30 de noviembre de 2009

Somos Zapping: Miénteme (29/11/2009)

Caníbal. Le dediqué un parrafito la semana pasada por encoloniarse de calidad televisiva y creerse que había fundado la filosofía de los camioneros, el suspiro de los coyotes y el purgatorio de los silencios, cuando su programa en realidad atiende cada vez más al morbo, al payaseo, a la frikada, a su propio armario de chalecos y a sus lanosidades mentales. Pero no sabía yo entonces lo que Jesús Quintero tenía preparado. La estrella de Ratones coloraos no iba a ser esta vez ni un chistoso de carajos, ni un zumbado del levante, ni un artistilla desmaquillándose, ni un pregonero de pueblo, ni un amigote de mantel, ni un millonario malcasado, ni un político con las fotos de su primera comunión. No, la estrella iba a ser Francisco Javier Delgado, hermanastro de Miguel Carcaño, el “asesino confeso” (no dejaba de decirlo en todas las promos) de Marta del Castillo. Y así, lamiéndose como el gato que aparenta, Quintero se acomodó en uno de los momentos más enfermizos y repugnantes que yo le recuerdo, agigantado si cabe con sus patéticos esfuerzos por convencernos de que ese paladeo del morbo y esas ganancias que le vienen de la tripería televisiva suponían en realidad un alarde de purismo periodístico. Lo hacía, dijo, “por si puedo contribuir a esclarecer el caso y a que aparezca el cadáver de Marta”. Sí, lo mismo pensaba que aquello iba a terminar en confesión o desenterramiento. No, sólo le dio un rato de gloria a un sospechoso mientras caían las monedas como en charcos. “Yo no soy juez ni quiero suplantar a la Justicia ni al jurado -insistía-, yo no dicto sentencia, (...) me limito a ser un periodista”. Más que un periodista, me pareció un caníbal ahíto y chorreante. Lo dije la semana pasada: Quintero es ya tan venal como la más supurante telebasura. Por la audiencia y el dinero hizo que su programa apestara a hiena. Y sin dejar él de encoloniarse.


Microgestos. Habían salido los agricultores a la calle a llorar su hambre y sus cebollas, pero en Madrid, en un acto que parecía una vuelta ciclista, el PSOE predicaba el advenimiento de su Era de Acuario, con el sol como una margarita. En las noticias de Canal Sur, su “economía sostenible”, su jardín colgante, su tetería del dinero, su especie de futuro en pelota, hacía con los políticos socialistas algo así como un desembarco de hawaianas. Están en las nubes, con serpentinas y cocos, mientras aquí todo se hunde. El caso es que, durante la noticia, me fijé mucho en Chaves. Debe de ser porque me he aficionado a esa serie, Miénteme, inspirada en Paul Ekman, el famoso psicólogo asesor del gobierno americano que desarrolló un método que casi permite leer la mente a través del lenguaje corporal y las microexpresiones faciales. Un poco entrenado en todo eso, pues, me llamó la atención la forma en que Chaves desvió la mirada justo al saludar a Zapatero, así como su sonrisa permanentemente apretada, forzada, falsa, que además en el momento del saludo se curvó brevemente hacia arriba por un lado. “Desprecio”, hubiera dictaminado enseguida el protagonista de esa serie, además de añadir que ni Chaves se creía esa patochada de acto. Yo no soy Paul Ekman, pero la cosa cuadra. Estoy deseando pillarle microgestos cuando hable del caso Matsa.


Notición. Minuto ocho de los informativos de Canal Sur. La noticia, “las cada vez más escasas capturas de quisquillas en Motril” y “el estudio que la Universidad y la Diputación han iniciado para diferenciarla de especies parecidas”. Vaya manera de jerarquizar lo noticiable, con la que está cayendo. Flipo.

Los días persiguiéndose: Cuento educativo (26/11/2009)

Alicia había encogido frente a la mesa de cristal y fue entonces cuando Robertito reclamó la intervención de Spiderman. Desarmado y enternecido, apagué el e-book, miré a mi sobrino, casi de cinco años ya, y me di cuenta de que no podía llegar a él, igual que Alicia no podía llegar a la mesa ni al conejo blanco que perseguía. Yo desconocía su lenguaje y su mundo, donde todo, lo real y lo imaginado, tiene ojos y patitas, vive bajo la cama, salta sobre sus rodillas, se da la mano y se mezcla en la merienda. Mi sobrino se toma el yogur con La Masa, mira animales en sus selvas recortadas, choca tiburones de plástico contra coches de carreras, pide que Spiderman lleve a Alicia por los aires y pregunta por todos los misterios de la vida o de las pelusas. No he vuelto a leerle nada a Robertito. Decidí alejarme de su magia para no romper nada o para no añadir ni un hada ni un monstruo más. Educar a un niño me pareció de repente un abuso del que yo no quería ser responsable. Y sin embargo, no hay otra manera. Alguien tiene que disponer su cuarto, ordenar sus juguetes, enseñarle orugas, fabricarle el mundo, señalarle sus nombres. Sí, pero no seré yo el que se atreva. Aquel día, le dibujé a mi sobrinito un Mazinger Z como despidiéndome o arrepintiéndome.

