Era como un torero con trabuco, como un barbero
artúrico, como un espadachín zarzuelero. En mi infancia televisiva estaban los
dibujitos de huérfanos o robots, los hombres de Harrelson que parecían llevar guitarras
con punto de mira, los lobos y las rapaces de Félix Rodríguez de la Fuente que
cazaban alimañas y cabras de las constelaciones con música de Stravinski, y estaba
Curro Jiménez con su banda, como vendimiadores de la sangre y la justicia, como
talabarteros vengadores. Su música, creo que de Waldo de los Ríos, aún me
funciona como magdalena de Proust en vena. Curro Jiménez, El Algarrobo, El
Estudiante… Bandoleros con morral y campesinos con hocino y lavanderas con
aguja de moño, todos contra unos franceses escuchimizados y unos caciques
gordos que hacían de aquella época nuestro salvaje oeste goyesco.
Ha
muerto Sancho Gracia, que no sólo fue Curro Jiménez (yo recuerdo mucho a su
Jarabo, aquel asesino endomingado), pero que siempre llevó al personaje como
alforja o palafrenero. Hay personajes que se comen al actor igual que hay
políticos que se comen a su partido. Y ha muerto Sancho Gracia, actor que hizo
añada, silueta de una generación como nuestro toro de las colinas, justo cuando
aquí los bandoleros, buenos, justicieros o sólo peludos y montunos, han vuelto
a alzarse, aunque más como momias o zombis que han chocado con un tendedero que
como vengadores con causa.
Sánchez
Gordillo tiene la manta del bandolero y el relente de los descampados, pero le
falta algo. Algo que no es un fajín, ni saber hacer un tango con la faca, ni un
caballo para llevar gitanas o acuchillados. A Sánchez Gordillo, y a su
izquierda, les falta la época. Les falta ese salvaje oeste goyesco. Porque aquí
ya no cargan los mamelucos ni se fusila a cantareras. Aquí podemos estar
jodidos o cabreados o pobres, pero la Ley no la ha dictado un miguelete y hay
derechos que nadie puede raptar y llevarse al monte. No es que no sea posible
hablar de una Justicia que está por encima de la Ley. Lo que no se puede
pretender es usar el concepto de Justicia para acabar con toda Ley, o hacer que
una estampida sea la Ley. La Justicia tampoco se libra de ser una de las muchas
abstracciones por las que se han cometido atrocidades y crímenes. O más levemente,
simples idioteces. Los bandoleros, románticos como todos los sentimientos
generados por las grandes abstracciones, quizá no robaban o luchaban tanto para
el pueblo o la libertad como para sus zurrones y su cecina. Curro Jiménez,
héroe torerizado y sublimado, era una alegoría conveniente para acomodar patriotismo
y cierta versión primitiva de la justicia social en la Transición. Hoy no es
que no merezca la pena luchar por ideales, pero un bandolero sólo sería un
chori. Por siglo y por esperanza de madurez y mejor democracia, nos sobra Curro
Jiménez. Pero, todavía más, nos sobra El Algarrobo.
1 comentario:
Una cosa es la ficción y otra cosa es la vida real. Curro Jimenez, gran serie protagonizada por el gran Sancho Gracia, es un personaje con romanticismo, grandeza y humanidad.Nada que ver con Gordillo. Digo lo mismo que Juan Cruz en un artículo de hoy titulado "Curro". "que no se tome el nombre de Curro en vano"
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