y vetusto la copla no sería copla (“cuando me pongo los tacones, el vestido y la flor, soy otra”, decía una de las chicas), igual que sin sus dorados no serían nada Earth, wind & fire, grupo del que yo me acordaba no sé por qué, quizá por la asociación de ideas que me traían lo satisfechamente retro y hortera.

No faltaba ni la muchacha que llevaba cosida por dentro del escote una estampa que le dieron unas monjitas (Santa Angela de la Cruz, que igual cantaba), con lo que eso de la morena con relicario se hacía carne mortal ante mis atónitos ojos, embotados ya de topiquismos. Y es que el programa tenía también que reflejar la proverbial superstición del pueblo, esa santería de los abanicos que traen suerte o las pelusas de Fray Leopoldo muy rezadas por la madre, que tanto nos indigeniza. Tan proverbial eso como cierto guerrillerismo de nuestro genio, porque aunque alguna se empeñara en cantar que era la Carmen de España, y no la de Mérimeé, llegué a pensar que se avecinaba una pelea de cigarreras por los pelos cuando otra chica, golpeándose el pecho y manoteando, advertía esto ante la posibilidad de quedarse fuera del concurso: “Llevo mucho tiempo luchando y lo voy a conseguir, ¿eh?, y si no es ahora, lo que es pa mí no me lo va a quitar nadie”. Así defienden su plaza, su honra o su pan las mujeres andaluzas, y olé. Para remarcar esto, la gala culmina con el reto de un nuevo aspirante que llega de fuera, y que usualmente nos ofrece un duelo entre morenazas como por su hombre, entre la desesperación, el mordisco y la supervivencia.

Este desenterramiento de lo carca lo completa un jurado que es como un palco de torneo medieval o de Nodo: Pive Amador, productor que parece el Luis Cobos de la copla; Rosario Mohedano, ascendida macabramente al oficio tras el incienso de su tía; Hilario López Millán, que es un señor que vive a medias de opinar de corbatas y a medias del marujeo televisivo con incursiones en la telebasura; y un invitado figura que cambia según el programa (hemos visto a Lolita, a María Jiménez y Concha Márquez Piquer) pero que viene siempre con sus batallitas copleras o sus vajillas de familia como con baúles del Titanic, y que reparte puntos, guapuras y niveles de pureza como si los participantes fueran caballos.

Todo esto, pues, conforma el altar al que luego llega la copla con sus capotes enredados con escapularios, sus Vírgenes aparecidas a los toreros, sus civilones, sus hembras enrejadas, sus chulazos de puerto, su matarse de pena, sus cristianas decentes y su España cañí. Todo ese mundo de candelería, beatería, machismo, espuelas y cornadas, que uno no sabe qué sentido tiene hoy en día, no ya como pseudoarte, sino como pretendido fundamento, aún, de identidades y orgullos, y hasta como faro de la juventud. Es como volver a la literatura de cordel en la televisión, pero además haciendo patria, vistiendo muñequitas, aplaudiendo nuestra ignorancia y tejiendo con todo eso un mantón. O sea, lo que ya sabíamos de Canal Sur. Como decía Fernando Fernán Gómez disfrazado de gitanito en Morena clara: “La fetén”.

8 de octubre de 2007

Los días persiguiéndose: El cromosoma Chaves (08/10/2007)

