31 de agosto de 2008

Los días persiguiéndose: La superstición del sexo (31/08/2008)

He visto a hombres salvados por las putas, como jóvenes soldados. Los he visto sobrevivir a noches de desahucio, noches de condenado a muerte, porque se agarraron a una cintura como a un crucifijo. Y no había en aquello carne ni violencia, sino una soledad comparable al hambre, una niñez sin madre y un absolución otorgada indiscriminadamente por esas mujeres de santidad maldita y cuerpos esculpidos con forma de piedad. He visto a hombres perdidos o vencidos y a esas mujeres llevando collares a sus manos y agua a su boca, he visto una ternura que no se paga, he visto la piel curando heridas y he visto al pecado rescatar almas. Hay otras cantinas para salvar el espíritu y lavar el cuerpo que también cobran y encima te hacen esclavo, culpable, cruel y hasta fanático. De todas las mentiras que pagamos, de todas las salvaciones a medias de la vida o de la muerte, de todos los consuelos artificiales, quizá el más honrado, sincero, inofensivo, sea éste tan primordial de otro ser humano que te acaricia y te escucha, aunque sea por dinero. Pero todo es por dinero y hasta el matrimonio es un contrato ante la comunidad y los dioses mirones.

El Ayuntamiento de Sevilla, arrebatado de puritanismo, ha declarado la guerra a la prostitución con una campaña que consiste en señalar la vergüenza de los puteros por las calles, como si fueran negreros. Es la vieja superstición de siempre, la del sexo. Entre todas las desgracias y sufrimientos humanos, aún se mantiene esa superstición del sexo como nido de serpientes que nos pudre los bajos y nos hunde el alma como nada. El origen del sexo como pecado quizá está simplemente en la propiedad, en la transmisión del nombre, la herencia o la pertenencia a un clan a través de la descendencia, de ahí que la actividad sexual tuviera que legitimarse por la comunidad o los dioses. Esto lo han usado luego las religiones para administrar el negocio de la culpa y el perdón, pues el sexo es una tentación en la que todos caemos. Sorprende ver en nuestros gobernantes progres esa mentalidad de algún modo tan cristiana de asociar el sexo con la “humillación”, la “vejación” o la “violencia”. No sé por qué se ha de considerar humillante esa gimnasia del cuerpo, gratis o pagada, a menos que se esté contaminado por esa idea de pecado o pureza, que también es muy machista, pues nadie explica por qué la mujer es la humillada y el hombre el triunfador, y no al revés. Se puede decir que lo que humilla es cobrar, sea hombre o mujer el que lo haga, pero entonces también los taxistas estarían humillados. No, nada de esto tiene sentido a menos que se siga considerando el sexo como sucio y pecaminoso, o al contrario, sagrado, y por ello una actividad que no puede convertirse en laboral como quien vende pipas o saca muelas. Pura superstición. Si un pizzero está explotado en su trabajo, lo inmoral es estar explotado, no ser pizzero. Si los que tocan el acordeón por las plazas son rehenes de las mafias, lo inmoral es su esclavitud, no tocar el acordeón. A ver si vamos a ir señalando con carteles a los que dejan una moneda en el sombrero de los titiriteros. Pero así están las cosas, así puede esta vieja superstición hasta con los más progres. Pienso que la prostitución debería estar regulada como una actividad más, y ser ejercida por el que así libremente lo haya decidido, al menos con la misma libertad que tiene cualquiera para elegir su trabajo. Lo demás es superstición y paternalismo puritano. Sí, yo he visto a hombres salvados por las putas, y ellos no eran negreros ni ellas prisioneras, aunque esto lamentablemente no sea siempre así. Pero a veces, como cantaba Sabina, “el alma necesita un cuerpo que acariciar”, y esto no debería merecer carteles escupiéndote.

28 de agosto de 2008

Los días persiguiéndose: Bodas y funerales (28/08/2008)

La boda de Cayetana como una boda de sus loros, la boda que no fue o no será o se inventaron porque agosto traía pocas carrozas.... En este verano acementado de catástrofes ya parece que sólo nos distraen los palomares de muertos y el casarse o el pasearse con anclas de la aristocracia guapa o fea, de los actores cantantes o de las parejas gogós que viven en UVE y en las crónicas de Carmen Rigalt. Pero uno diría que el país está más para morirse que para encamarse, aunque las dos cosas tienen ceremonia, cortinaje y endomingamiento. Se muere la economía volcando su monedero en el orinal, como un mercader veneciano al expirar; se muere la política de su vieja gula, de su gigantismo y de su pereza; se mueren salvándose en el último momento los toreros crísticos con muslos como violines de sangre; se muere el pueblo en coches o aviones de piedra, como siempre lo ha hecho, en mitad de un acarreo o de una breve felicidad. Entre el gran funeral de agosto, con sus muertos como nueces de noviembre adelantadas, una boda o un barco o una medalla atlética ponen alas blancas en la prensa. El amor sin dientes o con joyas, las regatas de los reyes o de los héroes, un hijo que nace en Hollywood ya piscinero, fotos con caballos de cóctel, narices principescas que caben mejor en la moneda... Nos dan esto y los muertos para que no pensemos en lo demás que se nos muere o falta o está equivocado o perdido, en el mundo, en España, en Andalucía.

Me dan tristeza las bodas, en las que los novios han caído como en una trampa para pájaros; me dan tristeza los funerales donde uno también se imagina cadáver y floreado y la muerte parece unos zapatos que te apretarán para siempre; me da tristeza el verano entero como si contemplara a un mendigo desnudo. Cayetana se casaba o no, ducados o enfermerías iban a juntar sus camas y palanganas, y era una noticia falsa o de verdad aguada, como suele ocurrir en esta época, que llegaba entre el adunamiento de muertos, desgracias y escaseces a poner su propio sombrerito en el morbo. Pero al fin y al cabo, se trata de que los dioses bajen a levantar velos y a tocar frentes, para llevar a una eternidad de caoba tanto a un matrimonio como a un despeñado. La aristocracia se casa con más ángeles y cofres, igual que se muere con más habitaciones y mirillas. Los ricos pasan de otra manera por todo, como con estela. Los muertos, quizá también. De ahí que nos entretengan tanto entre ambos, los ricos con planes de boda, timón en el pecho o novia tetera; los muertos con vértigo, pena y misterio.

Las bodas y los funerales huelen igual a flor y a pañuelo. Tienen el mismo público, el mismo chófer y el mismo fondo de armario. Alivian un poco también, de no morirse o casarse uno, y distraen de los propios achaques, desgracias, carencias o tipitos para que nos fijemos en los de los demás. Bodas y funerales, con estas campanadas se nos llena el verano, en el que parece que sólo son los otros los que se entierran o se encadenan. Pasan más cosas, pero no van de gala ni en coches de nácar. La crisis de la economía, la otra crisis de la decencia en política, aún no constituyen espectáculos comparables para el pueblo ventanero. Cayetana se casa o no, los cementerios caen del cielo a pedazos y ni los serafines ni los mirones saben a qué atender. Los únicos que se las arreglan para estar siempre en su propia boda y en los funerales ajenos son los políticos.

Somos Zapping 25/08/2008

La tragedia masticada. Ya sabemos cuánto le gustan los muertos a la televisión, que le pintan cuadros de ángeles, piedades de hospital y expresionismo con madres. No importa qué catástrofe sea: el rigor y el respeto siempre acaban desbancados por la seducción que ejerce ese morbo de tanatorio, ese embeleso algo gótico como el que tienen las tumbas de los novios o de los niños. Gran tragedia la del avión de Spanair, tanto que casi resultaba ofensivo el empeño de Carlos María Ruíz en las noticias de Canal Sur por llamarlo “terremoto con epicentro en Barajas” y otras tonterías de corte orogénico. Gran tragedia que, como siempre, la televisión masticaba con regusto obsceno y lentitud de entierro. Vi a Rafael Cremades sustituir a sus caricatos oligofrénicos por psicólogos diseccionadores del dolor, accidentados sobrevividos y pilotos mal aterrizados para que nos detallaran las depresiones y pesadillas de las víctimas y los familiares, la angustia del que se estrella, la asfixia del que se muere, las historias y posturas de los quemados y los amputados, todo horrible como un desfile de prótesis. “Uno de los bomberos contaba cosas tan duras y tremendas como esto...”, introducía por ejemplo Cremades, para que luego pasaran una lupa por cada cadáver, cada grito, cada vida truncada y cada superviviente de milagro. “¿Usted cree en Dios, en el destino...?, le preguntaba, ridículo, pitoniso, a alguien que se salvó porque cambió el día del vuelo. La cámara lenta que deja la muerte o su roce, insistente en el detalle enfermizo, en las imágenes macabras, con ese repelús como de ver una astilla clavada en un ojo, todo manejado largamente por Canal Sur con el agravio de presentarlo como información, homenaje, recuerdo y respeto, cuando era canibalismo. No fueron muy diferentes las noticias. En las del sábado, eligieron el primer plano de una mujer llorando, vencida y desconsolada, para que una voz en off terminara de amontonar el dolor como en un carro trapero con estas palabras simples, groseras, casi insultantes: “Historias, unas que reconfortan, otras que provocan más tristeza. Es la cara humana (!) de esta tragedia”. ¿“La cara humana”, cómo si sólo hubieran estado hablando de la vida de un circo? Sí, los muertos gustan a la televisión. Canal Sur, especialista en el morbo, parecía que exprimía concienzudamente cada uno, y el asco por esto se me sumaba al inmenso sufrimiento de almas en hierros con que quedó arrasada la semana.


