Crónicas
de un pueblo. Me acuerdo de Crónicas de un pueblo, con su alcalde perpetuo, su cartero
sacerdotal, su cabo de la Guardia Civil, su cura con magdalena y sus bicicletas
como estamentales. La serie la diseñó el franquismo terminal para divulgar aún los
principios del Movimiento y teatralizar de manera amable aquella sociedad
inamovible y escalonada. Un pueblo pequeño era perfecto para que los personajes
alegorizaran las fuerzas vivas de la época, con roles y espacios perfectamente
definidos, el orden natural que la dictadura había repartido en boticas,
sacristías y mecedoras. Arrayán
también se pensó con un objetivo. Lo han reconocido hasta en las noticias, cuando
hablaban del final de la serie como si se parara una cascada o un planeta: el
objetivo de Arrayán era presentar una
Andalucía “moderna”. O sea, de escaparate, según los cánones de la propaganda del
poder político. Así que alrededor de ese hotel que representaba (como el pueblo
franquista) toda la sociedad en un solo y limpio estanque, nos sacaban muchos
negocios de metacrilato, guapos y guapas de empresa, azafatismo sociológico, vidas
entre ficus, portátiles en cada mesa y sin venir a cuento (como en el Consejo
de Gobierno), ambiente de congreso, sol de oficina, un Nueva York en el hall y,
claro, algunos personajes humildes (dignos y nunca demasiado pobres) con sueños
que se cumplen al final. Hasta los mecánicos salían con monos impolutos, como
si trabajaran fabricando chips. En Arrayán
hemos visto hospitales con habitaciones individuales decoradas como un loft y logos
de la Junta y el SAS en carteles y sábanas; hemos visto al director del hotel hacer
discursos zapateriles sobre la crisis y meter el referéndum sobre el Estatuto
en los diálogos... Arrayán ha sido el
culebrón de la Junta. Del Régimen. Pero su intento de modernidad quedaba ridículo
como quedaba en Betty la fea una Colombia
donde sólo había áticos, modelos, diseñadores y cócteles. Es esa modernidad
sobrecompensada de los subdesarrollados, que sólo inspira piedad. Se ha
terminado una serie que les salió como brasileña, pero lo importante es que Andalucía
no es Arrayán. Andalucía se parece
más a Crónicas de un pueblo. Con
jefes eternos, sacerdotes de la moral, civilones de la ortodoxia y hasta ese “señor
influyente” que salía en algún episodio. Cada uno en su porche, su mecedora, su
capillita, su cabildo; las fuerzas vivas de una sociedad inmóvil que funciona
según el orden natural, como debe ser. Y el ciudadano, sencillo pero esperanzado,
sabiendo que, en el fondo, ésos a los que el destino eligió para que mandaran eternamente
velan por él. Y que lo mejor es que no cambien las cosas, pues así han sido
siempre. Aquella serie era de 1971.
¿Qué
es un Rey para una tonadillera? Canal Sur no quiso
quedarse sin su especial sobre el Rey, que ya tiene aniversarios como de primer
o último vuelo de un aeroplano. Lo que ocurre es que, al tono acostumbrado para
estas cosas, entre la hagiografía y el Hola!,
aquí le añadieron estilo propio: a veces parecía un homenaje a Las Carlotas o
un cumpleaños de Juan y Medio, con personajes o personajillos hablando sobre el
monarca con baba, chuminada u orgullo cateto de que fue a su pueblo. Sí, porque
sacar a las tonadilleras de Se llama copla
a opinar sobre monarquía, transición y sociopolítica era como cuando sacan a un
niño para que explique quién es el Rey y mezclan al Príncipe de Bequelar con dinosaurios.
Bueno, algunos no anduvieron lejos: “La imparcialidad la garantiza un monarca
como el Rey Juan Carlos”, dijo Carlos Herrera. ¿La imparcialidad de qué o quiénes
y respecto a qué o quiénes? ¿Y por qué iba a tener un particular ese poder? Los
reyes son mito. Su poder sólo funciona entre creyentes. Por eso asustó un día a
espadones de la misma religión. No hay más. Dicen que es bueno y que defendió a
la democracia. Lo que hay que pensar es qué ocurrirá si un día nos toca un rey
malo, porque habría que aguantarlo igual. Algo así dijo Manu Sánchez, muy
acertadamente. Pero que Canal Sur se lo pregunte a Pepito el Caja, a ver qué
opina él.
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