Sociedad estamental y feudal, vasallaje, Iglesia con Corona, juicios de Dios, derecho de pernada y sacarse brillo a la armadura, eso es lo que añora el conde de Salvatierra. Me sorprende que no llame a la Inquisición al ver unas gafas (“oculi de vitro cum capsula!”, gritaría, como en El nombre de la rosa). Este hombre debe de tener un sarpullido de alergia constante en este siglo, con democracia, derechos humanos, libertades individuales y máquinas infernales. Mira que tener que ir a los tribunales (así lo decía) en vez de simplemente sacar la espada... De lo que no se da cuenta Cayetano es de lo lejos que se encuentra él incluso de la visión más romántica del caballero, de aquel lema que decía que la nobleza obliga (a dar ejemplo, a ser honorable, justo y responsable), de que ser noble significa conducirse noblemente uno mismo y actuar noblemente con los demás. En ese cuento del caballero consagrado a defender al débil y luchar contra la injusticia, Cayetano no llegaría ni a mozo de cuadra.
Ahora hasta la Corona tiembla, aunque por culpa de los plebeyos que se le arrimaron. Pero eso nos avisa de que el rango sin virtud termina fácilmente huyendo apedreado en carruaje o con la tiara en una cesta. La aristocracia hoy sólo puede ser moral e intelectual. Toda esa otra de nombre y fincas no es más que una decadente excrecencia, y Cayetano lo demuestra. “El verdadero caballero es el que sólo predica lo que practica”, decía Confucio. También decía: “Si la naturaleza prevalece sobre la cultura, se tiene a un salvaje; si es la cultura la que prevalece, a un pedante. Sólo del equilibrio nace el caballero". Por eso Cayetano no es un noble ni un caballero. Es sólo un señorito. Un ridículo y petulante señorito.
1 comentario:
Los extremos se tocan, de ahí su abrazo con Sanchez Gordillo y Cañamero
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