Con su ciencia humanista y sus estrellas como cataratas redondas, como gajos o como émbolos, Carl Sagan fue el padre de todos mis vértigos cosmológicos y bioquímicos. Recuerdo que en aquel libro, Cosmos, con el Universo en un acuario, describía el núcleo celular como una “explosión de espaguetis”, y que los gráficos en los que el ADN parecía una escultura hecha con estanterías y las mitocondrias buques entre sargazos me impresionaron de chiquillo más que todo lo que leí luego en el Lehninger, tocho donde la biología molecular había deletreado su recetario. Con aquellos nucleótidos de Carl Sagan que tenían sabor a caramelo y con su narración de la leyenda de los cangrejos Heike, a los que la selección artificial terminó dando cara de samurai, entendí por primera vez la fuerza de la evolución, tan poderosa que podía darnos toda la variedad de la vida, aunque algunos le sigan otorgando el mérito a un viejo relojero, ciego según Richard Dawkins. No tengo duda de que el ser humano llegará a controlar su evolución biológica y que será la oportunidad o el arma más fabulosa y peligrosa que hayamos tenido nunca. Ni Prometeo, ni Frankenstein, ni los cabreos de ese relojero ciego o de su guardia pretoriana lo evitarán. Sólo espero que tengamos cabeza para manejar ese poder. De momento, Craig Venter ha creado el primer cromosoma artificial y con esas tenacillas empezará la revolución. Los pescadores japoneses “crearon” a los cangrejos Heike en apenas siglos, sin más que devolver al agua aquéllos que les parecía que tenían rasgos levemente humanos en el caparazón. Tenemos vacas lecheras y ovejas con abrigo gracias a un mecanismo similar. Ahora que la ciencia llega con sus sutilísimas cánulas a la fontanería más íntima de la célula y podemos empezar a vislumbrar el diseño a capricho de la vida, todo eso parece ya sólo una cosa achelense.

El motor de la evolución es la mutación, el cambio, y luego la selección que hace la naturaleza de esos cambios. Cambio y muerte, así se construye la música de la vida. El ser humano ha llegado a alterar su entorno a escala planetaria y ahora empieza a alterar la biología a escala molecular. El hombre, para bien o para mal, está ya dirigiendo con su voluntad ese cambio que mueve a la evolución. Es en política donde parece que no tenemos aún a esos doctores con ojos tan finos y lo que manda no es el cambio, sino el estatismo. O la inercia, que es otra ley de la naturaleza, en realidad la primera ley que hizo posible la ciencia, gracias a Galileo. Claro que a Pizarro le parece que no: “Chaves encarna el cambio permanente”, ha dicho, un poco presocráticamente. Podríamos recordar lo de Heráclito (ya saben: “todo fluye” y “no nos podemos bañar dos veces en el mismo río”), pero son dos frases que le encasquetó Platón y que además deforman muy bastamente su discurso verdadero. Pero yo a Chaves lo veo más parmenidiano, porque se monta en un carro para al final contarnos que el “ser” se opone al cambio y a la multiplicidad. Es el Chaves parmenidiano el que nos encontramos de nuevo candidato y el que no cesa en las tautologías. Pero Parménides resulta ahora tan antiguo como el peinado de sus musas, demasiado para que esté todavía definiendo la política de aquella forma redonda. Tan antiguo como ese Heráclito mal citado, porque en el río de Chaves, que se supone que nunca es el mismo según Pizarro, estamos hartos de bañarnos y de comprobar que suena y moja igual y nos sigue dejando con sed. Ya la ciencia ha ocupado todo el sitio de la filosofía, excepto la ética, y uno lo que desearía es que algún cromosoma inyectado en Andalucía hiciera bullir este aguado citoplasma. El cromosoma Chaves, que sólo se reproduce a sí mismo y no codifica más proteínas que la propaganda, debería ser desechado por la evolución o por la voluntad humana guiada por la inteligencia. Esperamos aún la puntería de unos doctores que den el jeringazo.

7 de octubre de 2007

Somos Zapping 07/10/2007

Si las pichas tuvieran ojos. Jesús Quintero ha vuelto algo zaherido, como un león pelado. Pero se venga haciendo lo que sabe hacer, lo que hace siempre y quizá lo que ya puede que nos canse un poco: ese león que ruge de sueño de manera idéntica y que lo caracteriza como aquellas películas también con león. Digo que cansa porque sus personajes veristas del pueblo, la taberna, el puesto de cupones o el cabaré provinciano van perdiendo su carácter velazqueño, ilustrador, pedagógico, culturizante de una cultura inversa, para ser otra cosa. O sea, frikis sin más, tal que el francés que canta sevillanas cortando jamón, como en una pesadilla diplomático-gastronómica. O simplemente, gente repetida. Quintero empezó a flojear cuando le dio una sección fija al Risitas y ya aquello parecía José Luis Moreno con Monchito. Ahora, se lleva un cuarto de hora hablando de pichas con ese llamado sabio de Tarifa, farero loco o loco de los vientos al que hace tiempo que le conocemos las sandeces, cada vez más profesionales, claro. “Si las pichas tuvieran ojos...”, se preguntaba. Más interesante fue la presencia de Paco el Pocero. Aunque le hizo una presentación casi heroica, yo creo que fue ironía o cebo para que luego el personaje diera él mismo su medida de pobre hombre con yate en la espuerta y bocatas de a millón. Luego, siguió con frikadas. El estilo de Quintero no cambiará, pero el elenco podría renovarse un poco. Llenar el tiempo con chistes de pichas me parece una opción demasiado desesperada para él. Eso sí, todos los programas de zapping tienen ya la papeleta resuelta. Quintero ha vuelto con las maletas llenas de tragasables y narizotas.

