A
Alfonso Guerra le gustaba hacer gracias sobre el largo viaje del PP hacia el
centro: “de dónde vendrán éstos que aún no han llegado”. La verdad es que la
corta historia democrática de España aún tiene muchos viajes sin acabar. Aquí
había una derecha tradicionalista, cuartelera, infantilona, meapilas, que el
franquismo amazacotó, más alguna peculiar excrecencia anecdótica como el
carlismo, esa ridiculez un poco carolingia. No había derecha moderna, liberal o
demócrata-cristiana, que se tuvo que ir haciendo en un proceso de iconoclasia,
reeducación y purga. El centro de la UCD creo que fue más símbolo que otra
cosa. Algo como la intención de ofrecer al ciudadano, atrapado entre las dos
Españas machadianas, un punto de referencia intermedio, un lugar de equilibrio
a partir del cual construir la idea (pedagógica idea) de que las ideologías no
significan antiguos bandos ni sistemas totalizadores en pugna, sino posiciones
dentro del marco democrático, ya irrenunciable, de un Estado de Derecho. Sí,
aquella derecha antigua tuvo que migrar hacia una derecha moderna, eso es
innegable. Pero falta la otra parte: el viaje de la izquierda, de la
socialdemocracia o del poscomunismo, que les lleve a aceptar la legitimidad democrática
de la derecha. Estos dos viajes configuran la Transición, que yo aún no veo
terminada. Sobre todo aquí.
Javier
Arenas se va y deja al PP como la primera fuerza política de Andalucía. Esto lo
consiguió no por quitarse él la corbata, sino por quitarle tics y telarañas al
partido. Aún se le escapaban cosas como hablar de “las personas normales”, pero
el discurso y las propuestas eran ya las del centro-derecha europeo. Habían
llegado casi al final del viaje, aun conservando en el electorado un ala dura
más estética que otra cosa, pero que Arenas se ocupó de marginar o amputar
dentro del partido. Arenas, al que una vez le vi los zapatos muy gastados, supo
que para transformar el PP tenía que conocer Andalucía y a la vez hacer que
Andalucía conociera a ese PP que ya no podía ser nunca más una caricatura de
señoritos y pijos con banderita. Pero el viaje debe continuar. Y debe continuar
pasando el relevo a otra generación. Zoido es un hombre de partido, con
experiencia y bagaje, aunque quizá demasiado folclórico y castizorro, pero creo
que se debería bajar de ese tren de carbonilla igual que Arenas, reconociendo
que su parte del viaje terminó y que no pueden seguir los mismos maquinistas ya
tan tiznados. Lo malo de que se vaya Arenas es que el partido era él, sin
corrientes, sin familias, sin delfines. Zoido puede servir para llevar el
partido a las cocheras, pero el PP andaluz debe buscar su cara nueva, su época
nueva, para la última etapa del largo viaje en Andalucía. La etapa que dé por
finalizada la Transición, para ellos y para la izquierda: cuando nadie entienda
que se pueda querer echar al otro de la Democracia.
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