Tumbing contra la crisis. Chaves hablaba y parecía que tenía todavía las chanclas puestas, a pesar del traje. De vuelta de la playa como un hawaiano, su reunioncita había despachado la crisis en un rato, con esa prisa de cuando hay partido luego. Todo va estupendo y pueden volver a su verano de bicicletas. Así nos lo explicaba el locutor de Canal Sur: “El paro ha subido en la comunidad por debajo de la media nacional. El momento adecuado en el que se puso en marcha el paquete de impulso económico, y lo adecuado del contenido de las medidas aprobadas, son la razón para Chaves de que los resultados ya se estén notando”. Más bien lo que notamos es el sesgo de la redacción y el morro engordado por picaduras agosteñas de nuestro presidente. Andalucía aportó el 52% de los parados españoles en julio, llegando al 24% del total del país a final de mes, y sin embargo, era la tasa interanual, dos puntos inferior a la media de España, el número inactual y casi anecdótico que usaban para declarar que aquí la crisis ya la estamos espantando, a pesar del mesecito de tumbing que se han tirado. Como era de esperar, tras esta buena nueva, ninguna opinión crítica nubló en las noticias de Canal Sur el horizonte de nuestra felicidad.


Nostalgia emigrante. Locos por el fútbol nos ofrecía un reportaje sobre una peña cadista de Barcelona, la gracia de un balompié de papas aliñás y chirigotas trasplantado allí. Pero algo más dejaron unas sentidas colombianas que cantó al final un andaluz emigrado: “El recuerdo, la esperanza de regresar algún día a la puerta de mi casa, y quedarme toda mi vida”. Vaya Andalucía imparable ésta, que sigue obligando a sus hijos a marcharse fuera para sobrevivir y a cantar con lágrimas de vino y nostalgia la desdicha de un volver tan imposible como deseado.

Los días persiguiéndose: La democracia de risa (24/08/2008)

La Democracia, así con la mayúscula de los discursos, ha tenido demasiados novios, chulos, padrecitos, salvadores, mercaderes, maquilladores, sepultureros y definiciones como para que sepa uno a qué se refiere el que saca la palabra como conjuro, yelmo o cachiporra. Democracia se llamaba lo de las polis griegas, con esclavos y mujeres excluidos de la condición de ciudadanos; de democracia orgánica se atrevían a titular la dictadura de monja sargento, tan ridícula como asesina, de Franco; democracia popular se proclaman todavía algunos de los más pesadillescos totalitarismos del planeta. Sabemos que la mayoría también puede ejercer la tiranía, que la guillotina reunía al pueblo haciendo calceta y que hasta Hitler ganó elecciones. El ser humano tiene la funesta habilidad de legitimar el abuso, el crimen, la opresión, la inmoralidad y la injusticia apelando incluso a los más altos y bellos conceptos. Pero no salvan ni condenan las palabras, con su etimología ambigua y su historia interesada, sino los hechos.

Suelo prevenirme ante ciertos abanderados impostores de la democracia y ciertos escupidores del insulto “antidemocrático” o incluso “fascista”. ETA habla de “solución democrática” para su locura, y siendo ellos puro fascismo, les encanta señalar como “fascistas” a los demás. En otro nivel, por supuesto, hasta a Chaves le hemos escuchado convertir la mentira en verdad y absolverse de incumplimientos, tropelías, despotismos y arbitrariedades con el argumento de que ellos habían “ganado en las urnas”. Hasta Antonio Pina, el que fue presidente del comité de empresa de Delphi y ahora se arrima tan oportunamente al PSOE, usa la gran palabra para desactivar las críticas hacía él: “Claro que esto es democracia y tal vez eso no lo tengan claro desde donde pretenden desacreditarme”, ha dicho. Ya ven qué burdo es el argumento y qué barato se compra aquí ser demócrata. La crítica a su venalidad, a su dócil alineamiento, a su sumisión al poder político en contra de los propios intereses de los trabajadores que dice representar, es capaz de convertirla nada menos que en ataque a la Democracia, en insulto a su templo. Vean aquí la medida y el valor de su concepto. Pero no nos sorprende, ya conocemos a muchos conversos, trepas, aprovechados y listillos que además van de pedagogos de la libertad.

Leyendo lo de Antonio Pina, he recordado de repente el sueño bastante extraño que tuve anoche. Me encontraba en un salón acapillado que yo sabía que pertenecía a una especie de movimiento neonazi, aunque no había esvásticas, sino, curiosamente, estandartes con el logo de los Juegos de Pekín (ay, el subconsciente...). Estaba delante de su líder, un ario gordo y de un rubio pringoso, y yo intentaba argumentarle, con toda la seriedad de que era capaz, la inmoralidad de su ideología. Hasta que me dijo “defendemos la superioridad del Norte”, ya ven, y yo le pregunté (qué cosa) si se refería al Norte geográfico o al magnético. Supongo que ante ciertas actitudes y tesis ridículas sólo cabe el humor, que a mí me sale hasta soñando. Lo de Antonio Pina es de risa, pero nos enseña hasta qué punto falta aquí verdadera cultura de la democracia, sobre todo en los que viven a costa de su nombre, tan emputecido. No, lo suyo no es que sea ilegal, ni ilegítimo. Sólo me parece despreciable, indecente y, aún más, obsceno. Y hasta que estos supuestos demócratas de interés y sueldecito instauren el Ministerio de la Censura o la Policía de la Verdad, esto se puede decir sin que tengan por ello que fusilar a nadie con los fachas y los legionarios tuertos. Cosas de la libertad.

Los días persiguiéndose: Chaves en la playa (22/08/2008)

Mi madre suele contarme que de pequeña se dormía escuchando las olas, y era como entrar remando en el sueño. Su abuela era bañista de los forasteros ricos y solían pasar las noches de verano en la playa, en su caseta o carpa o tienda toda de viento, con sillones de mimbre de altos espaldares como cápsulas, que parecían hornacinas para los mojados. El mar de noche dejaba hojas cayendo, suaves telas por la cara y flecos de cielo en las manos. Aquello debía de ser hermoso. Yo, sin embargo, nunca he sido playero. Ahora vivo a cien metros de la orilla y sólo me gusta la playa en invierno, cuando me sirve con frío y transparencia la metáfora perfecta del silencio y la soledad. Veo el verano como una parrillada de carne y suelo echar de menos las estaciones con abrigo y lluvia, en las que el mundo se mete en el alambre de los huesos y te hace más vivo y todo se siente más afilado y más de piedra. Huyo de la playa en verano, que es un cubo cangrejero de pies y sobacos. Nunca he podido encontrarle la diversión a ese cocerse y mojarse alternativamente en un ambiente de colada y de cuarto de baño sin tabiques. La playa es el desagüe del verano y huele a caldo humano y a mierda salada.

He visto las fotos de Chaves en la playa, como un barquillero, como un particular. No sé si la gente en la playa, ahora, flota u olvida. “Lentos veranos de niñez con monte y mar, con horas tersas, horas tendidas sobre playas”, creo que escribió Jorge Guillén. Quizá la gente necesita volver a la infancia un rato de su año adulto. Para el niño, en el mar está el misterio de lo infinito, a la vez monstruoso y atrayente, igual que está en un pájaro o en un gato el misterio de lo vivo. Yo recuerdo cinquillos, sandías, remates de cabeza y ahogadillas por sorpresa. Pero ya se me pasó el tiempo de todo aquello. No sé qué verán los políticos, tan niños, en el mar: la barcarola de su desgana, la huida de un mundo aventado, un sueño de caracol al sol. Chaves en la playa; pasan heladeros mientras todo se derrumba en el mundo adulto, que es como un paquebote escorado del que saltó. La crisis llena el verano de náufragos y los bolsillos de escombro y calderilla, las bombas estallan, Blas Infante vuelve a ser fusilado contra las amapolas, y Chaves en la playa, como dormido en un incendio. Lee, se roza los pies, se achicharra por pereza, mira las pandorgas, se entierra en indolencia como en algas. La playa es una distancia a todo, es un útero, es la gran pecera en que te mete el horizonte, es la siesta de la política a la hora de más calor y más peligro. Chaves en la playa; todo lo importante, lo necesario, lo urgente, está vencido por la digestión y la sombra y se aparta a manotazos con las moscas.

