“El sistema
financiero español es quizás el más sólido”, dijo Zapatero en 2008. No era
verdad. Y no es que nos hayamos dado cuenta ahora a base de sopapos y sustos.
Ya lo sabíamos antes, pero era el tiempo de ser ciegos, ambiciosos y felices.
La gente ganaba mucho dinero sin más que cambiarlo de bolsillo, la arcilla se
convertía en oro cuando una grúa decía 'abracadabra', los paletillas y las
dependientas se compraban adosados y todoterrenos y se hacían piscinas con
forma de riñón; y las cajas de ahorro financiaban oscuramente a los partidos,
les regalaban a los barandas autonómicos aeropuertos cementerio y lujos para la
propaganda, y sostenían negocios sin futuro para los arrimados del poder. En
Estados Unidos nadie quiso ver la mierda de las subprime y los derivados, y
aquí no quisimos ver que nuestro dinero era arena y lo manejaban banqueros y
especuladores que sólo miraban al día siguiente, y mandados de los partidos que
lo usaban para la gloria de su sigla y su estómago. La razón es la misma: mucha
gente ganaba mucho dinero. No habían olvidado la matemática, no era torpeza ni
desconocimiento, simplemente se hacían ricos tan deprisa como rockeros y se
volvieron adolescentes como ellos. Todo esto de ahora es una cojonuda resaca de
niñatos.
Recuerdo
cuando se empezaron a levantar las torres inclinadas en la Plaza de Castilla,
esa noria de autobuses sobre la que yo siempre imaginaba de chico que acababa
volcándose aquel gran depósito de agua que parecía almacenar más bien todo el
trigo de Arkansas. Aquella plaza ya tenía vocación de vértigo, y con aquel otro
desafío a la gravedad, creo que uno salía del metro agachando la cabeza como si
bajara de un helicóptero. Puerta de Europa, Torres Kio, siempre al borde de sí
mismas. Ahora tienen el logo de Bankia que parece despeñarse lentamente como
una cabra loca. Así de frágil y caedizo lo hicieron todo. Así era nuestro
sólido sistema financiero. Salvar el sistema, como sea. Se trata de eso. Pero
fueron los partidos con sus consejeros chusqueros y su sumisión al interés de
sigla los que ayudaron a la gravedad a hacer su trabajo en las cajas. Vale,
salvar el sistema. Pero, ¿y las responsabilidades? ¿Y los culpables? Los que
tienen nombre, desparecieron ya con su dinero. Pero en el fondo de este agujero
están también la financiación de los partidos y la aciaga herencia de sus
faraonismos y manejos. Por eso los políticos no hablan de culpables, porque
también fueron ellos. Todos ellos. Banqueros y brokers ambiciosos, consumidores
irresponsables, pero también partidos políticos con las cajas de ahorros como
ese bolsillo sin fondo, suyo y de nadie a la vez. Así hicieron esta crisis que
nos toca pagar y penar a todos, excepto a ellos. Salvar y reformar el sistema
financiero. ¿Pero quién reforma la gran comilona de la partitocracia? ¿Quién
nos salva y redime de su ambición?
No hay comentarios:
Publicar un comentario