Yo no tengo hijos, y no sé si los tendré. A veces me da por pensar que no tengo (que nadie tiene) derecho a moldear una vida desde la nada. Pero soy consciente de que lo que para mí es una crueldad, la mayoría lo considera la base de la sociedad. Los padres suelen creer que sus hijos les pertenecen, y es más, que tienen el deber y el derecho de forjarlos a su gusto y manera; inculcarles sus valores, sus creencias, sus ideologías, sus fantasmas, sus neurosis, sus debilidades. Lo llaman educar. No es mi opinión, lo reconozco, algo que se pueda generalizar, a la manera kantiana, como imperativo categórico. Tampoco puedo presentar una alternativa: si no son los padres los que deben educar una personalidad, ¿quién? ¿El Estado? Eso sería aún peor. No, yo sólo me permito reclamar mi libertad para rehusar esa terrible responsabilidad de ser Dios para un chiquillo, para una conciencia totalmente por hacer.

Miro muy desde lejos la polémica sobre ese tribunal que ha dictaminado que hay que hacer profesión de fe para ingresar en ciertos colegios concertados religiosos. No creo que poner como segunda opción un colegio “laico” sea apostasía, ni que un juez pueda evaluar la determinación de los padres en este sentido. Pero sobre todo, creo que ese derecho a que los progenitores eduquen a sus hijos “según sus convicciones” está mal medido y peor desarrollado. O exigimos que el Estado nos ponga colegios enteramente católicos o budistas o ateos para todo el que lo pida, sin que nos limiten cupos ni un juez mire por el ojo de la cerradura; o bien se concluye que esa parte de la educación corresponde a los padres y que son ellos los que tienen que encargarse en sus casas o en sus iglesias o pagando los colegios del color que deseen, quedando para el Estado sólo la obligación de la formación en el conocimiento científico y en la moral mínima y común de la civilidad, no más. Yo preferiría lo segundo. No sé si un día mi señora y yo nos veremos con capacidad y fuerzas para educar a un hijo en la libertad y la responsabilidad, sin adoctrinamiento. Pero seguramente nos frenará encontrarnos con un sistema educativo con una mitad destruida y la otra sectarizada. Quizá ese día, al menos, pueda hablar ya con mi sobrino y explicarle por qué no le leí más cuentos.

Somos Zapping: Cocina Mr. Bean (22/11/2009)

Miel sobre hojuelas. Se reboza los dedos, se empana la lengua, en su cocina están vivos los huevos, las gallinas y la pringue; parece que escalda gatos y siembra fideos y guisa con arena, está siempre al borde del incendio, del terremoto o de la autopsia; le persigue un vagón de cacerolas y “asartenes” a punto de volcar, los ingredientes y los fogones le atacan o le huyen... Es, en fin, como si cocinara un híbrido de Mr. Bean y Chiquito de la Calzada. Se trata de ese cocinero de Rota del que ya llevaban tiempo cachondeándose en El intermedio, José Luis Santamaría. Su monumento al caos gastronómico o fontanero y a la empanada mental ha sobrepasado su cadena local para lograr, primero en La Sexta y luego más allá, el estrellato de la carcajada continua. Desde aquel “José Ramón con corazón”, también de Rota por cierto, no veía uno nada comparable, aunque habrá que reconocer la imbatible superioridad de este cocinero, capaz de freír con “aceite de pura lana virgen”. Y otra vez, ya ven, es un andaluz. Es nuestra especialidad, ese tipo a la vez ridículo y tierno, aunque siempre ignorante, que provoca la risa sin intención, sin más que ser como es, y sobre todo, sin darse cuenta de su ridiculez ni él ni los de alrededor, con lo que esa ridiculez se convierte en algo expansivo, compartido, comunal, que retrata no a un particular, sino a todo un pueblo, a toda una manera de ser: la nuestra, la del andaluz no sólo ignorante y risible, sino ignorante de su ignorancia y risibilidad, o incluso orgulloso o amatrimoniado con éstas. Y eso, aquí, no puede quedarse sin premio: al cocinero de Rota ya lo hemos visto en Canal Sur, con Juan y Medio. Miel sobre hojuelas.


