
Nada ha traído Griñán en este trasagosto, ni mazorcas ni llaves del tesoro. A rectificar quizá le llama “arriesgar”, a su fracaso le añade sólo insistencia. Podría decirse lo mismo de Zapatero. En realidad Griñán no ha hecho nada aparte de seguir a Zapatero en sus rezos y cataplasmas, a pesar de que en Andalucía todo retumba siempre más, el pisotón del parado o el crujido de la miseria. Planes con nombre e intención de dentífrico, Proteja o Menta, que sólo dan trabajo a los carteles; “diálogos” y “concertaciones” que sólo pretenden crear mudos o sordos, una política del repellado que no atiende a la hondura de los males; migas que tapan migas, bocados que comen de otros bocados, paladas del hambre al hambre y endeudamiento que se llevan los pájaros como un trapo en el pico... No hay más que esto y la postura tumbada de que pase la crisis como una borrasca, soplada quizá por los mismos vientos foreños que la trajeron, mientras ellos actúan como el arquero que intenta empujar con la mirada la flecha que ya se ve errada al iniciar el vuelo. Nada ha traído Griñán este trasagosto, salvo invisibilidades sostenbiles y contumacia en sus parcheos, la innacción bien explicada en dosieres y el primer sol estancado del otoño. He visto a Griñán encogido, derrotado, manteado y molido como un Quijote, como si el verano lo devolviera en sus fauces, depositándolo sobre la mesa de un Consejo de Gobierno asaltado por hormigas o podrido bajo plásticos, con todos esos ordenadores suyos que parecen ponerles sillas de ruedas, prótesis de mancos, respiradores artificiales; esa atmósfera de asfixia iluminada por focos en la que se mueven o agonizan junto con Andalucía. Este trasagosto que desenrolla las colinas y vuela ya los sombreros nos dice que vendrá el frío por la espalda y que nuestros gobernantes nos darán pésames con besos de asesino.