El
buscavidas. Era el día de los mediadores, los
comisionistas, los conseguidores, el honrado oficio de encamar negocios, entre
la tasación y el celestineo, entre el vendepeines y el mamporreo. Pero eran
tres imputados los que declaraban y volvieron a la Comisión los monólogos
shakesperianos en una mañana que parecía emponzoñada por ese silencio avieso de
los que saben. La estrella del día, Juan Lanzas, compareció el último y llegó
con gafas de sol como un chulo de güisquería. Pensé que se iba a pedir un
cubata y se lo iba a tomar meneándolo con el dedo mientras escuchaba las
preguntas que no iba a contestar. Alba Doblas lo retrató como “el ingrediente
ácido de todas las salsas”, metido en todos los fregados y dejando a su paso
cáscaras de millones o cuñados. “Usted hace un asesoramiento integral sin ser
abogado ni economista… Es usted un crack". Juan Lanzas se había quitado ya
las gafas de sol y se reía durante todo el tiempo. Como para no reírse. Le
estaban preguntando por su titulación para hacer tanto informe y asesoría,
aquí, en Andalucía, y tratando con políticos… Lo de Juan Lanzas se puede llamar
hacer de conseguidor o arrimaculos, o, como dijo él al final en su alegato,
simplemente “solucionar problemas”. Algo como el Sr. Lobo de Pulp fiction. Llevar de la mano una
empresita a la Junta, que todos sean felices y que él consiga unos “ingresos
lícitos” o acaso su mujer acabe con un ERE regalado. Juan Lanzas me pareció un
buscavidas, un superviviente que simplemente se ha adaptado a la forma de hacer
negocios con la política aquí. Es un hijo del sistema y ha sido el roce con lo
público lo que le ha desarrollado como un anzuelo en su apellido. Él pescó entre
lo que había, pero no ha inventado ningún truco. Terminó diciendo, más o menos,
que si ahora trincan a los políticos de los altos sillones de orejas, que se
jodan: les ha tocado.
Apuros. José González Mata, de Uniter, otra mediadora, quiso hacerse el
simpático y contestar, y gracias a eso nos arregló la mañana que parecía un
solo de tambor. Por defenderse emborronando el concepto de “intruso”, llegó a
decir que el Parlamento mismo había autorizado veinte, cosa que tuvo que
desmentir el presidente de la Comisión, que alucinó. Es que González Mata, que
se atascaba mucho en la lectura, quiso ser pedagógico o condescendiente pero todo
le salía muy torpe. Negó espantado el concepto mismo de conseguidor, fue otro
de los que no conocía a nadie (“no me gusta la noche, no tomo copas”), afirmó
que si había intrusos ya le venían en los papeles que él recibía y se
contradijo simpáticamente alguna vez. Primero aseguró que se reunía con
Guerrero “para que se cumplieran los calendario de pago” y al final afirmó: “Yo
no hablo nunca con la Junta”. Pero dos apuros fueron especialmente divertidos:
el de explicar cómo todo un director general lo llamó por teléfono porque
alguien no encontraba su despacho para firmar una póliza (alguien que luego resultó
ser un intruso), y el de intentar justificar un pago de 100.000 euros a
Guerrero como un “préstamo para una ayuda a una empresa que se estaba
retrasando”. A veces parecía Lopera.
Telonero. Trujillo, el chófer de la coca, dijo que era él quien le daba
sobres atocinados de dinero para Guerrero, pero Antonio Albarracín guardaba
silencio y se hacía la manicura con los ojos mientras se lo preguntaban. Dijo
que no sabía nada y que no era nadie, un trabajador sin galones, un abogado
tras las cortinas, un currante de puesto brumoso en Vitalia, correduría de
seguros o consultora. Fue otro que sólo cantó su aria final para decir que del
80% de lo que le habían preguntado no tenía ni idea y lo que sí sabía era
legal. No sirvió ni de telonero.
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