La
voz de los ciudadanos. Con sindicalistas o con
monjitas, todas las manifestaciones tienen truco. Se planean como una campaña
militar, trayendo en tartanas a mercenarios, payeses y devotos para que parezca
que una plaza es la boca o el vientre movedizos del país. Claro que eso no
menoscaba el derecho a la protesta, a aporrear la cacerola, a sonarle la bocina
en la cara al político, al financiero, a la monarquía o lo que toque. Yo hasta simpatizaba
al principio con el 15-M. Creía que su ruido de lecheros y el enfrentar mimos a
los maderos podrían servir para hacernos tomar conciencia de que esta
democracia es perfectible y esta partitocracia tremebunda no es la cumbre de la
evolución política. Luego se enredaron en sus propios tenderetes y ya no
sabemos lo que quedó. Por supuesto que podemos cabrearnos y salir a la calle, y
pintarles cuernos y signos del dólar en los ojos a los políticos con cara de
puchero, y gritar verdades o simplezas rimadas. Faltaría más. Pero decir que
eso es la voluntad popular, la voz del país, el Volksgeist que habla, la
democracia misma, eso no sólo es una gran mentira, sino algo muy peligroso. El
otro día recordaba Alfonso Lazo las palabras de Mussolini a su turba: “¿Para qué
queremos elecciones si Italia entera está aquí?”. Este sistema no es perfecto y
nuestros políticos y banqueros sin duda se merecen collejas y manteos en efigie.
Pero la democracia no se puede sustituir sin más por una mera dinámica de
multitudes callejeras. El titular de las noticias de Canal Sur para la
manifestación del sábado, sintonizando con su espíritu, fue éste: “La voz de
los ciudadanos”. De los ciudadanos. ¿De todos, de la mayoría, de un número
significativo? No. El sentido de esta torpe pero seria frase va más allá:
sugiere la voz del ‘alma’ de un pueblo, su ‘verdadera voluntad’ expresada por sus
elegidos, vanguardistas, héroes o ‘auténticos’ integrantes. Nos suena
demasiado. Es terrible, triste y macabro que estos sindicatos, partidos o paisanos;
que esta gente que sale a gritar “democracia” reventándose los ojales
desconozca lo que significa esa palabra que creen defender, hasta el punto de
colocarse casi al otro lado. Es entonces cuando pienso que quizá no haya esperanza.
Culebrones. No sé si suenan a despedida o a recochineo las promos y los regurgitados
que vemos aún de Menuda noche, con
sus niños mariachis, o de la copla, con sus pianos como la comodita de la
abuela. Lo primero va a desaparecer, pero se ha publicado que se negocia una
compensación en forma de otro programa. Juan y Medio necesita estas
compensaciones o si no su largo esqueleto puede desmontarse por falta de
suministro. O él entrar en graves tristezas como de Cristiano Ronaldo… Yo me
pregunto qué clase de ahorro es ése que termina en compensaciones. O es que lo
de Juan y Medio y Canal Sur no era un simple contrato profesional, sino un
matrimonio. En cuanto a la copla, parece que se recortarán moños o culamen, se
reconvertirá al formato gala / refrito de verano y se mantendrá aún más cutre
pero igual de larga y rancia. Y por si no bastara esto, ahora Ismael Beiro nos
trae otro programa de cazar por ahí talentos de plazoleta. Canal Sur se libra
de los culebrones sudamericanos pero mantiene el culebrón puramente andaluz, o
sea la planchadora cantante, el pescador de coplas a lo Antonio Molina y el pequeño
ruiseñor que se salva por el concurso de la radio patrocinado por una marca de
cuchillas de afeitar o pastillas de jabón. Debe de ser nuestro destino.
Exportación. En el Canal 24 horas hablan de la “ópera” (!) Carmina Burana y me pregunto si ya es el
efecto Bertín Osborne que se hace sentir en TVE. Sí, porque lo han fichado. Y
no sé si también a las Mamachicho. Otro de nuestros productos de exportación:
la pijicutrez hortera andaluza y sus humoradas con peste a desayunar anís.
Seriedad. No puedo
tomar en serio a Metropolitan Andalucía. Da igual lo graves que pretendan ser
sus tertulias: con Agustín Bravo presentando con pañuelo de bolsillo debates de
periodistas que llevan chaquetas rosas, es imposible prestar atención a lo que
dicen.
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