3 de septiembre de 2011

Hoy viernes: El río de los locos (2/09/2011)

He visto el Guadalquivir toda mi vida ahogarse en el mar como la flota de un emperador, en su desembocadura, y también lo he saltado cuando es un charquito, en Cazorla, después de comer entre violines de agua las gachasmigas de los pastores. Este río que arrastra aún moros y colchones, tinajas y romanos, arcos y aceitunas, mercantes y caballos, zancudas y mierda, lunas y piragüistas, nos ha pintado el mapa, nos ha excavado minas, nos ha cantado en la cuna y nos ha dado una historia de tribu o de pájaros. Pero a quien se le diga que ahora, tiesos, boquerones, en medio de la tormenta que se lleva nuestras casas y nuestra carne, este río constituye la principal o única reivindicación y rebeldía de un Gobierno, nos tendrá que contestar que estamos definitivamente perdidos o locos. El Guadalquivir es mal funcionario o no saben en qué cajón meterlo; puede ser una dama raptada, un nombre que nos quitaron o la sangre que se nos derrama, pero que un Gobierno no tenga otra cosa a la que ponerse aparte de reclamar esta bandera mojada, pintarnos paisajes y hacer una guerra de canoas, ahora que nos llaman las tumbas, es algo más que necedad o irresponsabilidad, es ya un signo de demencia política.

Así puede que termine esto, en demencia, en absurdo. Todo el imperio, todo el poder de una era, la del PSOE aquí, acaba en estos gobernantes nuestros que se tiran desnudos al río y se ponen a beberlo con cuchara, mientras los miramos con tristeza, como a padres que perdieron la chaveta. Más competencias sobre el Guadalquivir, la carta de propiedad de toda su longitud y su melancolía, eso es lo que gritan, exigen y salpican. No hay otra prioridad ni otra hambre ahora en esta castigada tierra, no hay más ambición ni proyecto en la Junta que abrazarse a los juncos del Guadalquivir, salvo, quizá, esa otra gran urgencia de que los alcaldes no sean diputados autonómicos. Quieren molinos para su pelo, quieren cascadas para su historia, quieren versos chorreándoles en la espalda, quieren el Guadalquivir en su cajita, como el último recuerdo o joya de un loco. El río nos dará la sangre y el pan, el río nos mecerá como la madre que besa, el río nos dirá al oído lo que somos. He visto toda mi vida el Guadalquivir ahogarse en su propia melena, entrando al mar como un suicida alegre. Cuando visité su nacimiento, me pareció imposible que en aquellos guijarros apenas mojados flotara luego toda Andalucía. Ahora veo en él más que un Gobierno y un partido, veo toda una época hundiéndose en remolino, empujada por su pendiente y su fango. Su política ya no hace nada, sino chapotear en la asfixia y el disparate. Más competencias sobre el Guadalquivir, en eso andan ahora. No hay otra cosa que hacer por aquí. Salvo saltar hacia ese río que les corresponde, río de suicidas y de locos.