Teología municipal. Qué grandes enseñanzas nos regalan las televisiones locales, y a la vez qué placer morboso, casi de voyeur, al contemplar a los pueblos explayarse en sus privadas ridiculeces y pantufleos cuando creen que nadie los mira. Y si concurren, como es el caso del evento retransmitido, tres cargos socialistas alrededor de un ambiente extrañamente nazareno, ya ni les cuento. Un señor hincado de rodillas ante la majestad de sus horripilantes ripios, una cosa de rocierismo techado de angelotes y humedades, dos alcaldesas socialistas y un subdelegado provincial del Gobierno pietizados por el protocolo y la Blanca Paloma... En resumen, un pastiche teológico-cateto-municipal de calibre vaticano. Pilar Sánchez, alcadesa de Jerez, con el toisón de la cabeza cortada de Pacheco; Irene García, nueva alcaldesa de Sanlúcar, también con el trofeo de haber echado al PP y de tener la sombra política del padrecito Cabañas; y José Antonio Gómez Periñán, subdelegado del Gobierno en Cádiz, con el pecho de lata de los dogmas marismeños... Todos poniendo a las instituciones públicas bajo el manto de la Virgencita en un acto de hermanamiento rociero de pavorosa estética nacionalcatólica. Vaya con la laicidad socialista. Para colmo, a la alcaldesa de Sanlúcar la vamos a ver pronto de mantilla porque, si el sentido común no lo remedia, va a ser madrina (no como particular, sino como primera edil) de la erección de una estatua mariana en una plaza. Como si no colgaran ya del cielo y los balcones todas las Vírgenes que caben en la ciudad... ¿Cuándo y dónde aplica esta gente la laicidad? ¿En la intimidad?

Mensajes contradictorios. La Junta ha encontrado el remedio a los problemas de la educación, y no se trata de regalar lotería al profesor ni de enchufar a los chiquillos de dos en dos. ¿Cómo no caímos antes? Si queremos que los chavales estudien... ¡hagamos un anuncio! Sí, eso han hecho, un anuncio que le dice a la muchachada que “estudiando, tú ganas”. Una mezcla entre la publicidad de los embutidos de la tierra y el spot de Canal Fiesta Radio, que sin duda convencerá a los haraganes y a los desmotivados. Ay, la educación fracasó en el momento en que unos pedagogos flojones creyeron que se podía sustituir la voluntad por la motivación. Pero yo me pregunto qué pasará cuando el eslogan de esta campaña choque con aquel otro que, con rumor de olas y parecida ambientación, dice “déjate llevar por las sensaciones...”. A ver cómo procesan tanto mensaje contradictorio.

6 de octubre de 2007

Juguemos a las cortijadas: el nuevo 'reality retro' de Canal Sur (06/10/2007)

N.A.: Texto original completo del artículo, que puede diferir del publicado en la edición impresa del periódico

Majos de barbería, bandoleros con quesos, molineras de boda, niñas con cabritillo, corrales edénicos, lunas de romanza, pastoras con lazo, labriegos como barítonos haciendo de labriegos. Canal Sur no ha montado un intento de documental ni de reality show, sino una antología equivocada de lo andaluz como si la hubiera hecho un francés mezclando sin medida ni rigor la zarzuela con la cuchillería, los fandangos con las rebanadas, el locus amoenus con varios museos del traje, el sueño de una noche de verano con las norias de agua. Dentro de las postales, barcarolas, jardinerías de patio y cantarerías de lo andaluz en que se empeña esta cadena pública llena de rosetones del folclore e intrahistoria bucólico-analfabeta, un reality en un cortijo representa el colmo no sólo de esa especie de belenismo de lo de aquí en el que tanto se gustan, sino, lo que es más grave, de la trivialización, el dominguerismo, el caramelizado, el travestismo, el espantajo, la burla, el esportismo, la balletización de una de nuestras realidades más dolorosas. Este cortijo de 1907 les queda como una piñata hecha con el abuelo pobre, muerto y esponjado.

