Nombre
y apellidos. Con Manuel Recio en Empleo llegó el
zafarrancho de limpieza, como si los visitara la suegra. De repente, en un
despertar a la realidad (aunque empujado por los medios), se empiezan a
detectar “irregularidades” o “deficiencias” y la fiebre investigadora y
mejoradora de “procedimientos” les electriza la escoba. Así se presentó Recio
ante la comisión, con una bayeta en una mano y un espadín en la otra, purificador
y justiciero igual que una sota limpiacristales. Da la impresión de que antes
de ese despertar no tenían ojos, manos o teléfonos; que era como si no
gobernaran ellos sino unos extranjeros cosacos con los que no se entendían ni
hablando ni en los papeles, con tanta letra rara al revés. Recio usó, claro, la
táctica de los cuatro sinvergüenzas, presentando un sistema legal y ágil que
sólo podía pervertirse por el “abuso de confianza” de unos aprovechados. Un
sistema tan ágil que ni siquiera tras el prurito investigador de su consejería
Recio puede explicar cómo se colaron los intrusos. En realidad, Recio no sabe
nada. Dijo “no sé” muchas veces. Ni sabía ni hacía nada. Él no aprobaba
expedientes ni efectuaba pagos, no recibía ni daba instrucciones sobre a qué
empresas ayudar… Todo eso estaba delegado en el director general y a partir de
ahí se pierde en lo negro. Recio se agarró a lo que esperábamos, aunque cada
vez suena más cínico oír cosas como que “no puede ser ilegal u opaco algo que
aparece en los presupuestos” y “con nombre y apellidos” (que eran ‘31L’). Pues
mire, si lo que aparece consignado en el presupuesto luego se puede adjudicar a
dedo a un amigote porque a la Administración curiosamente se le ha olvidado que
existen los papeles, sí es opaco. E ilegal. El sinvergüenza lo tenía fácil.
Recursos. El alegato inicial de Recio fue como un prospecto, pero luego
optó por un tono más mitinero que en las preguntas se volvía burlador (estuvo
mal Ruíz Sillero, del PP, que dedicó su primer turno a hacer acusaciones
directas que Recio toreaba con complacencia, victimismo y lentitud). Recio habló
mucho de “lo que quieren” o “esperan” los andaluces (lo mismo que él), dijo
humoradas como “nunca le he pedido a nadie un carné de partido” y usó recursos
bastante babosos como culpar al PP de la miseria histórica de Andalucía, o
sacar a sus maestrillos, a los trabajadores que señalan por la calle y hasta su
hija a la que le hablaría de libertad. Al que no sacó fue al churrero de El
Pedroso con sus 120.000 eurazos ‘discrecionales’.
Pasaban
por allí. Francisco Vallejo y Martín Soler,
simplemente, pasaban por allí. Vallejo pasó en su día por una consejería nueva,
hecha como para astronautas pero a partir de azulejos de otras, y no tenía
tiempo para preguntarse cosas. Por ejemplo, qué pintaban allí las agencias IFA
o IDEA haciendo algo que no tenía nada que ver con las competencias de la
consejería de Innovación. Ni por qué consintió ese extraño mecanismo que
convertía esas agencias en ventanillas de Empleo. También pasaba por allí
Martín Soler, que recogió en herencia esa misión de “mero agente pagador” sin
ni siquiera saberlo: ¡se enteró hace seis meses! Ni se leía los presupuestos,
tan claros según ellos, ni miraba sus cuentas. En fin, se puede hacer un debate
jurídico todo lo esdrújulo que se quiera, pero todo se rinde ante verdades como
las que admitió Soler: las cosas se van haciendo como se han hecho siempre, así
funciona la Administración aunque “les sorprenda a los ciudadanos”. También se
rinde al sentido común: no se puede dar dinero público a quien venga en gana,
sin más que pasarlo por sucesivos agujeros negros. Y asegurar que eso es legal
poniendo ojitos no significa nada. Que les pregunten a los que han pisado ya el
talego.
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