No sé qué podemos esperar de la política en agosto, cuando nuestros gobernantes se esconden de la verdad en los chiringuitos igual que de la suegra. Y si salen un día, de mala gana, es para decirnos que es mentira que los tiburones nos estén mordiendo los tobillos y que para eso no se les despierta. Chaves en la playa, con ahogados a los pies, con palita y cubito, con sueño y memoria de pez, con ese hacer nada de los que no saben qué hacer, no es una esfinge del poder, sino un manisero aburrido, un lagarto cansado y un niño inconsciente del tamaño y la gravedad del mundo y del tiempo. Mi madre se dormía con las olas, que hacían como la música sumergida de muchos grillos. Un político durmiendo así, en las manos del mar, mientras esto se hunde o se quema, mientras los andaluces comen arena y se descarnan en este agosto como un empalamiento o un despeñadero, es otra imagen diferente, de ocaso y de capitulación. Yo huyo de la playa en verano. Hay un mar llevándose carne, dinero y desahuciados, ante el indecente mirar de mecedora de nuestros gobernantes.

Somos Zapping 18/08/2008

ZP en vez de bombonas. Un informativo de Canal Sur en verano que no abría con imágenes de gente con los pies en las fuentes o el culo en la arena... Nada, ni siquiera con lo habitual el resto del año, ya saben, un camión de gaseosa volcado, la inundación de un garaje, un vecino atufado, un piso reventado por el butano, la puñalada de alguien para poner la mesa y el atropello de otro para ir abriendo el apetito. Ya he hablado del uso nada inocente de los sucesos para arrancar las noticias de La Suya: es una manera de convencernos de que nada grave ocurre aquí salvo que salgan un loco o un ahogado o estallen una grifería o un embrague. Pero aquel día, Zapatero interrumpía su veraneo mosquitero para salvarnos de la crisis, y eso, que de nuevo nos salvan los socialistas llegando en paracaídas, es mucho mejor que el que no ocurra nada salvo los cataclismos. Zapatero abría las noticias con sus nuevas o refrescadas medidas contra la crisis y Canal Sur rotulaba el eslogan “crecer más y mejor” como en un anuncio de papillas infantiles. Claro que eso era una introducción para presentar a Zarrías luego, anunciando que hasta Chaves va a volver de Croacia, dejando por fin la coctelera, las paletas de la playa y la versión del sirtaki que hagan por allí, para que un gabinetillo andaluz se encargue de lo propio, de conjurar el mal y de atraer el dinero con hechizos de gitana. O eso dicen, porque todo parece indicar que Chaves sólo va a escoltar a ZP y a aprovechar su sombra alada en su mitin almonteño, lugar muy apropiado para el rezo. Ya sabemos la efectividad de las recetas de nuestros gobernantes, como las últimas: “concertación social”, o sea, comprar a los sindicatos para que se estén calladitos; o activar los “centros tecnológicos” andaluces, entiéndase el de la piel de Ubrique. Zapatero abría los informativos de Canal Sur y yo no sé si eso era mejor o peor que otra bombona explotando en este verano de hombres rana arruinados.


Salvación aviónica. ¿Quién no tiene un primo o un conocido ingeniero aeronáutico? ¿Quién no cuenta en su pandilla con el típico amigote especialista en industria aeroespacial? Si hay algo que abunde aquí es el trabajador de la cosa aviónica, así que lo mejor que ha podido pasar es que vuelvan a encargar piezas del Airbus 350, que acabará con la mayoría de los parados andaluces. Precisamente Carlos María Ruíz nos daba la buena nueva, que sonaba así: “El vicepresidente primero de la Junta se ha referido también a la pujante (!) realidad del sector aeronáutico andaluz”, en relación con “un nuevo encargo para la flamante (!) sociedad Alestis Aerospace”. Cuánta pujancia y flamancia, caramba. Habrá que tener cuidado de no salir volando, de cómo está nuestro sector aeroespacial. Luego, una voz en off con todo el gangoseo y el estilo del Nodo, nos daba detalles sobre la “creación de 1000 empleos directos” y la inspirada y decisiva participación de la empresa pública andaluza Sacesa en el asunto, y, además, nos dejaba esta joyita propagandera: “El conflicto de la multinacional estadounidense Delphi en la Bahía de Cádiz, que dejó en la calle a casi 2000 trabajadores de sólida formación industrial, fue un acicate (!) para la formación de este consorcio, que se nutrirá de muchos de estos trabajadores (!)”. Pues ya ven, nuestra industria salvada y los de Delphi recolocados (una vez más, habría que decir). Creo que Cádiz se va a quedar sin pescadores de mojarras, de toda la gente que se va a colocar haciendo aviones.


Misa socialista. Paré mi zapeo en la Dos de TVE al ver allí a mi amiga Sara Rosique, prometedora y bellísima soprano, y luego me di cuenta de que retransmitían una misa desde mi pueblo. Sanlúcar es un ejemplo llameante del nacionalcatolicismo socialista. Su alcaldesa, Irene García, miembro por cierto de la ejecutiva andaluza del PSOE, cada vez pone más vírgenes y beatas estatuadas en las plazas y más calles con nombre de pasopalio. Aquella misa sobredorada, con un obispazo saludando a “la señora alcaldesa y autoridades” mientras las fuerzas vivas de la ciudad se abanicaban con el Espíritu Santo enjoyonado, parecía una cosa del Palmar de Troya. No sé si los socialistas acabarán con la crisis, pero ir a ese cielo con balcones de los capillitas y los piloneros, seguro que sí.

Especial: El verano del kiosquero (17/08/2008)

N. A.: Texto original completo del artículo, que puede ser diferente al que aparece en la edición impresa del periódico.

SANLÚCAR DE BARRAMEDA.- A Sanlúcar se viene a hacer un turismo de mojarse los pies, de ver motillos y puestas de sol con rodajas de limón y cielo, de sentir de lejos la respiración salvaje y como de navazo de Doñana y de hacer sacrificios mágicos ante los animales del mar con sus púas vivas o su carne rosa. Sanlúcar no tiene grandes infraestructuras turísticas, la playa es sólo el último revolcón del río Guadalquivir, existen pocos hoteles, no hay puerto deportivo ni esos spas que quieren parecer un Guggenheim, y aquel complejo con campo de golf del príncipe Hohenlohe, bautizado pomposamente como Sanlúcar Club de Campo, y que un día los lugareños creyeron que iba convertir al pueblo en otra Marbella, atrayendo a jeques y a piscineros, es sólo un cementerio de topillos y una siesta de agrimensores. Pero a pesar de esto, Sanlúcar sigue teniendo el encanto de lo puro, como una última sombra en esa costa andaluza castigada por el urbanismo hormigonero y las feas griferías de lo hortera.

Agosto aún abarrota Sanlúcar, sus plazas del tapeo, su playa estrecha y familiar llena de gente despeinada y acarreadora, de forasteros chanquleteros despaciosos como galápagos con barriga. Encontrar la crisis económica en el verano de Sanlúcar quizá tiene inconveniente de que aquí lo mejor y lo que más se busca es gratis o barato: el aire salado, ese olor como a ortiga mojada de la noche, el silencio abodegado que te acoge, el sol como un gran capacho que se vuelca arriba, el vino turbio y fuerte de las tascas, el aliño pobre de unas papas. No hay regatas, ni polo, ni helicópteros, ni ese verano que se hace en otros lugares amontonando el dinero y las castas sobre la cristalería de ellos mismos. La única afectación es la de sus famosas carreras de caballos, evento entre pijo y heladero que aunque monte en la arena una pequeña cañada de exclusivismo y paripé, no termina de convertir a Sanlúcar en casino, en palacio o en embajada. Claro que existe lo caro, pero aun lo caro es natural y honesto, un pescado que brilla de vivo, un marisco que también quiere comerte, la mesa dispuesta como una misa.

Es tarde de carreras en Sanlúcar y en la playa la gente sigue el oleaje de los caballos, que con la velocidad parecen hechos de guijarros. El paseo marítimo se diría que ha sido bombardeado, lo están construyendo o remodelando y las obras dejan alambradas, trincheras, traspiés. Es como el escenario pobre para este año pobre. La gente se dedica a estar miradiza, cosa que no cuesta dinero, y en los chiringuitos hay familias enteras alrededor de una fanta. Otros sacan sus fiambreras con desenvoltura. La crisis sabe a pimiento frito, o es que quizá la arena y el sol mojados saben a comida, antes de llegar a Bajo de Guía, capilla de pescadores, desconchadero de blancos y azules, bandeja que trajo el mar en sus pinzas.