El cortijo es la catedral de nuestra miseria histórica, el nicho de paja de nuestros padres desfondados, la metáfora de toda Andalucía arrojada a un pozo de agua y cal. En el cortijo se fundamentan nuestra herencia de hambre, ese hambre del palo de la cuchara, nuestra incultura impuesta por el peso de las botas y mantenida aún como gracia, la diferente estatura de las clases que todavía se ven en la sombrerería de sus apellidos y yeguadas; en el cortijo se fundamentan el sabor a tierra de nuestra boca, la querencia a las manos negras y hasta el que el hierro de la industria nos resulte extraño como a hechiceros amazónicos, ese sabor a agua rara que todavía nos trae la máquina, la fábrica, la modernidad. El cortijo, establo humano, colchón de huesos del pobre condenado a la pobreza como a una postura, una pobreza que es un perro que olisquea en los lebrillos, que es todo un pueblo de espantapájaros con hoces, doblados por el viento y la patada.

A los andaluces habría que contarles lo que tenía el cortijo de baronía, de vasallaje, de baldamiento, de mocos, de horca, de chinches, de chiquillos como recuas, de frío por los pies, de eternidad sin salvación. Pero le ponen florecillas. El logo del concurso es una casa con florecillas que llueven igual que nieva en esas bolas de juguete con una ciudad dentro. Una casita entre flores como si viviera allí la familia Ingalls, en aquella santidad de pan en la que habitaban ellos como dentro de una fábrica de obleas. Florecillas y mariposas blancas que vuelan sobre el dibujo del cortijo como sobre una casa japonesa toda suavidad y papiroflexia, como sobre la publicidad de un ambientador o de un papel higiénico. Una colina de columpios, un trabajo de guirnaldas, un borriquillo que toma el sol, así son los cortijos sin novecentismo de Canal Sur. Todos los andaluces vivían antes en hoteles rurales, con la salud de las rebanadas gruesas y la alegría de los animales flautistas. La Edad de Oro con todo el sol del mundo aventado. Un azadonazo en el pecho hubiera dolido menos en nuestra dignidad.

Un viaje en el tiempo, así lo planteaban en el primer especial de domingo del programa. Pero Rocío Madrid y Fernando Ramos, vestidos más de violetera que de cortijeros, parecían guiris que llegaran a España con traje de luces. Un viaje en el tiempo que era más a un parque de atracciones con tema jornalero, una viaje en el tiempo como esas fiestas medievales donde no hay peste ni hambre, sino cerveza y parrilladas. Era el pasado pero imaginado por el animador de un crucero o un director de varietés, como el teatro imagina a los magos chinos vestidos de Fu Manchú. Así imaginaban ellos el mundo del cortijo, curioso y exótico como un mueso de la daguerrotipia o de máscaras tribales, ingenuo como las primeras escenas picantes del cine mudo, algo entre un safari de gallinas, un baile con cintas y la fiesta de una matanza. Saltaban del sepia al plató como desde esos cuadros con ciervos de los salones, venían como por el tobogán de su banalidad y traían la excitación niña de haber montado en pony o de que iban a montar, pues todo aquello del cortijo no podía ser sino caballitos para los chiquillos y rondallas para los mayores. Eso sí, Rocío Madrid decía que podían haberla mandado “a un sitio con más glamur”.

