Comunismo
en prime time. Sánchez Gordillo, bautista de los labrantíos, ideólogo de
trascorral, hace de vez en cuando una gordillada como un Borbón hace una
borbonada. Son cosas del carácter, o de la mercadotecnia. Su revolución, su
Marinaleda, es en realidad un teatrillo sostenido por las subvenciones, una
especie de pequeño comunismo de pecera alimentado desde fuera con dinero de los
demás (lo ha explicado magistralmente Javier Caraballo). Pero un montaje así
necesita mantener cierta tensión de discurso, estética y acción, cierta
espectacularidad coreografiada que de vez en cuando lo justifique. Ahora saltan
una alambrada y expropian jaramagos, ahora le sacan los bieldos a algún
aristócrata para luego darle la mano (cuando han conseguido que les suelte
pasta), o ahora montan la que han montado, ese abordaje libertario, esa
barbacoa jornalera que no es sino un vulgar ‘simpa’ perfumado por nobles
intenciones y pobrecitos de habichuela. Y han conseguido lo que querían: la
atención de todos. Sánchez Gordillo primero apareció en los medios como Robin
Hood o Curro Jiménez, pero luego se ha ido a Telecinco y ha terminado convertido
en el nuevo Pozí, ingenuo amamarrachado, empecinado incoherente, friki usado o
más bien dejándose usar, con una rareza sobre otra rareza como un jersey sobre
otro jersey. Me sorprendió en principio verlo en El gran debate, esa infratertulia a salivazos con guión, colores y
pestazo de pressing catch. Allí estaba,
con Cañamero, con el Verstrynge bolivariano (por cierto, Sánchez Gordillo y
Verstrynge juntos tenían algo de El Pulga y El Linterna), y hasta con Llamazares.
Luego pensé que aquello no era tan extraño. Su frikismo ideológico, su exotismo
paleopolítico, su demagogia famélica….
Sí, nada mejor que Telecinco y su
audiencia para que calen y se amplifiquen sus análisis y soluciones a lo Belén
Esteban. Un detenido por la gordillada decía nada menos que aquello no había
sido asalto “porque las puertas del Mercadona estaban abiertas”. Si es que van
provocando… Y la agresión a la cajera sólo fue un empujoncito… Y se lo
merecería, seguro... Vamos, lo que hace falta en este país de pillos animar a
la gente a que coja lo que necesite sin más, al amparo del rugir de tripas, la
conciencia de clase, la revolución anticapitalista o el ladrillazo cabreado, solidario,
simbólico o artístico como un grafiti. Ya ven cuánto han tardado unos niñatos
en salir a mangar licores y jamones bajo la inspiración gordillense. En fin, no
vamos a insistir en análisis éticos, porque una vez que alguien asume que el
fin justifica los medios, que su idea de Justicia o de Patria o de Raza, o que
su Dios o su pueblo o su ideología o su ortodoxia (pongan aquí lo que convenga)
le autoriza y le excusa para todo; una vez asumido eso, digo, ya no sirve
argumentar. Tampoco vamos a insistir en análisis ideológicos, en su furiosa, convencida
y chiquilla revolución comunista de corrala, ahora que el mundo está
interconectado y amazacotado ya sólo e irremediablemente por el dinero. No, porque
la revolución de esta gente es un chiringuito. Un negocio particular. En los
intermedios del debatillo de Telecinco, entre las homilías, iras o latiguillos de
Sánchez Gordillo y sus camaradas, ponían anuncios de smartphones, laxantes y
kétchup. Gordillo en prime time y con
patrocinador. Eso debe de ser el comunismo. Po
zi.
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