Gordos
idiosincrásicos. Canal Sur es el mal. Mira que
poner a un cocinero a presentar un programa de gordos… Porque La báscula es un programa de gordos. Gordos
ansiosos, tiernos, amerengados; gordos de gracieta y cucharón, gordos
carpantudos. Un programa de gordos con lo que eso tiene de exhibición,
lastimita y secreta satisfacción. Sí, esa satisfacción morbosa que hay en castigarlos,
en quitarles los bollos, en verlos arrastrar el culo en el gimnasio. Por su
bien, claro, aunque esa frase unida al escarmiento siempre resulta algo
lúbrica. Pero seamos justos. La báscula
no es lo de María del Monte, aquella Operación
kilo que buscaba gordos de tebeo. En La
báscula se habla de salud, se intenta concienciar sobre la importancia de
los buenos hábitos alimenticios y del ejercicio, aunque hacer drama y premio
con los kilos tiene mucho de espectáculo de matadero. Por cierto, una
participante perdió 6 kilos en la primera semana y la gente aplaudió gozosa, aunque
a mí no me parece muy sano.
El programa tiene la grasilla de todos los
realities, un nutricionista espídico, una caricatura del sargento de La chaqueta metálica y un presentador, el
chef Enrique Sánchez, que se maneja bien y pone caritas de esa madre que te
freiría un huevo porque ve que te has quedado con hambre. Tiene el programa, en
fin, buena intención. Aunque me lleva de nuevo a mi teoría del hambre
idiosincrásica, a esa religión de la comida de los pueblos pobres, esa ansia
rebañadora de comer por todo lo que no pudimos comer antes o no podremos comer
después, esa hambre que nos hace gordos de verdad o gordos sociológicos porque
es insaciable, porque son nuestras históricas carencias sustanciadas en manteca
o en sueños jamoneros. Pensé en esto también hace poco viendo Andalucía directo, cuando nos enseñaban
la costumbre que hay en Trigueros de sortear entre los vecinos unos buenos
cochinos que pasean por el pueblo precedidos de pito y tambor como un santo
patrón. Tener de santo un jamón, a eso me refiero. Ojalá todos nos volvamos muy
sanos, pero, sobre todo, ojalá un día se nos pase esa hambre eterna que sólo
tienen los pobres.
Regular
la estupidez. El Consejo Audiovisual Andaluz ha
pedido al Ministerio de Industria “endurecer la regulación para los espacios de
videncia en radio y televisión”. Sin embargo, parece complicado, y no sé si
conveniente, regular la estupidez y su libertad para acceder a las chuflas o
estafas que decida. La verdad, no puedo estar de acuerdo con esta propuesta,
salvo que sirva para que los videntes o videnciados paguen más. Alguna vez he
dicho que los programas de videncia funcionan como impuesto voluntario a la
estupidez y me parece muy bien que la idiotez al menos aporte algo a la economía.
Aparte de lo divertidos que son, claro. Metropolitan Andalucía, en sus largas horas
de velones, amuletos, soplidos y loras adivinas, cuenta con el mejor programa
de humor de la tele. El otro día vi a una de estas videntes, vestida como la
novia loca de un druida, removiendo el agua de una pecera con la mano para
solucionar o espantar algo. Una señora había llamado por una cuestión de amor.
“Aquí hay algo que empieza ahora, aunque tú ya lo conoces”, dijo la vidente.
“Es que es mi marido”, le contestó la señora. No, que no nos dejen sin esto.
¿Qué sería lo próximo? ¿Acabar con los informativos de Canal Sur? ¿Con los
programas cofrades? Inadmisible.
Aparición. Apariciones en las noticias alrededor del Pacto por Andalucía:
Valderas: “Me parece muy difícil que, con la política que está desarrollando el
Gobierno Central, el PP tenga cabida dentro de este acuerdo”. Mario Jiménez:
“El (sic) PP siempre le ha costado mucho trabajo incorporarse a los grandes
acuerdos que han permitido sacar adelante a Andalucía”. Hasta aquí, nada sorprendente.
Lo que me asombró fue que luego sacaran a UPyD, el partido invisible en Canal
Sur. Martín de la Herrán, con sus propuestas en la mano, como un trompetista solitario
ante San Telmo, no habló, pero allí estaba. La cuarta fuerza política de la
región. Que sea asombroso es, en realidad, lo que asombra.
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