No ayudan los presentadores a que el programa de marras tenga un mínimo de decencia. Rocío Madrid, que pasó de entrevistar a los triunfitos a sonreír con las tetas en Crónicas Marcianas, es la estanquera de su tipito sin más sustancia que sus meneos. Fernando Ramos también viene de los bajos de la noche de Sardá y se ha revolcado por todo el pellejeo del corazón, con cuya pringue se abrillanta aún la melena. Y Rafael Cremades, qué decir de este hombre siempre rodeado de bollos del pueblo, de glorias de churreros, rebozado en una arcilla de harina, presentador de galas de saldo, de debates para memos, de mañanas palanganeras. Quiso explicarnos cómo era la Andalucía de 1907 y nos puso imágenes de gente bailando sevillanas, del comienzo del fútbol, de señoritos bebiendo vino, de damas en la playa. “Lo pasaban bien, aquéllos que tenían dinero, y otros tenían que buscarse la vida como jornaleros y tal”, contaba. “Buscarse la vida como jornaleros y tal...”, como si fueran hippies que venden collares o poetas bohemios o rebeldes de motocicleta. ¿Cómo se puede cometer la salvajada de decir semejante cosa de los que estaban atados a su pobreza sin remedio? Todo el asunto del cortijo les da a ellos para muchas gracietas, sobre todo a Fernando Ramos, que a veces parece Chiquito de la Calzada preparado para un sábado de discoteca. Pero hasta las gracias las paran con otras gracias: “Te has pasado dos cortijos”, decía Cremades.

Con semejante caterva, pues, este cortijo de Famobil va a su ritmo de zapatería entre incongruencias, embellecimientos o afrentas. No se puede aspirar a una seriedad documental (porque van de eso, de documental) sin más que colgar cuatro aperos y cuatro manojos en las paredes. Aquello no son las gañanías que realmente eran y las familias del programa parece que van a una feria o que son un coro de joteros. No ya en 1907, sino bien mediado el siglo, la gente de los cortijos vestía zurcidos sobre remiendos y harapos sobre harapos. En los primeros programas tienen que hacerse un colchón de lana, pero ¿quién los tenía? No, eran una tela de saco casi transparente rellena con paja de cebada, si se podía, y si no de trigo, aunque fuera más dura. Y a los temporeros que llegaban, les bastaba una estera donde hacían nido los bichos. Por la noche se tenían que atar con cuerdas los puños de las camisas y los perniles de los pantalones, para que no les comieran las pulgas. Ropa que se iba destrozando con el grano, aquella tela marinera que picaba, los mismos pantalones y chaquetitas para verano e invierno. Eso, y la suciedad endurecida, un poco de agua de un cántaro por el cuello y de vez en cuando medio lavarse en un lebrillo; y los chiquillos sin escuela o con la escuela del borrico, con su sabiduría de abuelo callado; y el trabajo de sol a sol, tan duro que al lucero del alba lo llamaban el matagañanes. Así era, hasta hace muy poco. No, no había mucho tiempo para organizar piñatas, como hemos visto en el programa, ni para excursiones a un lago como damas de Renoir, que también las han hecho (cantaban en el camino, qué ironía, “vamos a contar mentiras”). Y tampoco la comida era la de un mesón, la mesa llena de platos de barro con buen queso y patatas y carne y verduras que les ponen a los concursante. No, en el cortijo lo que había eran ollas de garbanzos, no más que garbanzos, pan, aceite y agua, y si había suerte algún higo.

Y claro, siempre, el temor del señorito. El señorito o su capataz o su arreador, que un día se enfadaba y arrojaba el sombrero al suelo y allí iba el pobre trabajador a recogerlo y a sacudirlo y a pedirle perdón otra vez sin levantar la mirada, antes de que lo volviera a tirar y él a repetir la ceremonia de la humillación. Hasta un actor haciendo de capataz han tenido la desfachatez de meter en el programa. Vino un día con gran anchura de huevos, poniendo muy bien cara de desprecio, a pedir cuentas por unas ovejas escapadas. Los concursantes le llamaban de don y se quitaban la gorra ante él. El pasado recobró su tamaño de injusticia y fue cuando la repugnancia de este espectáculo me sobrepasó.

