Merkel vino como Diana, la de V, no sabemos si a ayudar o a comer
españolitos blandos y peludos. Me parece mejor comparación que la de Mr. (o
Mrs.) Marshall, porque aquel señor o alegoría nos hacía soñar con lácteos y
tractores, mientras que Merkel nos hace soñar con mazmorras, deshuesamientos y pesadillas
de lenguas y escamas. Merkel nos salva esclavizándonos o nos mata chupándonos
el caldillo. Más extraterrestre que hiperbórea, más de otra especie que guiri,
creo que Merkel se ha encontrado no con otro país, sino con otra bioquímica.
Aprovechando que hay sabios reunidos en Sevilla para mostrarnos la sopa viva
que somos por dentro, la gusanera microscópica que anda enredándose y haciendo
cremalleras en las células para que el cuerpo no se nos vierta como una carga
de estiércol, podríamos preguntarles si hay algo por ahí dentro que nos
distinga de los alemanes, que parecen de silicio. Pero la ciencia ya nos ha
dicho que las diferencias biológicas son anecdóticas y las razas, mentira. Lo
que sí queda es la conciencia sentimental, supersticiosa o políticamente cómoda
de los pueblos, las culturas y la historia. Nos tenemos por sureños o mediterráneos,
parece que eso nos gusta. Y una mujer como de sangre de amoniaco, con su
calvinismo de palo y su norte cristalizado en los ojos, nos vino a medir,
pesar, evaluar o engordar para la matanza. Y sin haberse leído La tesis de Nancy, de Ramón J. Sénder.
Ha habido
mucho cachondeo sobre el cuidado que había que poner en lo que veía Merkel de
España. Anda que si llega venir a Andalucía y se encuentra los palacios de la
Junta y su burocracia como zarista, o se cruza con una feria o una romería, o se
topa con ese comunismo de cebollín que asalta supermercados y subvierte el capital
meándose en los macetones de los bancos. O le ponen Canal Sur, o, aún peor, ve
el anuncio de Cruzcampo que dice que trabajar es cosa del norte… Los humanos
tenemos la misma salchichería en las células y el racismo es ignorancia aunque
aún tenga ese hijastro, el determinismo cultural, que nos mete en cajas como
nuestras verduras. Los pueblos, los países, terminan siendo lo que el ánimo de
sus ciudadanos y la determinación de sus líderes desea. No hay que volcar la
historia como una piedra ni renunciar a la sangre para eso. Pero aquí el ánimo
de los unos ha sido pereza y la determinación de los otros, ambición. Aquí, con
sol de hambre, sin comer nieve, la casta política se ha ocupado de recordarnos
lo afortunados que éramos siendo pobres y felices, mientras ellos se hacían los
dueños. Merkel llegó como con traje de apicultor al primitivo enjambre de
España y nos salvó o esclavizó con el manotazo de los dioses. No pasó por el
sur del sur, o se hubiera espantado. Pero Merkel no es un extraterrestre ni la Virgen
del Rocío de por allí. Simplemente, viene de un lugar donde se enseñan y se
cumplen cosas que aquí despreciamos y olvidamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario