Valderas,
vicepresidente tangente de la Junta, se ha ido a Palestina, entre ese empedrado
de religiones, sectas y cráteres que es Oriente Medio. Es un sitio raro para
que peregrinen los comunistas, tan ateazos y laicos, allí donde todo está definido,
gobernado y rodeado por las religiones. Yo creo que se ha ido no como político,
comerciante ni filántropo, sino como un romántico, y por eso ha visitado la
tumba de Arafat como si fuera la de Chopin. Esta izquierda que se llama
verdadera es esencialmente romántica, melancólica y fetichista, y guarda en su
ideología rizos de amores muertos y violines o metralletas que tocaban sus teólogos
de la política y sus novias guerrilleras barbudas. Uno de los fetiches de esta
izquierda es Palestina. En aquellos lugares hay demasiado horror repartido para
echar las cuentas, pero a la izquierda romántica le basta con compartir
líricamente enemigos legendarios: Israel y Estados Unidos, en los que ve el
capitalismo con todos sus tigres y muelas de oro. Por lo demás, no sé si las ideas
de un jihadista de Hamas sobre la igualdad de la mujer, por ejemplo, podrían
considerarse muy de izquierdas. Pero Valderas no va a ponerse a discutir por
esto. Estropearía ese romanticismo que hay siempre en la guerra y el odio en
compañía, que hacen como una sonata a cuatro manos.
Valderas
se va a Palestina, igual que se iba Zarrías para regresar envuelto en pañoletas
como un tratante de camellos. Ha ido para inaugurar allí una Casa de Andalucía,
sucursal de sus nostalgias y nuestras lozas. Sin embargo, lo más grave de esta
izquierda no es que se vaya de caro viaje a ver a sus novietas, sino que ya no
es capaz de gobernar o actuar más que en un degradado plano simbólico, sobre el
fetiche o el mero perfume de lejanas ideas o alegorías. Entre el romanticismo
neurótico de IU y la desgana o incapacidad del PSOE-A, la Junta se puede pasar
la legislatura llevando ramos de flores a sus héroes aviadores y versificando
glosas a la Autonomía. Pacto por Andalucía, propuestas federalistas, invocaciones
igualitarias, guiños a lejanos pueblos hermanos castigados… Griñán no quiere un
Pacto por Andalucía, sólo que pase el tiempo. Ni arreglar España liderando
ningún federalismo simétrico, asimétrico u ojituerto. Tampoco Valderas pretende
solucionar el problema palestino, menos él con su verbo desgreñado. Simplemente,
hacen lo único que pueden o saben hacer: abrillantar arpas, besar tumbas, abrazar
campanas, poner visillos en los sueños, gritar en la niebla, volar cometas por
el mundo. Fetiches, iconos y pantomimas, todos vacíos como un dedal. Los unos
porque no tienen más que mitos, los otros porque no hacer nada es lo que mejor
les ha funcionado. Valderas peregrina a otro continente para abrazar sus melancolías.
Griñán salta de barco fantasma en barco fantasma. Y mientras estos románticos
tejen las nubes, Andalucía se muere así como tocando a Chopin…
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