Aún es temprano y el sol poniéndose pega a los camareros contra la pared de los restaurantes, esperando a la clientela, que llegará sobre todo cuando terminen las carreras. De momento, cervezas con aceitunas, ensaladas y pescaíto frito, pocos langostinos y gambas que cuando salen parecen sacados para una foto. Se nota quién va a pedir marisco por el peinado y los politos. Es cierto, en Sanlúcar se conserva cierta ortodoxia del pijerío de medio rango que incluye ropa fluoresecente, flequillo velero, moreno de galleta y una manera especial de pronunciar las eses y de pelar los langostinos como bajándoles la cremallera. Pero en el restaurante Mirador de Doñana, que es como el camerino de popa de un almirante, y donde guardan igual que si fueran clavos de Cristo los catavinos con los que brindaron aquella vez Aznar y Blair por la paz en el Ulster, los hermanos Lazareno admiten la crisis con un grave asentimiento. “Cuando llueve, todos nos mojamos –dicen-. Aunque tengamos trabajo, la crisis se ha notado desde junio. Tenemos clientes pero con un poquito menos de dinero. No es la cantidad de personas que vienen, porque Sanlúcar está abarrotado en agosto, pero se nota económicamente, la gente tiene menos dinero o por lo menos miedo a lo que pueda pasar mañana y por eso se retrae. Cuando al final del día se mira la caja, se nota”. También en el vecino Avante Claro, donde los bogavantes están como indultados en su acuario, opinan lo mismo: “Hay gente, más o menos igual que el año pasado – cuenta Manuel Rodríguez---, pero en vez de pedirte bogavantes, langostinos, cigalas, pues piden pescaíto frito o un arrocito para todos. Están más cortitos”. Sólo Paco Bigote, escoltado en su salón por tremendos bichos azules, como de un mar prehistórico, asegura no notar la crisis: “Normal, como otros años. Al menos, lo que es agosto. Cuando llegue septiembre, que ya se tiene que bandear uno con las comidas de empresa y eso, a lo mejor cambia la cosa”. Desde luego, allí el teléfono no deja de sonar, la gente solicita reservas exhibiendo a veces, de manera un poco ridícula, pedigrí, relaciones, amistades; pero no hay mesa hasta dentro de cinco días. Un cliente que entra apunta, con maldad o suficiencia, que seguramente a los que van a Bigote la crisis les da igual.

La crisis no espanta a la clientela de Bajo de Guía, aunque este verano se alimente un poco más del viento, como dicen por aquí que hacen los camaleones. Bajo de Guía es un lugar de peregrinación y su religión sobrevive al bajón de la economía como un palafito a las mareas. Pero tampoco se vacía la Plaza del Cabildo, que en agosto es como un árbol de Navidad trasplantado a esta época, corros de gente, luz de vino y campanas, rojos de un dulce salado en las terrazas. Ni una mesa libre en Balbino, en La Barbiana, en la Taberna Juan o en La Gitana. Y sin embargo, hay algo diferente este año: “A la gente les ofreces langostinos y te dicen 'no, langostinos no, que tengo en mi casa' –cuenta un camarero--. O te dicen 'no, hijo, no tenemos hambre, unas papitas aliñás nada más que luego vamos a ir a cenar', pero después te están pidiendo todo el tiempo más pan y picos. A mí me han llegado a preguntar cuántos trocitos entran en una tapa de chicharrones, que eso nunca me lo habían preguntado”. “Fíjate la cantidad de gente que está sólo dando vueltecitas, --señala otro trabajador de un bar de copas de la Plaza del Cabildo--, que se sientan con la familia en los bancos a comer pipas o una tarrinita de helado y ahí se quedan”. Alguien comenta, divertido, que el kiosquero de la Plaza del Cabildo ha llegado a confesar que no ha vendido más pipas en su vida. Éste es, sin duda, su verano.

Los días persiguiéndose: Finis Terrae (17/08/2008)

Dicen que Croacia llegó a ser satrapía del Imperio Persa, pero lo que parece ahora es el anuncio de un yogur griego. Todo el Mediterráneo es griego, en realidad, desde que surgieron de aquel mar las columnas de nuestra civilización y del Adriático a Asia Menor los ejércitos, los geómetras y los filósofos fundaban lo que somos como haciendo collares de conchas. Zarrías prefiere para sus viajes veraniegos zonas frutales de sol y de pobres, donde Andalucía puede hacer de personaje colombino y de rico y gordo por comparación, y Chaves ha elegido Croacia para sus vacaciones, que no sé si fue persa de verdad o nos engañan los documentos pétreos del lugar, pero que desde luego es como huir en trasatlántico de la crisis, un poco hacia el origen volcánico de Occidente que es ese Mediterráneo cercano a los dioses. Hay viajes para buscar y hay viajes para huir, para esconderse en islas y calas, enterrarse en arena blanca y en pueblos que se despeñan desde antiguo. Nuestros gobernantes andaluces hacen estos viajes de huir, a paraísos de los descalzos y de las nubes mojadas en ron, como elige Zarrías, o a un país de sirenas o faros levemente helénicos, que es la opción de Chaves, pero que tienen en común embeleso, mitología, arrecifes y reliquias. Por esos lugares la crisis les debe de resultar como un asunto de otra raza o de otro tiempo, igual que Blas Infante debe de verse como el barquero de Hércules u otro pescador renegrido, de ahí que Chaves no vuelva por tan poca cosa. Tanta gente quejándose, tanta realidad estropeando la cuidada propaganda de la Junta, que es normal que huyan hacia soles de aguacate o mares dóricos, donde todo parece remitir a una tranquilidad coralina y a un pasado quieto en un vaso.

He pensado en los viajes centrífugos de Zarrías o Chaves, en este verano en que la economía trae cada día un ahogado más en las playas, leyendo la curiosa noticia de que Stephen Hawking va a hacer el Camino de Santiago, al menos en parte. Hawking quizá ha llegado a la Ruta Jacobea cayendo de la Vía Láctea, que es su espejo allí arriba, después de andar buscando tanto tiempo el agujero del que salió todo el universo. En realidad, lo del apóstol Santiago en España es un mito romanista más que dudoso y, de todas maneras, ese viaje no tiene como origen ir a adorar sus huesos de madera, sino la mucho más antigua marcha al fin del mundo, al Finis Terrae, siguiendo la ruta del sol, viaje iniciático de culturas precristianas. Zarrías y Chaves se marchan en sentido opuesto, hacia el Caribe y hacia el Adriático, porque desean huir al fin del mundo, esconderse allí donde no llegue la crisis, ni las malas noticias, ni las verdades que desmienten sus fantasías cada día. Pero ese otro Finis Terrae iniciático no es tanto un lugar al que llegar como el propio camino a recorrer, cosa que seguramente sí sabe Hawking y por eso es capaz de encontrarlo hasta en silla de ruedas. Sin embargo, nuestros gobernantes, que distan mucho de ser sabios, huyen verdaderamente en kilómetros y no les sirve de nada. Como en todo camino iniciático, y ya digo que el de Santiago lo es, lo que se encuentra al final es uno mismo. No sé si después de haber seguido al sol hasta el verdadero Finis Terrae nuestros políticos se verían por fin en sus mentiras, su desfachatez y su cinismo. Pero es otro fin del mundo al que ellos escapan. Hay viajes para buscar y hay viajes para huir. En Cuba o en Croacia están solamente lejos, ni salvados ni invisibles ni sin culpa. Hasta ese fin del mundo suyo en el que intentan refugiarse, todavía llega la verdad como un oleaje.

16 de agosto de 2008

Los días persiguiéndose: Sindicalistas (16/08/2008)

Los sindicalistas empezaron incendiando o mojando el carbón contra el capital y la explotación y han acabado en los sillones de orejas del poder, siendo jefes de sus vacaciones, funcionarios del paro y fogoneros de los partidos. Precisamente lo que define y distingue en un principio al movimiento sindical es su defensa de los trabajadores más allá de objetivos políticos generales, pero de atrancar las máquinas, rebelar telares y aplastarle el sombrero al patrón parece que la cosa pasó a entremeter en las fábricas la propaganda de las ideologías, ir soliviantando al currante contra lo que convenía, arrimarlo al voto más o menos rojo, sacarlo a bailar a la calle o no según quién gobierne y convencerlo de que tal partido le va a dar más trabajo, colchones o botijos. Los grandes sindicatos, es decir, UGT y CCOO (al resto, ya ven, se les suele llamar “independientes”, aceptando la sumisión de estos dos), son sucursales de la política en el tajo, y eso se nota en que su interlocutor no es ya el empresario, personaje secundario, sino la Administración y los despachos de los partidos. La gran trampa que ha adormecido a los trabajadores, como a los niños a los que se les da un chupete mojado en anís, se llama concertación social, nombre manso que esconde ese prorrateo en el que los sindicatos “mayoritarios” se aseguran subvenciones públicas a cambio de mantener a la tropa calladita, mientras que los políticos tranquilizan con eso mismo a los empresarios, que sólo son como carteros de todo aquel tejemaneje interno. Hay unos sindicatos que ya no hacen ruido con las tuercas, ni traen un nuevo siglo ni una revolución de bieldos para arriba. Sus dirigentes sólo esperan ese funcionariado del “liberado” en el que crecen tan bien sus barbas, el dinero bajo cuerda o la recompensa que les regale el poder como una ínsula. Si empujan a la gente a la calle, adornados de mendrugos, es para cantar rondallas a sus políticos o someterlos a un pequeño chantaje cuyo fruto suele ser siempre el mismo: el silencio comprado.

