Sandokán se presta tintes con Jesucristo, dice que es parte de Él, quizá le gusta la biografía que comparten un poco porque Cristo llegó de la paja a jefazo con el peluco de todo el Universo. En esos niveles la ley queda para la chusma. La única regla que reconoce Sandokán son su listeza y sus cojones, reglas con las que cree sinceramente que todo iría mejor. Su afirmación de que “el caso Malaya ha destruido España” ilustra muy bien esa concepción de la corrupción como especie de maternidad bienhechora para el pueblo. Sin gente como él, dice, no podríamos vivir. El dinero siempre crece sucio, hacen falta agallas, astucia y destreza para manejarlo y multiplicarlo sin asquitos, y ésa es su encomienda. Estoy seguro de que él piensa que no tendría que estar siendo juzgado, sino homenajeado. Resulta curioso la cantidad de gente que quiere salvarnos haciéndose ellos ricos primero.
Sandokán, el personaje de Salgari que se hizo pirata o bailarín contra el Imperio Británico, es uno de esos proscritos románticos obligados a pasar al otro lado y a usar la fuerza contra la injusticia. Era un príncipe depuesto, así que servía como metáfora de la lucha del poder legítimo contra el poder usurpador. Este otro Sandokán de aquí, que sólo le copió la peluquería, es lo contrario. Él representa ese poder usurpador, el veneno y la intriga que quieren someter a la ley. Él pelaba pollos y pensó que podía hacer lo mismo con pueblos, paisajes y cabildos. Los que creen que sólo manda el dinero son como los que creen que sólo manda la espada. Ésta es la época que nos tocó, la de piratas sin romanticismo, sin causa y sin enamorada. Sólo peladores de pollos que quieren quitarse la peste a corral con millones, mangazos y horteradas.
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