Han venido los Reyes Magos, con camellos o con caballitos de mar como Poseidón, tirando caramelos de piedra, regalando el oro de papel para envolver las mentiras. Han venido con negros pintados, decorados de pecera, tartas con ruedas, mangas boconas, colocón de glucosa, tronos de origami y chándal por debajo de las túnicas; pero han venido a una sociedad que ya no cree en los regalos, sólo en el sufrimiento. Ahora hay quien dice que el Estado lo estaba dando todo regalado y que eso no les funciona ni a los tres Reyes, cuya magia dura un día, sólo para los niños y, encima, mediante engaños. A nosotros la fantasía nos duró más. Pero el Estado del Bienestar, invento escandinavo como Papá Noel, no lo hacen elfos esclavos ni pajes con saca sin fondo, sino el puñetero y vulgar dinero. Si papá no tiene dinero, que se vista de gordo risueño o de camellero con tirabuzones no sirve de nada. Se acabó la magia, ahora vamos a pagar lo que traigan los Reyes y luego, además, los barrenderos de todos sus cartones.
Los Reyes Magos, simples empleados de mudanzas, quién creerá ya en ellos, en que te dejan bicicletas y escalextrics por un polvorón y un chupito de moscatel. Esta vez sí parece que su cometa es venenoso de verdad y anuncia el fin del mundo o de las cajitas de música. Aún recuerdo mi primera bicicleta, alta como una calesa, roja como una armónica, que amaneció en mi ventana. Entonces aún salían los regalos de los zapatos como el frío de mi boca. Ahora, los Reyes Magos parecen más cacos que otra cosa, llevándose la niñez y raptando a todos caballitos. Entre Reyes Magos y piratas, se me ocurre que el Estado o el Gobierno podrían ser otra cosa intermedia. Padres sensatos, quizá, simplemente. Los que no te dejan un tiovivo en el jardín, pero sí un abriguito y una enseñanza y una navajita para ir haciéndote mayor.
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