Así
es esta primavera en la que el dinero viene con su ramo de flores secas, como
una novia cadáver, y las nubes parecen pastillas de jabón de los pobres, o
escamas de un sol acebollado y a medio guisar. Dura, triste primavera en la que
el cielo es papel que se va quemando como una casa japonesa y la tierra ve a
los hombres haciendo labor de escarabajos. Cultivábamos dinero que se
transformó en hongos, creímos en políticos que amaestraban cuervos, subieron
las hormigas a nuestros banquetes y copones, y ahora los perros nos huelen como
a la enfermedad. Nos enamorábamos en primavera, de las piernas en bicicleta, de
las axilas con margaritas, cuando los ojos de las chicas guardaban por fin el
invierno como en tarros de mermelada. Pero hace mucho que el invierno no se va.
Deja ahí su estaca en nuestra casa, deja lo húmedo en los huesos, deja cáscaras
en los cestos. Ya no hay ni primavera, esa esperanza de que la tierra
escondiera sus cementerios, de que nos curaran de todo el sol y una melena con
color de violín o vino. Este invierno del dinero y la pena no se acaba. Estamos
ateridos de alma, estamos tiesos en la cama y pasamos el frío de los aviadores
y los pastores. El dinero era el cristal que se iba agrietando en nuestras
ventanas.
La
primavera es ahora el hospital sin techo del mundo. Los celadores del dinero y
la política traen tarros y venenos en carritos del miedo, punzan nuestras venas
y nuestros países. Los asesinos intentan curarnos y nada puede causar más terror.
Han echado una sábana de muerto sobre la primavera, acosada por jeringas y
palanganas. Queremos otra vez la primavera de verdad, pero ya no es posible. La
robaron todos esos políticos que nos arruinaron y que ahora sólo hacen de
espantapájaros. Nosotros os dimos primaveras de 20 años, parecen decirnos. Sí,
recordemos cuando no había inviernos para la cosecha del dinero. El tiempo de
los manantiales y las cornucopias, cuando el dinero era tan sencillo como
falso. Dinero como cereal que se fue pudriendo, que ellos fueron pudriendo. Los
partidos con sus cajas, sus negocios y sus jardines colgantes; los banqueros
con su ambición y su ceguera. Ya no puede haber primavera cuando se repartieron
el sol y helaron la tierra. El castigo por dejarnos sin primavera implica
venganzas de los dioses. Ahora, la primavera sólo puede estar en otro mundo.
Hay que recolocar las esferas que atan los planetas. Hay que reinventar la
democracia, hay que purificar la política, hay que escarmentar a los
codiciosos. Esta primavera entre plásticos, esta primavera intubada, que te
asfixia con sus tallos. La luz enferma, la tierra como una alfombra de pájaros
muertos. Antes nos enamorábamos en primavera, antes corríamos detrás de la
bicicleta del sol. Pero así es esta primavera, claustro de otro invierno, el
cielo raptado por bandidos como una princesa.
1 comentario:
Nunca mejor dicho, el cuento de nunca acabar
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