Lágrimas
y espanto. Huesos de niños muertos, hogueras de
trenzas, padres que devoran a sus hijos, madres con el vientre seco de llorar,
la justicia y la venganza prestándose los hierros y las biblias… Como para que
la televisión no acuda. No sé siquiera si merece la pena insistir. La televisión
hurga entre los gusanos y los caracoles de los muertos, se bebe las lágrimas y
relame los cuchillos, dobla las sogas igual que abrigos y ajusticia en platós
como morgues. Aunque quizá escribir esto también sea recrearse enfermizamente
como ellos. Quizá elegir una metáfora con pajarracos o coágulos sea como elegir
un plano con un fundido de fotos de niños con sus cenizas. No abusemos, pues, pero
protestemos. Para Telecinco ya sólo tengo asco. Y en cuanto a nuestra
televisión, sabemos cómo le gustan los esqueletos, las explosiones y las
llamaradas, sobre todo para ponerlos delante de las incomodidades políticas. Y
esta semana ha habido muchas. Según la programación de mi grabador, el especial
Ruth y José: El desenlace sustituyó
en la parrilla a Veraneantes. Pocas
descripciones más exactas que este mismo tropo de la casualidad o la intención.
“El giro inesperado y sorprendente que hoy ha dado la investigación merece un
análisis sosegado y lo más completo posible”, decía Rafael Jiménez al iniciar
el programa. Sosegado, apenas un rato después de la noticia. Y completo, o sea abrumador
en lo iterativo, pues había poco más que un titular para un programa de una
hora. Pero era prime time y la gente
tenía hambre. Así que daban vueltas a las conjeturas y al horror. Y había mucho
para dar vueltas. Y para análisis de cola de panadería. Aquí no vi al mismísimo
comisario, como en otras teles, pero Toñi Moreno decía en su mañana de muertos
con café y tostadas cosas como “presuntamente todo premeditado”. Todos tenían,
a la vez, sentencias y garrotes para los asesinos y bordados para los muertos,
como si una tía abuela nuestra fuera sheriff del condado. Mientras, pasaban
otras cosas del dinero, la política y su suciedad contigua. Pero no traían
fotos de niños en camafeos, ni el merengue que hacen las lágrimas y el espanto.
Hasta yo he caído en la trampa. O no he querido escribir de nuevo sobre los ERE
porque eso me repugna aún más.
Magias
de perol. Le corren arañas por el pelo o uno se
las imagina, se ha vampirizado a sí mismo o es que sólo come velas, tiene su
calavera por fuera o el peluquero le ha hecho vudú, juega a las cocinitas con
los espíritus o lo hicieron a él en una marmita, es el ‘antes’ de un anuncio de
teletienda o es que su sangre es en blanco y negro. Me refiero, claro, a Sandro
Rey, un vidente como envenenado por sus propias chorradas que siempre me
encuentro en Metropolitan TV. En realidad, lo único seguro allí es que uno se
va a topar con Sandro Rey o con un tertuliano con camisa de rayitas (deberían
hacer sus debates en casetas de feria). Esto de la videncia televisiva, que es
como un lingo con los muertos, ha sumado la crisis de la TDT con el imperio de
la ignorancia que nos domina y el resultado es que los murciélagos te comen
haciendo zapping. Estoy de acuerdo con que las mancias y las magias de perol se
pueden considerar una especie impuesto a la estupidez, pero el otro día, con
este Sandro Rey, me pareció casi criminal. Lo de aventar espíritus o soplar
constelaciones para que te busquen novio o trabajo no deja de hacer gracia.
Pero que semejante tipo se atreva a pasar consulta médica, ya es otra cosa.
“Eso son las cervicales”, aseguró si más a una señora que le decía que le dolía
mucho la cabeza. Ea, ya está. Y a seguir barajándose la peluca. Menos mal que
pronto volvió el humor. Llama una mujer de Sanlúcar de Barrameda y Sandro le
adivina: “Ahí hay un traje de faralaes colgado”. Y la mujer le dice que sí, que
“por ahí anda”. “Es que esto es videncia –aprovecha para apostillar su compinche-,
porque fíjate que tú no conoces a esta mujer de nada y le has dicho que tenía
un vestido de faralaes, que no todo el mundo tiene, aunque sea de Andalucía”.
Apriétese usted las sienes para eso. Y concédase al conjunto una licencia
autonómica de TDT.
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