No
me acuerdo, hija. Magdalena Álvarez vive ahora en
Luxemburgo, donde Europa es más sinfonía que realidad y los políticos quemados disfrutan
de una especie de solárium funcionarial y cultivan portafolios igual que
hortensias. Quizá por eso llegó como una princesa de por allí repartiendo saludos
y olvidos exquisitos. Un olvido exquisito es ése que quiere dejar claro a los
demás que no son nadie pero tú sí. Así se olvidan camareros, compañeros, amantes,
rivales, precios o papeles. Álvarez no se acordaba de ese convenio
mefistofélico IFA-Empleo, ni de Guerrero, ni de otros detalles de una época que
daba la impresión de parecerle como escolar. Y el fondo 31-L lo ha conocido por
la prensa. Se le olvidó hasta llevar un folio para apuntar y tuvo que pedirlo.
Son cosas que afean el rango: llevar un folio, acordarse de un simple director
general o caer en llamar señorías a los parlamentarios. “No me acuerdo, hija…
Perdone: señoría”, le dijo a Alba Doblas. Llegó como una princesa pero luego se
puso muy flamenca. Echábamos de menos esa condescendiente y furiosa soberbia de
Maleni.
Su
engendro. Álvarez podía parecer ayer una mera
visitante o invitada, pero en realidad fue obra suya el engendro que hizo posible
todo el coladero: el “control financiero permanente” (pomposo y mendaz nombre) que
tanto se afanó en explicar y guapear. O sea, ese control de la Intervención que
sólo tiene lugar a posteriori y a lo mejor ni llega (se hace con técnicas de
“muestreo”). Unido a un mecanismo, la transferencia de financiación, que es
legal pero no para pagar subvenciones, el truco era casi perfecto: el dinero de
las ayudas llega mediante transferencia de financiación de una consejería a una
agencia que no está sometida a fiscalización previa, y en ese momento se
convierte en arbitrario. Al menos, hasta que los pillen. Si los pillan. Álvarez
podría haber aclarado mucho más, pero nadie le hizo las preguntas adecuadas. La
blandura y los balbuceos de Doblas hacían que la ex consejera se detuviera a
explicarle el Contaplús; el PP torpeaba sacando de nuevo papeles a mitad de
hacer o de leer y Ruiz Sillero, en vez de realizar preguntas útiles y directas,
se empecinaba grotescamente en lanzar acusaciones y declamar discursitos que
Álvarez convertía en ironías y barullo. En ella empezó todo, pero no supieron
ni preguntarle ni contenerla. Vino, dio unos azotes de institutriz y se marchó.
Babel. No cejan en la teoría de las consejerías islas, de los consejeros
sordomudos o de la Torre de Babel de la Junta. Y Hacienda no era diferente: “No
sabemos nada de la gestión de las consejerías, que son autónomas”. Los
consejeros, dijo la ex ministra, son “primus inter pares”. Bueno, “primero
entre iguales” puede serlo sólo uno, pero en fin, el latín no es lo suyo. Si
los consejeros casi ni se hablan entre ellos, me pregunto qué hacen en el
Consejo de Gobierno. ¿Juegan a Apalabrados? Luego matizó que sí había reuniones
entre consejerías, pero que sólo se hablaba de cosas buenas, bonitas y alegres.
O una tontería semejante.
Corcho. El hermanísimo Ángel Rodríguez de la Borbolla, imputado, no quiso
contestar preguntas pero nos contó toda la historia del corcho. Y había para
contar, porque se diría que montaba una empresa de corcho por cada tapón.
Insistió en la legalidad de las ayudas y en que se emplearon para empresas en
crisis. Pero Alba Doblas le recordó que sólo un día después de que Fernández y
Viera firmaran el famoso convenio, su empresa recibió 1.200.000 euros. Y que 9
millones de euros después, una proyectada planta de ionización del corcho sigue
siendo un trigal. Le preguntó si acaso era “un Urdangarin a la andaluza”. Yo pensé
que ojalá en Andalucía hubiera sólo una familia real.
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