El
Rey, como bombardeado en su propio despacho, caído desde el caballo de su
cadera, de pie por razones médicas o por mostrar en cabestrillo la propia monarquía,
habló de “alta política” en el país de los mediocres, los miserables, los
ambiciosos y los corruptos. Para eso ha quedado, para hacer discursos de miss
con los gusanos saliendo de sus cuadros, del bodegón que es la institución. Que
venga el Rey a hablar de alta política aquí, que se lo diga a Mario Jiménez, a
Susana Díaz, a Griñán y hasta a Zoido, que aún saca el bonobús cuando tiene que
hacer de líder del PP andaluz. Mucho pedir, me parece. Cada vez que vemos a
candidatos de los partidos postulándose, retándose o empujándose, siempre sale
alguien diciendo que en realidad los nombres no importan, sólo las ideas, el
proyecto, el equipo, las sinergias y otros telares comunales de moñas. En
realidad, creo que nuestros partidos piramidales matan igual a las personas valiosas
y a las ideas de altura, ya que sólo se sube callando, tragando y obedeciendo,
y sólo se permanece sabiendo repartir, contentar y estarse quieto. Familias y
facciones que mantener entre la lealtad, la traición y el prorrateo. A ver qué
política de altura vamos a sacar de ahí.
Un
Rey escorado, un Rey encallado, un Rey de madera nos canta villancicos, nos
habla como un abuelo con galletas, y yo no sé si tirar hacia el cinismo o la
conmiseración. Política de altura, sí… Y la paz en el mundo. Ahora Griñán
vuelve a azuzar a Rubalcaba, apremiándole a que diga pronto si se tira por la
borda o sigue pilotando el buque fantasma, aunque las dos opciones suenan a
estar igual de muerto. Y Zoido resulta tan increíble que aún nos planteamos si
es más líder el espectro que le cedió las llaves. Las personas son importantes
en los partidos porque con las mejores personas tendremos sin duda los mejores
gobiernos. Pero estamos lejos de ver a los mejores dirigiendo nuestra política.
Los que están son herederos de otros (como Rajoy, Griñán y Zoido), sustitutos
de urgencia, desechos de tienta, hijos pródigos o esbirros elegidos para adular
al pueblo en el idioma de tontos que nos han asignado. Y para qué hablar de los
segundones… El ciudadano no puede elegir a los mejores porque los partidos
sacan otra cosa: un tirillas, un posturitas, un demagogo, un bedel, un señor
del Greco, un encerador de palacios, un payasete de las palabras, lo que les
sale a ellos en sus subastas internas. Seguirán las peleas de nombres porque
las ideas se hacen luego con las encuestas. Pero los nombres vendrán todos de
la misma pecera de fango.
El Rey en su
portalito de Belén, en el goya en que vive, tieso como ese fraile barométrico
que daba antes el tiempo en las casas, nos habla con lengua de turrón y pide pomposamente
la política que no hay. Cuánto cambiaría todo si, simplemente, tuviéramos la
oportunidad de poder elegir a los mejores.
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