Los
debates territoriales siempre son mejores si hay hambre. A falta de pan, las
banderas hacen de cuna y migajón. Sólo un dolor de corazón distrae de uno de
tripas, por eso andan ahora con lo del ataque a las autonomías, con las épicas
del 4-D o de un nuevo 28-F, por eso nos reviven las estatuas cagadas, los
héroes de la pana y las revoluciones históricas de la rabia, la alpargata y el
alpechín. Griñán llama a una “movilización” para un “pacto por Andalucía”, o habla
de confusos federalismos ontológicos, y yo no sé muy bien a qué se refiere,
pero sé a lo que suena: a canción sentimental para matar el hambre, a nanas de
la cebolla. Por aquí ha gustado lo de la Diada catalana, lo de la guerra de un
pueblo puro contra vikingos violadores. El PSOE andaluz se ha dado cuenta de
que, ante los enemigos románticos, la gente se olvida del frío que nos toca el
violín con los huesos y de la ruina que nos rellena de paja el futuro. Por eso
hay llamamientos desde las colinas, se tejen estandartes con nuestro
martirologio bordado como un corazón de Jesús, se pasea el alma de Andalucía en
su tronito de caña, se pinchan los ojos del enemigo en efigie y así queda
dibujado ese paisaje de guerra en el que la miseria es heroicidad y el dolor,
resistencia. Por tanto, no sólo son desdichas justificables, sino orgullosas.
Sin
embargo, si regresaran los partisanos del 4-D y el 28-F con el mismo espíritu
feroz, la misma trenca por pijama y la misma barba mojada en sopa de pobre, no
se pondrían a aplaudir en Canal Sur, como cree Griñán. Les gritarían a la cara
a los que gobiernan Andalucía que esta autonomía se luchó para terminar con el
hambre, el paro y la incultura; para que nadie volviera a contemplar al andaluz
ignorante, miserable y sometido, digno únicamente de lástima, conmiseración y
sobras. Les recordarían eso y, lo que es más grave, que no lo han remediado en
30 años. Sí, para eso era aquella lucha, no para que montaran una mercería de
banderas ni un comedero de pajarracos a la sombra de las columnas de Hércules,
que sólo parece el peluquero de sus leones. Mientras no acaben con esa miseria
que aún está agarrada en nuestras uñas, en nuestra garganta atravesada por
astillas, en nuestros ojos cegados con sal, todo lo que sigan haciendo nuestros
gobernantes pidiendo federalismos heráldicos y montando casitas de papel o
festivales o repostería con el orgullo y la épica del andalucismo, todo eso,
digo, será nada. Sólo nanas de la cebolla, el hambre del pueblo que a los
políticos les escribe canciones cosacas pero a nosotros nos deja un hielo en la
boca como un turrón de luna. Lo mismo nuestra urgencia no es el federalismo, ni
un poni verdiblanco para niños, sino unos partidos que demuelan las pirámides
que son y unos políticos que sirvan a sus electores en vez de a sus jerarquías.
Y un pueblo que no se duerma con nanas, sino con su hambre de pan y justicia y
luz, esa hambre como de leche y madre, por fin saciada.
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