Simiente
mental. Diego Valderas, grumete de la Junta, paseante
descolocado entre el vientecillo de la calle y las papales suavidades del
despacho, está haciendo una política de revolución radiofónica y de tirar
parados contra los escaparates a la vez que alimenta, sostiene, despioja y
abrillanta la plata al PSOE andaluz. La izquierda antisistema dentro del
sistema no puede dar más que pintadas y carriles bici, mientras se quita el
hambre tragando pelusa de las alfombras, colocando mochileros en oficinas
intermedias y soñando con aumentar sus votos. La verdad, no sé para qué quieren
votos si ellos no creen en esa trampa del sistema, sino en la lucha, en los
contenedores bocabajo y en un barbudo que pare un convoy de hormigoneras. O
puede que digan eso, pero luego quieran lo que todos, ese calorcillo de mamá
osa de la política institucional. El caso es que Valderas estuvo en La noche en 24 horas, de TVE, intentando
lidiar con todas esas contradicciones como con su peluca de mármol. Valderas se
atranca mucho, no sólo con las ideologías y sus cancillerías, sino con el
idioma y con la lógica. Con Valderas siempre es como si hablara un entrenador
de fútbol sala, o algo así, al que han hecho Vicepresidente de la Junta. O es
el signo de estos tiempos, con esa izquierda desmadejada, con esa revolución de
candeladas de la gente, los cristales o la inteligencia; con esa decadencia de
la política exhibiéndose despelotada. Y suelto toda esta retahíla porque Diego
Valderas, Vicepresidente de la Junta, en la televisión pública española, resumió
todos sus afanes y planes en esta frase: “Tenemos que ponernos en el tema del
hecho de gobernar”. Imaginen el gobierno que pueda salir de semejante simiente
mental. El que tenemos, vamos.
Sonreír,
acariciar, no protestar. Juan y Medio es ese
sillón de todos los abuelos y niños. Yo diría que es el sillón de toda
Andalucía, en el que nos vemos, pequeñitos o ancianos, formando parte de la
misma eternidad sentada. Él quiere hacer el bien como a cucharadas, ayudar, dar
cariño, pero como con la condición de que no se muevan del sillón, de que se
queden como están, de que todos nos quedemos como estamos. Así que todo es un
tributo y una recapitulación de las gracias o desgracias que nos hacen lo que
somos y que ni se replantean ni se resuelven más que en el confort o la
chuchería, en unos pies que se rozan para el viejito o en una pandereta para el
niño. Hacerlos felices para que no den la lata. Por eso es un icono del
Régimen. De los mejores, de los que sonríen y acarician y no protestan. El otro
día le dedicaron un homenaje en el programa, por su cumpleaños, y yo pensaba en
eso y en lo que ocurrió hace poco, cuando hablaba con una discapacitada que
decía sentirse muy “útil”. “Eres útil –le contestó él-. Con la cantidad de
inútiles que hay. Que conocemos unos pocos, ¿eh? Menos mal que esa gente, me
quedo tranquilo, que están en el Gobierno y entonces no...”. Gente que sonríe y
acaricia y no protesta. Al menos contra la Junta. Porque si tiene que hacer política
ante toda Andalucía sentada y enternecida, ya sabemos hacia dónde tira.
Alemanes
sevillanos. Falcón
es esa serie como de alemanes haciendo de sevillanos que se ha inventado ahora Canal
+, en rara coproducción con unos guiris que conocieron en un crucero. Es vulgar
en el concepto (serie policiaca sin ninguna originalidad) y pastosa en lo
visual, pero lo peor es que es simplemente increíble. Transcurre en Sevilla,
sus personajes se supone que son de allí, aparecen pasopalios y azoteas y bares
de tapas, pero la gente, los diálogos, son como de Düsseldorf o Estocolmo. Escenario sevillí, pero actores
extranjeros, doblaje castellanísimo y una producción que se ha documentado en
un tablao. Sólo falta Tom Cruise interpretando a un torero. Un ridículo que
sorprende tras la estupenda Crematorio.
Pero esto nos enseña lo difícil que resulta comprender esta tierra desde fuera.
Tan complicadamente exóticos, tan dolorosamente inimitables, como si nadie más pudiera
ponerse encima nuestras cicatrices.
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