Aquéllos
sí parecían billetes de verdad, ferruginosos, fruncidos, pesados, como su
propio mapa del tesoro. El de veinte duros, viejo como Falla (nunca vi uno
nuevo) era un billete de muertos y se hacía arena en el bolsillo igual que una pequeña
momia. Luego había conquistadores que te daban en mano un doblón, reyes que te regalaban
su imperio en un sello o escritores que te pedían el dinero que representaban.
Eran billetes de bronce como sus estatuas, eran billetes como tapices reales,
como láminas de Doré. Dicen que si volviéramos a ellos, que sería como volver a
los galeones, no estaríamos así. Antes usábamos la devaluación de la moneda y
ahora sólo usamos a Báñez como pastorcilla portuguesa y a Guindos como Rodrigo
de Triana.
Cuando aquí
pagábamos con metal, gallinas y muelas, en Oriente inventaron el papel moneda,
o sea, el dinero que se basa en una creencia. Marco Polo se lo vio a Kublai
Khan y alucinó. Así nació el dinero como religión espiritista. Usábamos el de
mentira sin sacar el de verdad, enterrado en su mina. Pero aún tenía tacto,
peso. Hasta las acciones de bolsa eran de cartón y se adornaban como carrozas.
Aquí fuimos fabricando billetes que aún parecían las propias colchas del Rey, pero
nos los cambiaron por euros, que ya parecían otra cosa, el anuncio en un
autobús de un estudio de arquitectura o el DNI de un belga, que no sé si tienen
DNI. El siguiente paso fue que el dinero viviera en la Nube, que se dice ahora,
condensándose sólo en plástico y en píxeles, dependiendo de corazonadas y
suspiros como el amor de los chavales. Y además, sin tener ya bandera ni mascarón
de proa. Era como la atmósfera del planeta. Globalización, lo llamaron.
Globalizaron
el dinero antes que la ley y la política, por eso está como está nuestra Europa,
comandada por sus cabezas cuadradas, donde pobres y ricos, adustos y festeros, intentan
llevar las mismas cuentas, que es como fingir que todos volvemos al latín. Sobre
el dinero ya no podemos decidir nada solos. Lo que ocurre es que el dinero no
tiene frontera ni fuero pero los hombres aún se gobiernan con patrias y
pueblitos del alma. Así nos va. Y esto permite a los políticos locales, además,
elegir virtud para ellos y culpa para los forasteros: la Junta puede decir que los
presupuestos vienen con tijera por Rajoy o Merkel, pero que lo que han rebuscado
o estirado como esa madre apañada es gracias al Gobierno andaluz. Aquel dinero un
poco pirata o pintor de la corte, o este dinero como un cupón de Ryanair o un
emoticón de Internet… Ya no es nuestro del todo, sí. Pero aún hay política.
Sartre decía que la libertad es lo que hacemos con lo que nos han hecho.
También gobernar es lo que hacemos con lo que nos han hecho. O dado. Con billetes
de mosquetero o de astronauta, aquí hemos seguido siendo pobres. Y esa
responsabilidad, si se es decente, no se debe traspasar a la Nube, a los
chinos, a Merkel ni a Don Manuel de Falla con su cara de media peseta.
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