En la Bahía de Cádiz iba a arder el agua como en un abordaje pirata porque Delphi se cerraba. Pero se cerró y no pasó nada. La Junta habló de “parados con perspectiva”, hasta de “oportunidad histórica”, y los sindicatos dóciles, amancebados con sus dueños políticos, guardaron los hierros y se echaron a dormir bajo ese sol gaditano que es como una fundición detenida. Empresas informáticas, aeronaúticas o en general esdrújulas, que vendrían por el impulso modernizador de la Junta y el poder mágico de su Verbo, iban pronto a recolocar a sus trabajadores. Este discurso increíble, esta tomadura de pelo, no sólo no rebeló aún más a los sindicatos, sino que los arrellanó en el silencio e incluso en la alegría. Un año después, el que fue presidente del comité de empresa de Delphi, Antonio Pina, de CCOO, se atreve a decir, en una carta abierta con el tono de aquéllas a los corintios, que están “a mitad del camino”, floreando además la amarga espera o decepción como si fuera un relajo, un balneario y hasta una ganga. Luego hemos sabido que Antonio Pina ha solicitado el carné del PSOE y todo ha acabado resultando tan transparente como repugnante. Ésa es la perspectiva verdaderamente prometedora aquí en Andalucía, el carné del PSOE, formar parte de la “familia socialista”. Los sindicalistas ya tienen otro amo, el poder les abraza, la traición les compensa. Hicieron, en otro siglo, por supervivencia y dignidad, la revolución entre el vapor y la tizne cafetera de las fábricas, cuando eran poco más que esclavos, morían los niños bajo sus chimeneas y la protesta obrera se consideraba delito. Ahora, sirven dentro del escalafón político, como agitadores o amansadores del proletariado, según convenga. Algunos deben de cobrar lo suyo sin mirar a los ojos, como las prostitutas.

14 de agosto de 2008

Los días persiguiéndose: José Tomás, dios hispánico (14/08/2008)

En El Puerto de Santa María pusieron estos días una enfermería para dioses, que aquí cuando se hieren sangran claveles en agua bendita y pañuelos de mujer morena. Hay un modelo grecorromano de dios o de héroe, que es el que vemos en Pekín persiguiendo sirenas hundidas, cincelándose los muslos o abrochándose el viento en la clavícula como una túnica, y otro modelo hispánico que es un Corazón de Jesús abierto desde el cuello, un bailarín atravesado por los cuernos de la luna o un poeta borracho de su sangre panificada. Los dioses clásicos eran carreristas y rijosos, con alas en los tobillos y falos adornados con acanto. Amontonaban las nubes, conducían el carro del sol y se beneficiaban a las mortales atravesándolas con un caduceo, todo en la misma gimnasia. Fue el cristianismo el que impuso a los dioses llagados, apaleados, cosidos, castrados y vencidos. Es la pulsión de muerte, que diría Michel Onfray, auténtica contramoral al nietzscheano modo que además se convierte en estética. Aquí hacemos barroco con la sangre y por eso los dioses heridos o muertos parecen candelabros. La religión con sus empalamientos, las ideologías con sus fusilados y hasta el arte con sus locos o flacos autodestructivos, están llenos de la gloria del morirse o del sufrir, opuesta a la gloria del vivir y el gozar: gozar es malo, pecaminoso, aunque no haga daño a nadie, y lo virtuoso es vivir con el cuerpo a tiras, vivir con asco de vivir, el morir por no morir teresiano, el morir cuchillero de la santidad.

José Tomás no desentona con este verano de suicidas ni con esta cultura nuestra de la muerte como una madre. No voy a hablar de toreo, porque no sé, aunque pienso que para ver en la tauromaquia la carnicería sádica que dicen los ecologistas margaritos hay que ser un zoquete. Allí están el tótem, la caverna iniciática y el dragón por vencer (uno mismo). Que sea o no arte, en eso no entro. No voy a los toros como no voy a las carreras de caballos: esa estética de lo quieto o de lo veloz no me compensa ante el circo de pamplineo y rancidumbre, de castas y escalinatas, con que se rodean. No, no voy a hablar de toros, pero José Tomás tiene la silueta y la vocación de todos los dioses hispánicos, del cristianismo de pies ensangrentados y huesos quebrados, aunque él no es beato, no se amortaja en las capillas ni se mete estampitas en el paquete. Enamorarse de la muerte como de la más morena de todas las mujeres es la vanidad de estos dioses con postillas y José Tomás se bebe su cáliz y sale un poco yacente a los ruedos, a fundar de nuevo esa patria de sufridores en la que se reconoce cierta España más flagelante que heroica. José Tomás se está haciendo un dios como sabe que hay que hacerlo por aquí, y eso no es locura sino tradición. Sobre heridas gloriosas, sangre macerada, sacrificios orgullosos y martirologios de la historia se han levantado imperios, iglesias, nacionalismos, políticas, líderes, camelos. Andalucía misma es la larguísima postración de un doliente o un descabalgado, y ha terminado seducida por su desgracia y sus cicatrices hasta el punto de definirse en ellas. Se llama síndrome de Münchhausen a esa enfermedad que empuja a inventarse o provocarse dolencias para obtener atención o cariño. Seres todopoderosos, santos torturados, artistas hacedores de silencios y hasta pueblos colgados por su ingle quizá cayeron en eso. Los dioses hispánicos tienen que supurar o morir para serlo. Pero yo afirmo que es inmoral construir la existencia sobre el sufrimiento. Ni la eternidad lo merece.

12 de agosto de 2008

Los días persiguiéndose: Viudas entre perlas (12/08/2008)

Es un cristo con banderas y a mí no me gustan ni los cristos ni las banderas. Blas Infante, jarrón de flores, acerico de mástiles, ceniza encajonada, símbolo gladiador, campana del andalucismo, está como en su entierro eterno, llevado y traído por los políticos con el tamaño de bronce de los muertos. Los muertos tienen una gran capacidad fundadora y los vivos tienen un hambre insaciable de huesos, y entre una cosa y la otra se han levantado religiones, ideologías, patrias y muchas estatuas de todo ello, pues quizá todo se queda en la estatua, que es lo único que pesa de esas ideas, ya sean verdaderas o falsas, honradas o malvadas. Los políticos se convidan al muerto de Blas Infante, quedan o faltan para adecentar sus parterres igual que su peinado, se visten de novia o de florista, esperan que reverdezca su espíritu en una rama y forman junto a él algo como una obra con hormigonera. Un domingo de cal y rezo que seguramente no hace ni política ni patria ni hijos, sino verdina en la estatuas y cotilleo de funeral, tan perverso. El amaneramiento alrededor de los cadáveres siempre resulta enfermizo, como en aquella ópera de Korngold, La ciudad muerta, con ese marido obsesionado con su mujer fallecida, su fantasma o su reencarnación. Escenificar la Andalucía viuda puede ser simbólico y macabro, tierno e hipócrita, sentimental e interesado, pero lo peor es que sea inútil. Alguien tendría que decirles que no se trata de pasear espectros, saludarlos con el sombrero o escupirles a la cara. Ya hay demasiados fetichismos en política y éste de cementerio es de los peores, aunque suene a poema de Poe. Bastaría que trabajaran más por Andalucía, en vez de ir a colgarle exvotos al pobre Blas Infante, que ya carga con el pelo podrido y los bragueros desarmados de todos los andalucismos esencialistas, melancólicos, funcionariales, orgánicos, folclóricos o conversos que hemos ido dando.

Blas Infante es un cristo con banderas y ya digo que a mí no me gustan ni los cristos ni las banderas. Pero no se trata ahora de florear las patrias o de renegar de ellas. Yo no creo en patrias y menos en que tengan padres con forma de paloma, silueta de escribiente o alma de aceituna, pero eso es sólo mi opinión. Lo que sí es cierto es que a Blas Infante lo han hecho algo así como hermano de Hércules o de sus leones peluqueros, un mito fundacional interesado que sirve para amazacotar el concepto de Andalucía y para que los políticos manejen su herencia, que no es tanto una serie de ideales o sentimientos sino la misma legitimidad para hablar en nombre de esta tierra, cosa bastante más peligrosa que tierna. Es por esto, y no por fidelidad al espíritu o a la intención de Blas Infante, que los partidos se pelean ahora por quién quiere más al padre y quién llora más y mejor entre sus piernas de ahorcado. No estoy de acuerdo con muchas de las cosas que dijo este hombre que se ha convertido en catafalco y en carroza de Andalucía, pero eso no importa. Importa recordar sus objetivos, sus aspiraciones: justicia, igualdad, dignidad para unas gentes castigadas y pobres que pueden o no formar un pueblo o una patria, pero cuyas necesidades eran y son realísimas, entonces y ahora. Los políticos escombran el verano con patrañas y muertos gloriosos, se comen las flores o mandrágoras repugnantes que les nacen en la tumba, se suben a sus caballos, les roban las banderas. Los he visto depositar ramos y llorar falsamente como algunas viudas entre sus perlas. Se casan de luto, un año más, con Blas Infante, para volver a dar hijos traicioneros y olvidadizos. Sabemos que nunca hay que creer lo que se dice en la cama ni en los cementerios.