Voten ustedes ahora por SMS, si tienen estómago, qué familia les gusta más. La familia que tiene asignadas las florecillas rojas o la otra que tiene asignadas las florecillas verdes. Vean que sacan la guitarra y bailan por sevillanas, que duermen cachorros, que hacen repostería, que celebran fiestas y ríen a la sombra chiquillos de picnic, labriegos como toreritos, señoras como felices posaderas. Qué tremendo insulto a la memoria. Hasta el nombre del programa suena a aniversario obsceno. De 1907 a 2007... Se diría que celebran un centenario de toda Andalucía como cortijo. Con lo que se ha sufrido aquí en un cortijo, con el llanto y la miseria y la vejación que nos han dejado los cortijos... Pero juguemos a las cortijadas, que tanto le siguen pegando a esta Andalucía que aún rebosa de señoritos y de sus reidores. Juguemos, a ver si es posible sin que se nos caiga la cara de vergüenza. En Canal Sur lo han conseguido.

4 de octubre de 2007

Los días persiguiéndose: Dos tonos (04/10/2007)

Al himno andaluz, himno de siega o de hambre, quieren bajarle dos tonos para que se cante mejor, en la tesitura del espíritu o del patriotismo, que es el tono de los futbolistas, de las diputaciones, de los boletines y de los domingos con alcalde como con organista. Estamos abandonando la política a los lobos y a los vivanderos, pero sin embargo nos da por renovar o transportar los himnos, buscarles letras, despertar a todos los músicos inspirados ya de invierno (el invierno es una sonata) para que sea eso lo que nos salve. Lo que no hace el Gobierno, lo que andan quemando por las afueras, lo que pierden las bolsas y lo que se llevan los poceros, quieren arreglarlo con una piñata de símbolos. Toda una comisión, concilio o cohorte artúrica anda buscando letra al himno nacional como inventándose un Evangelio, más que nada para llegar a las Olimpiadas, donde los himnos suenan a marcha nupcial y es verdad que parece que se casan los atletas con el país o entre ellos. Se diría que el que el personal se patriotice depende de que los héroes del pueblo contagien con su postura las ganas de ser un país, igual que contagian las ganas de rematar de cabeza esos anuncios con deportistas voladores. Se empeñan en el himno o se empeñan en las banderas, en que las banderas estén en su sitio y las atiendan bien los peluqueros de banderas para que enamoren con su presencia de señoritas con la falda volada.

No hay que menospreciar la pedagogía del símbolo, ni su fuerza, y un himno y una bandera son símbolos con tanto poder que han enfrentado a marinas y hasta a hermanos. Lo que no parece ni útil ni inteligente es que los símbolos hagan política y ciudadanía por nosotros, esperar que una rima o un estandarte aglutinen, conviertan, castellanicen o monarquicen a unos u otros por mediación del viento, el contrapunto o la magia, como si fuera aquella cruz que dicen que se le apareció a Constantino. Un símbolo también puede ser hueco y si no lo sostiene nada acaba en un paraguas de atrezzo. Este empeño de los políticos por centrarse en la ceremonia contrasta con las pocas ganas de dar auténtico sustento a esos símbolos. Yo no creo en patrias por muchos rizos que le pongan a las banderas ni por muchos soldados o damiselas que canten con fanfarrias o virginales. En lo que sí creo es en la idea de ciudadanía, que es una idea contractual (¿hay que volver a hablar del Estado como Contrato Social?). Los políticos atusan sus símbolos pero no los orientan a que signifiquen este compromiso cívico, sino que los hacen trapos sentimentales, escudos heroicos, pendones de guerra, retratos de una ideología, sellos de una identidad. Y éste es un pecado de los nacionalismos centrífugos, cada vez más fanatizados por el interés de la casta dirigente, pero también de cierto patriotismo español malcarado e ideologizante. Formen ciudadanos, no comulgantes ni forofos ni legionarios ni gudaris, y verán cómo el símbolo de esa ciudadanía no necesita imponerse con policía ni con banda de música. Poco dispuestos se ven los políticos a esto, sin embargo.

Quedémonos pues con un himno dos tonos más bajo, que lo mismo así resonará mejor con el alma andaluza, que es un arpa de cristal. Pero Andalucía pena y siente por otras cosas, y no tanto por la afinación de sus bandurrias. Aquí también renuncian cada vez más a la política por los epinicios. Quieren transportar el himno, que así se dice, alterar la tonalidad de esa partitura para hacer creer que nos modula el alma. Pero lo he probado y el himno más bajo sigue sonando a que falta pan y sobran melancolías.