Al
cubo. La reconcentración de Menuda noche en agosto produce un ambiente espeso y desagradable, una
mezcla de calor con mosca, resol de circo barato, gañidos de palmero, chotis con
reina de la verbena, madrina de boda sin desodorante y refrito de niños, arena
y castillo hinchable. Los “mejores momentos” se convierten en verano en una
lupa que aumenta el tamaño y la temperatura de lo horroroso. Ya habíamos visto,
por supuesto, a Pepito el Caja levantando la patita, haciendo el cangrejito del
chiste de pichas que él hace, incluso junto al Mini-yo que le buscan entre los
chiquillos. Pero ahora la velocidad, la superposición de sus culeos y
chasquidos marean y dan una fatiguita como la sangría cargada y en vaso de
duralex. También habíamos visto, claro, a María del Monte como la maceta o la
pandereta de ella misma. Pero ver rotular de repente “lo mejor de María del
Monte”, sobreimpresionar un cartón floreado en el que ella posa joven como los
Cantores de Híspalis jóvenes y que podría ser lo que lleva pintado su
carromato; y que luego empiecen sus grandes momentos en el programa (ahora
contando un chiste, ahora mirando cortar jamón) con su presencia como albondigándose
progresivamente; eso es que no se aguanta en el estómago en esta época. Y sobre
todo esa sonrisa de amaestrador de monos de Juan y Medio, encantado y
enternecido por que los tópicos más tristes, esclavizadores y limitadores del
andaluz tengan la cantera asegurada; esa sonrisa superpuesta sobre sí misma una
y otra vez, con la costumbre de un payaso o un estrangulador o un pervertido… Todo
esto, acelerado y espesado por el formato del refrito veraniego canalsureño y
la temperatura como de sandía caliente de agosto… Sí, la certeza de que esta
televisión merece acabar en un cubo con la cena medio digerida.
El
pavo de los vampiros. Cómo me cargan esos
vampiritos lacios, esas niñatas lánguidas, esos hombres lobo depilados y sin
camiseta que sólo parecen surfistas. Y esa imperiosa necesidad de matricularse en
institutos americanos que parece sentir toda esta fauna de monstruos, mutantes
y extraterrestres… La modita de los vampiros en la edad del pavo ha sustituido
por una especie de botellón con superpoderes aquel mito draculiano que era adulto,
oscuro, hereje, perversamente erótico, un poco glam y un poco sado. Ya no hay
una criatura del mal que da miedo y vértigo moral, sino sólo un macarrilla con
cara de mármol que al final hace derramar menos sangre que otros fluidos. No se
trata de vivir o morir, de salvar o condenar el alma, de la perdición o la
redención, sino más bien de desvirgar a alguna friki mustia sin arañarla
demasiado. A este género pertenece la serie Crónicas
vampíricas que ha empezado a emitir Canal Sur, un poco hija de la mamarrachada
de Crepúsculo. Camisetas y sueños
húmedos para los adolescentes, no más. La serie es mala sin preocupación por
serlo, tan mala que casi dan ganas de volver a ver a Michael J. Fox en Teen wolf (eran tiempos más ingenuos
hasta para los monstruos de instituto). Pero lo que más coraje me ha dado es
que mientras la gloriosa Breaking bad
siguen emitiéndola aplastada, a estas Crónicas
vampíricas le han respetado el formato 16:9 original. Creo que la cutrez en
Canal Sur durará todavía más que la moda ésta de los vampiros de Súper Pop. O que
las series americanas con escenitas de taquillas. La cutrez como género en sí. Canal
Sur es ya como el porno gonzo.
Veraneantes. Precisamente ahora que tener trabajo es casi un agravio y
veranear, directamente una provocación o un insulto, Canal Sur nos saca un
programilla sobre cómo veranean los andaluces, no sé si para animarnos,
engañarnos o hundirnos. Le han puesto tonillo de película del landismo desarrollista
y lo llenan de gordos roncadores y domingueros satisfechos. La verdad, a mí me
parece que nuestro verano está más cerca del enterramiento vivo que del spa con
botijo. A veces, el optimismo es lo mismo que la ceguera. O que la mentira.
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