Somos Zapping 11/08/2008

El zoo. Cómo serán el peso, la zurrapa y el algarrobaje de vulgaridad que le otorga a la tarde María del Monte que ahora, en agosto, su sustituto Rafael Cremades me parecía Pedro Piqueras. Me lo encontré inesperadamente, tras quedar yo atrapado y estupefacto por un teatrillo que hacía El Linterna con un par más de esos chistosos de porqueriza o borrachos de boda que vienen hocicando en el programa desde hace un tiempo. Me arrepiento de haberme metido una vez con los sketches sin guión de Los Morancos, que ahora se me hacen comparables a los de los Monty Python al lado del humor de lobotomizados que perpetran estos botarates. Sí, aquello era como si la cámara hubiera enfocado durante unos minutos una jaula de monos revolcándose, haciendo mojigangas con los morros y palmoteándose el culo, mientras Manolo Sarriá chillaba pidiendo plátanos. Fue cuando volvían a su asiento, con cara de haber hecho de vientre entre la paja, que me fijé en que estaba allí Cremades, el pobre, forzando una sonrisa que por primera vez me parecía que intentaba disimular auténtica vergüenza. María del Monte encajaba en aquello como la madre de todos esos churumbeles puercos, y quizá no nos habíamos dado cuenta realmente de cuánto había bajado el nivel del programa, a la altura de un campeonato de pedos, hasta que vimos allí a Cremades, también maestro botijero de lo andaluceante, y que sin embargo se diría que era un lord que había bajado, equivocado, a la sentina. Lo de María del Monte ya era un zoo. Cremades parece que se va a dedicar más a las entrevistas a las bisabuelas. Se ha rendido a la evidencia de que para presentar aquel chistosismo hace falta dominar el lenguaje de las bestias, y no todo el mundo está tan preparado como María del Monte.


Orgullo y ripio. Aún estaba María del Monte cuando el programa se adobaba en otra fiesta típica, esta vez las Colombinas de Huelva. Por cierto, impagable el chiste “colombino” que nos regaló la presentadora, que no es nada graciosa sino que se limita a ser la estanquera sonriente de su catetismo no exento de guasa: “Claro que si Colón en vez de ir de aquí p'allá, viene de allá p'acá, ¿seríamos nosotros americanos?”. Menudo destello de ingenio entre los chistes de flojos y muertos de hambre de sus compañeros. Pero no fue lo que me llamó más la atención aquel día. Esas fiestas y ferias siempre retratan vivamente los vicios del ser andaluz, pero a mí me resulta especialmente inquietante y triste ese chovinismo ternurista, infantilón, que nos define como seres simples, madreros, que nos hace primitivos y pequeños en la satisfacción palurda del universo de nuestro barrio o nuestro pueblo. En una de las conexiones con las Fiestas Colombinas, unos señores levemente cantantes, ya macerados en el vino de su raza, nos dejaban esta declaración de catetismo ingenuo y febril: “Yo soy de Huelva y quiero a Huelva, porque sí, porque es distinta. Azul y blanco los colores de mi cielo, y en el Conquero está mi Virgen de la Cinta, la que yo quiero, ay”. Ya ven, Huelva es distinta (todos los sitios lo son) porque el cielo es azul y blanco (como en todas partes, aunque no coincida con el color de la bandera) y hay una Virgen (como en cada parroquia). Qué simples somos, en nuestros amores, deseos, gustos, afanes, paroxismos; qué felicidad de necio la de estar sencillamente en el sitio en el que nos ha arrojado la casualidad, qué pena ser siempre tan risible e indefectiblemente pueblerinos y, además, hacer de eso un orgullo, un valor y un ripio.


Trogloditas. Era un anuncio de Huesitos, era la película de los Picapiedra, era quizá Andalucía festejando ese atraso suyo un poco cromagnon. España directo nos enseñaba la fiesta troglodita de Piñar (Granada), que consiste en vestirse de leopardo, llevar garrote y collares de dientes, bailar “danzas africanas” (?) e inventarse troncomóviles. Era una prehistoria de dibujo animado, anacrónica como la que nos mezcla con dinosaurios (nunca el hombre coincidió con ellos). Aquello parecía divertido, si no fuera porque yo no podía evitar ver allí el más exacto retrato de lo que somos tantas veces: gentes orgullosamente primitivas celebrándose con gruñidos y estacazos.

Los días persiguiéndose: Fiesta en Tien An Men (10/08/2008)

En Pekín han hecho caligrafía china en el cielo, en los ojos de miles de muchachas y en las espaldas de miles de atletas, pero los fuegos artificiales sobre la Plaza de Tien An Men eran como un tiovivo colocado encima de una tumba. China extiende sus sábanas y dragones sobre sus crímenes, y me doy cuenta del horror que representa que el mal pose como algo grandioso, emocionante y plástico. Reflexiono sobre la justicia y la belleza, después de que la mayor dictadura del mundo haya caminado sobre papel y subido sus tambores y espadachines a las nubes y a las banderas, asombrándonos. Gran ceremonia que pone biombos a los muertos, coreografías de ciempiés, música de palitroques con que suena la sincronía de los esclavos. Era hermoso y terrible, como los funerales de los soldados, como ciertos sueños sobre el fin del mundo (los míos están siempre llenos de luces, olas y planetas). El olimpismo es una farsa, negocio y propaganda que quieren adornarse con las hebillas y los muslos de los dioses. Sobre los Juegos Olímpicos han volado las águilas forjadas del nazismo y se ha hecho guerra fría con metales nobles, pero hoy en día, son sobre todo una gran antorcha de dinero portada por oscuros y venales comités, siempre con la aureola de la sospecha y la corrupción flotando sobre ellos. Eso del hombre contra sí mismo da para poemas, manos haciendo palomas y piscinas llenas de fuego y niños, pero allí se vende otra cosa. Se le regala un escaparate a una dictadura, se le deja que hable cínicamente ante el mundo de los más bellos ideales y que haga una colada de banderas con las manos negras. Ellos ponen flores en el cielo y columnas a los pies de los héroes, bailan sobre bosques de bambú, nadan entre flecos, y el planeta admira cómo envuelven en seda y tallarines su suciedad, su tiranía, su opresión, sus cadáveres. Tien An Men estallando en colores era el aquelarre de la mofa y la hipocresía.

Mala época para hablar de justicia, de derechos humanos, ahora que las naciones compiten por su orgullo y el pueblo quiere ver a sus campeones como a caballos brillantes de sudor y nervio. Olvidamos el crimen apenas nos ponen bellas cortinas y llamas delante de la verdad, apenas nos prometen la gloria del triunfo derramándose en nuestro verano de comodones. El olimpismo es una farsa y Pekín no quiere paz ni espíritus volando ni muros que se salten. Una farsa parece también nuestra democracia. Si hay algo que hoy me da aún más risa que ese espíritu olímpico de los forzudos emputecido por el totalitarismo chino, es aquel espíritu de las leyes del que habló Montesquieu emputecido por los jueces de aquí. En Pekín bailan con los muertos como en su año nuevo, pero sólo nos incomodará el horario de las competiciones. Aquí, el juez Urquía se vende a Roca prevaricando contra un derecho fundamental (el de expresión) y el Tribunal Superior de Andalucía lo condena a la pena mínima salvándolo de la cárcel, pero eso no nos alterará ni la siesta ni la piscina. Reflexiono sobre la justicia y la belleza, después de la ceremonia egipcia de inauguración de los Juegos. Citaría a Platón, si no fuera yo tan antiplatónico, así que me quedo con Makinavaja: “En este mundo podrido y sin ética, a las personas sensibles sólo nos queda la estética”. Pero cuando la estética es un sobredorado de la inmoralidad, ni eso nos queda. Reflexiono sobre la justicia, en la vieja China marcial o en esta Andalucía corrupta. Los ayuntamientos y los juzgados parecen a veces una fiesta en Tien An Men: burla a los muertos, insulto a la libertad, celebración estruendosa de los cínicos.

7 de agosto de 2008

Los días persiguiéndose: Los dueños de Barenboim (7/08/2008)

Los músicos eran criados, apenas palafreneros, hasta que el romanticismo los hizo artistas, gigantes con cabeza de estatua. El primer gran músico artista, según ese nuevo ideal, fue seguramente Beethoven. Pero a Mozart, paradigma del genio, lo echaron a patadas de la residencia vienesa del arzobispo Colloredo, por contestón. Y ni siquiera Lully o Händel, que en las cortes francesa o inglesa fueron el nombre mismo de la música, significaron para sus reyes más que los maestros de banquetes. Obras hoy consideradas sublimes eran mero acompañamiento a la cocina, los rezos o las meadas de la aristocracia. Y si algún músico, generalmente un cantante, llegaba al divismo, como el castrado Farinelli, así llamado porque hacía “harina” las trompetas que osaban retarle en agudos y coloraturas; o la Cavalieri, para la que el mismo Mozart escribió arias desmesuradas en longitud, escalas y adornos (en El rapto del serrallo, por ejemplo), era aquella fama únicamente la de unos acróbatas.

