Rajoy,
que yo siempre digo que es como un paraguas que se dejó Aznar, es un señor de
provincias que está haciendo una política de provincias y de mercería cuando el
mundo está más ancho y loco que nunca. Él hace cuentas con sus botones,
desayuna una galleta cuando la gente se desayuna Wall Street, nos tranquiliza
con comadres, ruega a una Virgen con enaguas y no entiende nada de lo que está
pasando. El otro día, en la cumbre del G-20, donde España parecía igual que él,
sostenida sólo por su corbata, lo vi completamente sobrepasado. No parecía
saber dónde estaba ni adónde iba y sin embargo contestaba a las preguntas de
los periodistas como un humorista. Se nos va a convertir en José Mota. Zapatero
era un iluso, y un niño al que le daba miedo decir cómo estaba la cosa por si
dejaban de quererlo. Rajoy era un señor serio que ahora hace gracias cuando no
sabe qué decir y parece que miente pero es porque nunca sabe cuál es la verdad
a la hora en que habla, que es peor. Rajoy pertenece a una ortodoxia muy
española de hacer las cosas como Dios manda, pero para eso se necesita un
altarcito, un misal, la referencia de una iglesia de su pueblo u otros asideros
que no se encuentran en esta Babilonia actual. Y como Rajoy no los encuentra,
saca la sonrisa de cremallera, el corte al periodista y esa política suya de la
aparición menesterosa. Zapatero creyó que no pasaba nada. Rajoy creyó que
bastaría con ordenar un par de cajones y bendecir la mesa. Los dos han
terminado con la sonrisa idiota del tartazo en la cara.
Algo
de la falta de credibilidad de España debe de ser por eso, por tener un
presidente metido en un paragüero, seco y discretamente funerario, que de
repente, superado por la situación, se vuelve escapista y chistoso. Otra parte
de la culpa la tienen unos mercados que han olido sangre, pero porque la hay.
El resto creo que viene, simplemente, de que España es España, país de pillos,
tardones, sectarios, comodones, trincones y sentimentales mitológicos.
Credibilidad y seriedad, esperan de nosotros. Sí, nosotros, con cajas que se
arruinaron sirviendo a los partidos, con gloriosos imperios autonómicos, con
guerras paleolíticas y simbólicas, con políticos cocidos en chanchullos y
calabozos. Que miren los hombres de negro a Andalucía, los palacios y
burocracias de la Junta, las cintas de Mercasevilla, Laura Gómiz, el chófer de
la coca, la madeja de los ERE; que oigan a los políticos del lugar, que vean
Canal Sur sobre todo en Semana Santa, ferias o el Rocío. Credibilidad,
seriedad... Primero Zapatero, un ingenuo, y ahora Rajoy, un hombre de su casa
que sólo sabe rebarrer lo mismo hacendosa e inútilmente y ya usa el humor
desdeñoso de las criadas de las óperas. Fuera no se fían de nosotros porque nos
conocen (Rajoy no ha cambiado eso). Y nos conocen por lo que hemos hecho, no
porque se hayan leído mucho todo lo del Siglo de Oro.
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