Esta generación de deportistas triunfadores que sustituyó a aquellos futbolistas con boina y aquellos ciclistas con cabra que incluso ganando tenían cara de hambre; a aquella furia derrotista y aquella resignación del españolito compitiendo para perder, no vino como dice Yannick Noah del dopaje, sino del nuevo desarrollismo de la época de la burbuja, del “milagro español” que decían fuera, de la fiesta económica que ahora estamos pagando, y que no dio sólo brokers, poceros y concejales de urbanismo, sino carreristas y genios de la pelota. Son lo único que aún no se ha derrumbado del todo de aquella era sobrada, alegre y optimista, aunque parece que también les llega la decadencia. Nadal flaquea, Alonso parece que lleva unos años pilotando un autobús, el Barça mágico de Guardiola ha perdido la varita y eso lo sufre la selección, y a Pau Gasol puede que lo traspasen los Lakers, que prefieren a Dwight Howard, el pívot que hace que sólo quepan sus hombros en la zona. Se nos vuelven viejos o se cansan ya nuestros dioses del estadio, como esta España opulenta que despertó de su resaca con la cartera birlada y la factura de sus huesos rotos.
En la Cartuja, que pasó de centro del mundo a maqueta y luego a cementerio, volveremos a vitorear a los héroes en época de hambre, como en el franquismo. La Copa Davis ya no es como ganar Eurovisión, pero cada raquetazo querrá espantar a las moscas. El tenis es un deporte tan civilizado que el público guarda silencio igual que en la ópera. Es como el silencio de Rajoy ahora, entre los tiros de Europa y de la crisis. Si vencemos, nos darán una ensaladera vacía, una ponchera sin la alegría de algo dentro. Creo que es la misma ensaladera que se ha llevado Rajoy en estas elecciones. Una ensaladera vacía al sol cementerial del sur es lo quedó de la abundancia de España. Aún ganarán algo nuestros gladiadores. Aún sufrirá bastante el pueblo.
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