Sí, tuvo que llegar el romanticismo para que un auditorio se sentara con conciencia de que iba a escuchar arte. El músico ya no era un siervo, ya no se debía al rico, al monarca, a sus ganas de bailar o cazar o folgar; se debía a su arte, a su editor y a su público. Los estrenos de Beethoven, Schumann, Verdi o Wagner eran todavía auténticos acontecimientos sociales. Sin embargo, más tarde se produjo otro giro. Con el siglo XX, la música en sus formas e instrumentación clásicas (sinfonías, conciertos, sonatas, óperas...) dejó de ser “popular” y empezó a ser minoritaria, elitista, académica. A la vez que esta música (no diremos ni clásica ni artística, sino que emplearemos el término que usó Leonard Bernstein, el de “música exacta”) se alejaba en su evolución del gusto del pueblo (atonalismo, música aleatoria, experimentos con sonidos electrónicos, ruidos y performances a veces extravagantes), otras nuevas músicas, sencillas, de origen popular, con instrumentación, armonías y ritmos más simples, se imponían aupadas por la grabación fonográfica y la radio. A partir del jazz y el blues, la música ligera, melódica, el rock y el pop serían la nueva música “para todos”, mientras que aquella otra se iba convirtiendo en arqueología. Imposibilitada para subsistir de ella misma, las formas tradicionales de la “música exacta” necesitaban protección, mecenazgo, subvención de instituciones privadas o públicas. Esta es la situación en la que nos encontramos hoy.

El músico es otra vez, de algún modo, rehén de nuevos dueños, normalmente los políticos, para los que la cultura es sólo propaganda, lujo y aureola, igual que para aquellos reyes lo eran las comilonas con cisnes de hielo y suites orquestales. Pero el músico sigue siendo músico, el genio sigue siendo genio, el arte sigue siendo arte. Me duele (perdón, amigo Paco Robles) cuando a Barenboim lo comparan con el rebote de una pelota. Me es imposible criticar al que me trajo a Brahms acompañado de una náyade, aquellas sonatas junto a Jacqueline du Pré como acariciando los dos juncos con las manos en el agua; al que me dio su Beethoven a la vez atormentado y cristalino, y además ahora quiere salvar el mundo con música. Como ha ocurrido siempre, los dueños del artista nunca están a su altura. Los que no ven el arte, el talento excepcional, porque al músico lo acompañan burócratas y cocineros, sin duda tampoco.

4 de agosto de 2008

Somos Zapping 4/08/2008

TDT. Me han llamado, entre la viudez y la impotencia, trabajadores de una pequeña tele de pueblo. La Junta, cachondeándose de la ley y del recato, los ha dejado en la calle al conceder las licencias de la TDT a empresas de amigotes políticos, a satélites de los grandes grupos mediáticos afines, a forasteros sin arraigo. He hablado con ellos, esforzados locutores de cuarto de escobas, camarógrafos como sherpas que además son montadores y redactores. A algunos los conozco. Son de esa gente que puede hacer toda la parrilla de programación entre cuatro, después de haber perseguido Vírgenes y puestas de sol por las calles; de los que conocen a los chiquillos de los equipos alevines como a sus hijos, de los que llevan años entre pregones lamiosos y verbenas del pimiento, intentando adecentar lo hortera o dejándose llevar por el catetismo, eso da igual. Alguna de estas televisiones que tendrán que cerrar es más antigua que Canal Sur. El caso es que el poder político no solamente ha establecido por los pueblos una nueva red de control, sino que se dispone a acabar con ese modelo de televisión cercana y en pequeño, con los mismos amores y defectos de la plebe, en favor de franquicias y delegaciones de otra cosa. Yo soy de los que ve la tele local por morbo. Sus beaterías y paletismos me dan risa. Pero lo que ha hecho la Junta con estas licencias de la TDT es de bellacos. Me han llamado trabajadores de una pequeña tele de pueblo, y me han contado que habían hablado con la alcaldesa socialista, su única esperanza, por si los recolocaban en la nueva que ha de venir. Vean cómo funciona la cosa. Vean a qué se dirige todo esto.


La reflexión del agua. Han hecho paredes con el agua y han congregado al mundo en una propaganda de parasoles. A la Expo de Zaragoza, especie de oasis con barandillas, ha llegado también Andalucía cargada de viejos pellejos y en Canal Sur parecía que llevábamos el invento de las cataratas. Que las sucesivas modernizaciones de esta tierra que nos intenta vender el poder son un eslogan de refresco lo demuestra el hecho de que a Zaragoza nuestros prebostes han llevado toda la habitual botijería de tópicos, la albardonería decimonónica con la que aún nos definimos: caballos, vino, abanicos, flamenco, gitanas con guitarra y hoguera, el sol como medalla y la alegría como borrachera. Es como cuando uno visita ciertas ciudades monumentales y ocurre eso tan desconcertante de llegar a un rincón donde no se puede encontrar nada que te sitúe en el siglo XXI. Pues ahí estaba, en la noticia de Canal Sur, la Andalucía expositada en Zaragoza, como una diligencia entre la aviónica de este siglo, eternos antepasados de nosotros mismos, sin rastro de segundas o terceras modernizaciones, cantareros de toda aquella agua tan actual y estilizada. Aunque, eso sí, según nos contaba la voz en off sobre las imágenes de la consejera Cinta Castillo, aportábamos un descubrimiento prodigioso, de una tecnología casi extraterrestres: “La aportación de Andalucía a la reflexión del agua llega a la Expo de Zaragoza”, nos decía. Cómo serán nuestros centros tecnológicos que hemos conseguido que el agua se comporte como las ondas de luz o de sonido y sufran el fenómeno de la reflexión. Pero no, me doy cuenta de que aquello no tenía nada que ver con la mecánica ondulatoria y que la frase era solamente una pura tontería. No, ningún invento. A la Expo sólo habíamos llevado canastos, palanganas y romanceros.


Tranquilidad. Desde la Casa Rosa, la reportera de Canal Sur, que siempre parece una monjita en la Plaza de San Pedro, nos contaba risueña el balance del Gobierno andaluz en sus 100 días, una buena nueva que merecería campanas y quizá hasta sonaran de fondo realmente. Luego, las imágenes y las palabras de Chaves: “Podemos trasladar a las empresas, los trabajadores y los ciudadanos en su conjunto un mensaje de tranquilidad, de serenidad y de confianza en las posibilidades de la economía”. Sin comentarios. Se iría Chaves tranquilo de vacaciones después de esto...

Los días persiguiéndose: El portador de la luz (3/08/2008)

He visto a Miguel Sebastián posar en estas páginas como el portador de la luz y me he dado cuenta de que el Gobierno es una pasarela de musas y sus novios. Llevar un país debería parecer un trabajo ferroviario, manejar pesadas ruedas con las manos y la inteligencia, honrados por la tizne. Pero los ministros del zapaterismo se conforman con ser inspiración, alegoría, pinacoteca. Hablé de los ministerios simbólicos cuando irrumpió Bibiana Aído, que no es una sierva de Apolo/Zapatero como Briseida, ni una tejedora de banderas revolucionarias, sino una ministra perfume, una portada dominical, apenas un pestañeo, una idea envuelta en gasa. Para seguir haciendo de la política metáfora, Miguel Sebastián se ha vestido también de icono, de escudo, levantando sus bombillas o antorchas griegas, un poco entre el olimpismo y los mitos fundacionales del ser humano, pero como en calzoncillos de todo ello. El portador de la luz era Lucifer, nada menos, según ciertas leyendas amo del fuego y del espíritu. No la personificación del mal, sino de la inteligencia, contrapeso a Adonai, el amo de la materia y de la tierra, que creó al hombre con la intención de hacerlo su esclavo. No está lejos de simbolizar lo mismo el mito de Prometeo. Pero dejemos a Dios y al Diablo, que al fin y al cabo son vecinos y están en el mismo negocio. Lo que quiere uno decir es que hasta pretendiendo ser simbólico, esto es demasiada mitología para Miguel Sebastián, que parecía que formaba parte de un calendario de electricistas. Si esas leyendas nos querían contar que la inteligencia y la insurrección nos alejan de la servidumbre a dioses u hombres, Miguel Sebastián, coronado de luces, representa a un Gobierno que precisamente ha sustituido la inteligencia por una suerte de fe buenista, la rebeldía por la complacencia y la acción por el posado, para condenarnos a una esclavitud de palabrería y campanillas.

