Está bien que haya habido pioneros, autodidactas que abrieron el camino trabajándose concejalillos, marisquerías, carguetes, boites, ex ministros, noches, así a pelo, sin idiomas, masters ni título oficial. Hemos pasado una época fundante o precaria en la política en que a los conseguidores les bastaba la vocación, la voluntad, el don de gentes, la cara dura, los conocidos adecuados. Se criaban rozados en el ambiente, como esos niños incluseros que crecen en un burdel; maduraban entre los fluidos y olores palanganeros de la política y su dinero, en sus juventudes, en un sindicato lateral, en un despacho vecino o en la güisquería del final del día; hacían de cerilleros o recaderos o simplemente iban aprendiendo en la cercanía, observando, convidando, roneando. Y todos soñaban con su primera subvención amañada, su primer contrato a dedo, su primera comisión ilegal, igual que un chiquillo sueña con una bicicleta roja y brillante como un acordeón. Aunque otros ya nacían herederos y hacendados, con negocio de familia. Pero aun así era la transmisión como alfarera de una bella tradición, como una antigua receta de monja. Sí, han sido tiempos hermosos, románticos. El listo, el pillo, el cojonudo español sin más escuela. Les debemos mucho. Pero ya no se pueden hacer las cosas así. Urge que la Junta y el Gobierno regulen los títulos para este gran nicho de empleo. Así, con sus papeles, la nueva generación de una democracia ya consolidada se podrá presentar a convocatorias y oposiciones para negociar mordidas o mediar en un ERE con el que montar un negocio en el Caribe. Mucho mejor que ser product manager, que al final resulta que es vender máquinas de coser o hacer de comercial de champús.
15 de febrero de 2013
Hoy viernes: Nicho de empleo (08/02/2013)
Está bien que haya habido pioneros, autodidactas que abrieron el camino trabajándose concejalillos, marisquerías, carguetes, boites, ex ministros, noches, así a pelo, sin idiomas, masters ni título oficial. Hemos pasado una época fundante o precaria en la política en que a los conseguidores les bastaba la vocación, la voluntad, el don de gentes, la cara dura, los conocidos adecuados. Se criaban rozados en el ambiente, como esos niños incluseros que crecen en un burdel; maduraban entre los fluidos y olores palanganeros de la política y su dinero, en sus juventudes, en un sindicato lateral, en un despacho vecino o en la güisquería del final del día; hacían de cerilleros o recaderos o simplemente iban aprendiendo en la cercanía, observando, convidando, roneando. Y todos soñaban con su primera subvención amañada, su primer contrato a dedo, su primera comisión ilegal, igual que un chiquillo sueña con una bicicleta roja y brillante como un acordeón. Aunque otros ya nacían herederos y hacendados, con negocio de familia. Pero aun así era la transmisión como alfarera de una bella tradición, como una antigua receta de monja. Sí, han sido tiempos hermosos, románticos. El listo, el pillo, el cojonudo español sin más escuela. Les debemos mucho. Pero ya no se pueden hacer las cosas así. Urge que la Junta y el Gobierno regulen los títulos para este gran nicho de empleo. Así, con sus papeles, la nueva generación de una democracia ya consolidada se podrá presentar a convocatorias y oposiciones para negociar mordidas o mediar en un ERE con el que montar un negocio en el Caribe. Mucho mejor que ser product manager, que al final resulta que es vender máquinas de coser o hacer de comercial de champús.
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