Ahora
que el cucurucho del cielo se derrite sobre los árboles y las cabezas, que
colgamos cerezas de las constelaciones y ponemos orejeras a las ardillitas, no
estaría mal recordar que aunque queramos atraer con luces y cornucopias la
abundancia de la Naturaleza, esto no va a volver a ser la fiesta de patinadores
en el dinero, con cada ayuntamiento como el Rockefeller Center. El dinero se
pescaba en las alcantarillas o se sacaba del Estado como del algodón de la
barriga de Papá Noel. Pero el dinero se acabó, se lo comieron los políticos,
los que hacían cola ante ellos para sacarles un contratito con mordida, las cajas
de ahorro que eran la bolsa sin fondo de los partidos, los bancos lujuriosos
que regalaban préstamos porque luego los revendían, y también los particulares
que vieron normal que les ofertaran duros a tres pesetas y les dieran encima
una ruló. Dinero no hay y sacar campanillas y cojitos de Dickens para que Papá
Noel Estado haga magia por pena no sirve, porque Papá Noel ya es otro pobre
haciendo caldo de su calcetín. Aunque su pobreza la reparta de una manera rara.
En
estos días pedimos a las estrellas hechas de galleta, a los dioses niños y las
sagradas familias como un ajedrez oriental, a Santa Claus que quizá sólo es el
de Cruzcampo y al calvo de la lotería que parece James Bond con pompas de
jabón. Pedimos, pedimos, para que desde el cielo o el Estado nos llenen el
cestillo, como si el dinero lo fabricaran gnomos con suspiritos de hadas. Pide
la Junta y pide Valderas, que es el más creyente y no deja de rezarle a Rajoy. Pedimos
mucho y hacemos poco. Rajoy no sólo se está equivocando, sino que, aunque
parezca el Grinch, tampoco quiere acabar con la religión de la partitocracia, que
sería como acabar con la Navidad y las bicicletas, con la infancia feliz del
españolito atetado a una sigla. Esto se demuestra en que se recorta en sanidad
y educación antes que desmantelar las televisiones públicas de partido; o en que
nos fríe a impuestos para que las autonomías mantengan su aparataje clientelar,
su propaganda, su esplendidez administrativa, sus rebabas y sus mitos. Parece
que hay poco dinero para fiestas de meter el culo en champán, excepto las de
ellos. Me pregunto si con la crisis también hay menos políticos, o al revés.
Hablamos
del frío, los milagros y el hojaldre del dinero, pero no tanto de la pesantez y
el hambre de nuestros partidos. El modelo territorial no es tan importante como
el modelo de partidos. Mientras sigan sintiendo que ellos, su arborescente e
insaciable estructura, su larga caterva de arrimados y convidados, tienen derecho
a vivir a tutiplén a costa del Estado, cualquier intento de racionalización del
gasto será inútil. Rajoy no es el Grinch ni Scrooge. Es otro funcionario de la
partitocracia piramidal, con muchos hijos piando de hambre y rascando todas las
ventanas con escarcha de España.
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