No es extraño que los estudios demoscópicos nos hablen ahora de “clima de desconfianza” entre los andaluces o de descrédito general de nuestros políticos. No ayudan los ministros haciéndose fotos como sotas, curando por el aura, rezando a las flautas y a las linternas. Miguel Sebastián quiere solucionar la crisis regalando bombillas y Chaves “cogiendo al toro por los cuernos”, pero así lo que sale es un picasso, no una solución. Usan la magia, el camelo, la dádiva y la estupidización que fomentan en la sociedad con el aniquilamiento de la enseñanza pública, la vulgarización de la cultura y el reinado del forofismo político. No sólo se disfrazan de pitonisos, sino que usan su misma lengua de humo. Nos enteramos de que en el Parlamento andaluz quieren organizar un curso de oratoria porque los políticos hablan como macarras. Sin embargo, el Trivium de los antiguos ya nos decía que la retórica necesitaba de la gramática, pero sobre todo de la lógica. No hay lógica en sus discursos, no hay inteligencia en sus actos, sólo organizan piñatas que ellos se empeñan en seguir llamando política, ante el público infantil y cegado que se han fabricado para perpetuarse. Ni ministros ni gobernantes, sólo vírgenes de los desamparados, curanderos de jarabe, salvadores visionarios, mujeres de Delacroix, alegorías con cayado y pretendidos portadores de la luz que sólo parecen mineros. Un Gabiente, en Madrid o aquí, como un Tarot loco. Antes de que la Iglesia se inventara al Diablo parrillero, un Lucifer que no tenía nada que ver con satanismos simbolizaba la inteligencia y el espíritu (el espíritu no como sustancia, sino como voluntad). Miguel Sebastián, con traje de bombillas, no es el portador de la luz, sino otro cerillero del pensamiento débil.

Los días persiguiéndose: 100 días (1/08/2008)

Celebremos los números, ya que no hay otra cosa que celebrar. Un día el ser humano se dio cuenta de que el tiempo era circular y eso nos trajo a los dioses relojeros, las cosechas y los primeros intentos de ciencia mezcla de cocina, agrimensura y magia. Creamos los números y la geometría para seguir al carro del sol. Entre nuestros mayores inventos se suele olvidar el calendario, que puso al hombre por primera vez en un universo ordenado y por tanto predecible, interrogable. Todas las celebraciones de calendario, que empezaron por los solsticios, tienen la misión de recordarnos que vivimos repitiendo ciclos eternos, que el universo que es una clepsidra que miramos y nosotros una sombra que crece y mengua. Primero fueron los astrólogos y los sacerdotes, pero luego acabaron jugando con esto los centros comerciales y hasta los políticos, que ahora nos venden sus 100 días de gobierno como otra revolución solar. También los números redondos cumplen esa función psicológica de devolvernos el orden y el equilibrio cíclicamente. Usamos el sistema decimal porque tenemos 10 dedos, aunque no es la única manera de contar con la manos. Los babilonios lo hacían desplazando el pulgar por las tres falanges de los otros cuatro dedos y levantado luego un dedo de la mano libre por cada 12, o sea, hasta 60. Aún medimos las horas y los ángulos usando como base este sistema sexagesimal (la circunferencia tiene 360 grados porque los babilonios asignaron 30 dioses a cada una de las 12 casas en las que dividieron el zodiaco). En realidad, la matemática es ajena a los dioses y funciona igual sin importar el sistema de numeración. De hecho, los ordenadores usan el tan famoso sistema binario, sólo con los dígitos 0 y 1, y con eso están construyendo el mundo moderno, el mundo digital que etimológicamente también viene del dedo. Sin embargo, aunque la matemática fuera considerada sagrada un día, para los babilonios o para los pitagóricos, no dejan de ser éstas solamente ficciones humanas para ordenar, describir o tergiversar convenientemente lo existente.

100 días de gobierno, la magia aritmética de estos políticos sacerdotales se mueve como anillos ante nuestra cara igual que en aquellos conjuros para que el sol se volviera a levantar o los dioses volvieran a resucitar, que es lo mismo. 100 días no dan para una era, ni siquiera para una estación, pero su superstición o sus mancias los llevan a hacer balance y a aparecer ante los medios, no porque se haya movido nada, sino sólo para decirnos que el cielo no se ha caído sobre nosotros y que todo sigue ocurriendo a la velocidad uniforme y prevista de lo eterno. 100 días, la ficción del equilibrio y del orden de los números, cuando el caos de la economía, que no sigue a las estrellas sino que irrumpe como los cometas (por eso los asociaban con catástrofes, porque no habían aprendido a predecir sus apariciones), amenaza con envenenarnos como dijeron una vez que ocurría con sus colas de cianógeno. 100 días sin reconocer la crisis para que Chaves nos salga ahora con que han sido 100 días de luchar contra ella. 100 días de un Parlamento autonómico como un planetario en el que se duermen nuestros gobernantes igual que pastores. 100 días de inercia de una Andalucía que se mueve como los grandes mundos gaseosos, en la majestuosidad de un lento gigantismo sin vida y sin calor. 100 días de sombras chinescas en nuestra cueva llena de chamanes, hogueras y leyendas. Celebremos los ciclos eternos, celebremos el tiempo porque existe el tiempo, celebremos que contamos días, ya que no hay otra cosa que celebrar.

Somos Zapping 27/07/2008

El bronceado de la eternidad. Con la camisa rosa y su tipito, parecía un helado de tres bolas al sol caribeño. Zarrías hace en Cuba su embajada de pobre ante los más pobres y de gordito ante los flacos, que es una manera ridícula de ir de rico por relatividad. Sólo en Cuba hay más borriquillos y sombrajos que en Andalucía y quizá por eso Zarrías se va allí todos los veranos, aparte del baño de ron y mulataje que se da a costa del presupuesto y del beso de bigotes que le regala la progresía de aquí a esa dictadura de viejos lagartos que aún les fascina. En Canal Sur, la noticia sonaba con campanas misioneras: la Junta civilizaba una selva o enseñaba a cantar a los cubanitos como a guaraníes. Tanto el reportero como luego Zarrías insistían en que la cooperación con Cuba no tenía “ningún matiz político” sino que sólo pretendía “mejorar las condiciones de vida de los hombres y mujeres del país”. Pero Zarrías visitaba el cuartel de Moncada, donde ayer se celebró el aniversario del “primer levantamiento revolucionario”, o se asomaba al balcón desde el que Castro “se dirigió por primera vez al pueblo cubano”, y eso es mucho fetichismo de lo caqui para ir sólo de hospitalario. En aquel balcón, bajo el que colgaba una pancarta que decía “por siempre”, Zarrías parecía querer impregnarse de la eternidad del castrismo como de un bronceado. Zarrías ofrece ya a las cámaras ese contrapicado de los dictadorzuelos. Sólo en Cuba duran más los gobernantes y los mesías que en Andalucía, algo habrá que aprender de allí. Seguro que Zarrías intercambiaría con los jefecillos de la revolución muchas ideas sobre cómo mantener “la alianza estratégica” con el pueblo, de régimen a régimen, de mando vitalicio a mando vitalicio.


Relicario. Verano en Canal Sur, ropajevero, lleno de croquetas de lo ya emitido... Sólo faltaba la última garbanzada de lo rancio, ese echarle guindas al pavo del franquismo sociológico de Andalucía con Azúcar, canela y clavo. Sarcófago de folclóricas viejas, destetamiento de las de nueva hornada, colada al viento de bragas de lunares aprovechando los retales de Se llama copla y la arqueología de la canción patria que guarda el archivo de La Nuestra como un cofre lleno de dentaduras postizas. El programa que vi lo dedicaron al machihembramiento, en temas y en alcobas, del toreo y de la copla, sangre caliente de tótem y de mujer que gobierna el imaginario castizo y facha de nuestra tierra, la pareja analfabeta que da los más puros hijos de la raza como en un encamamiento welsungo: el arte sin escuela de los cojones y de las niñas de plazoleta, la religión de la tradición, la santería del patetismo y la llaga, el machismo con su héroe y su sirena. Todo esto lo sublimaban, como entre quinqués de los años cincuenta, Gema Carrasco, ahora reconvertida en presentadora, Hilario López Millán y Pive Amador (los dos siguen pareciendo enamorados de su madre cantando). La copla y los toros, metidos los dos en un relicario, olían a meados de nuestra cultura sin cultura.


Barraca. He visto al fantasma de Quintero en el julio desértico de Canal Sur, su voz sin imagen entre refritos de todas sus épocas y cadalsos. Le oí recitar discursos de Edward R. Murrow y luego ofrecer la pantalla al humorismo eructante de Toni Rodríguez. El verismo puede que le valiera un día, hasta que con sus payasos de taberna quiso hacer cultismo por oposición. Parrafada grandilocuente, chistosos de pichas y luego adorno de flamenquito fusión. Menuda moda ésta, impuesta por los ignorantes musicales. Un tal Pitingo hace una versión con quejidos de Killing me softly y ya lo presentan como artista andaluz de vanguardia, como ese hortera de Manolo Carrasco, que se dedica a relinchar ante un piano que sólo parece el costurero o el armarito de su pequeño pony. Tantos falsos artistas como falsos filósofos. Paso ya de Quintero y de sus andaluces de barraca.