José
Antonio Sáenz de Santa María, aquel general todavía de cinturón alto que llegó
a mandar en la policía con la UCD, dejó esta conocida sentencia: “En la lucha
contraterrorista hay cosas que no se deben hacer. Y si se hacen, no se deben
decir. Y si se dicen, hay que negarlas”. A Umbral le parecía “una frase de
mármol histórico, escuela de cinismo político y realismo inmediato”. ETA ya no
es ese quiosco de la muerte en la calle, aunque le quedan el hambre
totalitaria, el matonismo ideológico y los tallos nacidos de todos sus cadáveres
ahogando cada cosa que dice. Pero la frase del general de bigotillo ya ha
traspasado aquella guerra para impregnar toda la política. Es el manual de
cinismo que aplican los partidos, los trinquen en un chanchullo en una feria
municipal o en sus ministerios con carros mitológicos cayendo de la azotea.
Esta
democracia nuestra, apresurada, posibilista, vino a ocupar sin haberlo barrido del
todo un franquismo que quedaba en las estatuas, los cuarteles, los maestros y
hasta en los edificios ministeriales de aquel Madrid de los paletos del Circular.
A mí me gustaba pasear por la Castellana y los Nuevos Ministerios, esperando a
una novia que trabajaba en el de Economía y que me hablaba de los ministros
como una suegra, cosa que tenía gracia. Aquellos edificios todavía parecían alquilados
a una monja o robados a una comandancia de marina, o lo eran. Y es que hicimos
la democracia como una mudanza, sin la costumbre ni la civilidad de la
democracia, con buenas intenciones y malos hábitos, y con más chaqueteros que
creyentes. Hicimos lo que pudimos para no volvernos a matar y nos salió una
transición a la modernidad un poco al estilo Curro de la Expo, con unos
partidos imperiales por querer hacer una democracia de bulto. Habiendo
conseguido muchas cosas, hemos terminado en el cinismo como política y en la
corrupción como sustento. No es que haya corruptos, sino que nuestro sistema ha
permitido que la corrupción sea fácil, indolora y rentable. No es que haya
corruptos, es que sin la corrupción los partidos se vendrían abajo con las
rodillas quebradas.
Que cada uno
coja sus nombres, sus casos, sus partidos preferidos, que se distraiga en pesar
la culpa, el asco, el interés, la indulgencia… Todos los que han tenido poder
están en el saco con sus monedas y gusanos. Todos están pringados porque
ninguno puede salir de la charca sin ahogarse. Pero se limitarán a seguir el dicho
de aquel general que pasó del franquismo a la democracia sin cambiar de
barbero, como hizo toda España. Los partidos no se van a suicidar amablemente
ellos solos. Habría que cambiarlo todo, pero el corral es de los zorros y no se
conocen buenas leyes hechas por los mismos condenados. Sólo UPyD parece
conservar la inocencia, pero no sé cuánto les durará. Y encima, nos pilla este
despertar en medio de una mortal cornada económica y social. No es fácil. Pero
se podría empezar por no aplaudir ni votar su cinismo.
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