La flor. Entre las pelusas que flotan en su programa, Quintero se puso a contar los piropos que le dedican por carta sus admiradores: uno lo llamaba “maestro de la sensibilidad”, otro decía que “Ratones coloraos es la clase de televisión que quiere”. “Yo creo –dijo Quintero-, que es la clase de televisión que debe hacer una televisión pública”. Desde luego, lo que no le falta a Quintero son ganas de guapearse. Sólo a Sánchez Dragó le he visto ponerse la flor de la televisión de calidad con tanta galantería para sí mismo. Pero Quintero ya es más peluca que otra cosa. Se ha hecho un acomodado que se finge rebelde de perchero. Una vez creí que hacía verismo y aguafuertes con los diferentes, los desgraciados, los caídos (puede que lo hiciera), pero poco a poco lo vi encumbrar a necios, adorar localismos de “ole la grasia” y llenarse los pulmones con el incienso de su ego de lobo estepario, aunque bien pagado y bien comido. Que no se adorne, que también en su programa recala la morralla televisiva de frikis, chulazos, chistosos y monigotes, con el pecado añadido de querer hacer con ellos, encima, sociología, ternurismo u hospicio. Por la audiencia, por el dinero, su sillón de barbero ya acoge a cualquiera que pueda ofrecer morbo, plazoleta o payasadas. Que le hable a la luna, que se monte en su bufanda, que filosofe con las goteras, que ablande los ceniceros... Pero Quintero ya es tan venal como esa otra televisión que él aparta con asco y suficiencia. O peor, porque aún intenta poetizar su molicie y su chequera.


Digna. En el fondo, me da un poco de pena. María Teresa Campos ya anda presentando en Telecinco especiales sobre la Pantoja, con todo el marrullerío hambriento de la telebasura, sus ganas de pelos y sus olores de braga. Creo que intentó parecer digna. No lo consiguió.

Los días persiguiéndose: El rey loco (19/11/2009)

¿Qué es Griñán? ¿Un heredero, un interino, un testaferro, un pasante, un busto, un sobrino? Chaves cedió la presidencia de la Junta no como un reino, sino como un estanco. Hasta los reinos requieren la legitimidad de la sangre, de las legiones, del papado, de la alcoba al menos. Un godo se podía matar con un hermano por el cetro, pero ni el más loco rey moribundo se hubiera atrevido a nombrar sucesor a capricho entre sus pajes. Resulta tentador comparar al Régimen andaluz con una monarquía, porque lo hemos visto establecido en la eternidad, viviendo de incrustarse alfombras en el culo y hasta pasando la presidencia autonómica como un cofre de mano a mano. Pero incluso las monarquías tienen que someterse a sus leyes viejas, a su magia legitimadora. Chaves no ha cedido un trono, sino la dirección como de un ultramarinos, o sea, el usufructo de un negocio que se traspasa sin que medie norma, código, ritual, aunque sea el del envenenamiento, que hasta la familia Julio-Claudia tenía ese último respeto. Ni siquiera los reyes pueden ser arbitrarios muriéndose o abdicando. Lo de Chaves con Griñán ha sido algo más bajo, plebeyo, gratuito. Ser monarquía es una escalinata demasiado alta para el PSOE de aquí. Ellos tratan esta democracia como un asunto entre tenderos, sin lugar para las formas, para el honor.

Pero no, Chaves no se ha olvidado de morirse como un verdadero rey, ni se ha vuelto loco justo antes en el lecho. Lo que ocurre es que Chaves no se ha muerto, sólo lo ha fingido. No hay otra explicación para dejar a Griñán aquí rodeado de parientes asesinos. Si Chaves elige a un sucesor que parece llegar al frente de la Junta como recién levantado, lo lógico sería buscar su legitimidad lo antes posible, y no sólo no oponerse a un congreso extraordinario que lo coronara, sino promoverlo. No parece que sea ésta la intención de Chaves. Difícil de comprender, salvo que la idea primera fuera dejar a Griñán aquí precisamente para ser preso o asesinado. El pobre Griñán habría sido pensado simplemente, pues, como trasunto o marioneta de un Chaves que sigue mandando aunque parezca que sólo se dedica ya a la jardinería de su edad. Se le habría puesto en el sillón con las manos atadas, sin poder en el partido, rehén de las facciones, quizá sólo para que Chaves aparentara su suicidio ante Zapatero, mientras se ganaba tiempo, se recolocaban las familias e incluso, quién sabe, se fantaseaba con la posibilidad de que Chaves sobreviviera al propio zapaterismo. ¿No sería más sensato y útil, no daría más fuerza y seguridad y posibilidades de victoria el que Griñán fuera ya ratificado por el PSOE andaluz como jefe indiscutible, en vez de llegar a las próximas elecciones haciendo equilibrios, con dudas, enemigos, préstamos y ninguneamientos? Por supuesto... excepto si Griñán hubiera sido concebido ya muerto, que eso es lo que parece, cada día más tristemente amortajado.

Ojalá hubiésemos tenido aquí sólo a un rey loco, con orinal en la cabeza y bufones o mastines nombrados validos. Sabríamos a qué atenernos. Pero nos tocó algo peor: un dueño todopoderoso y calculador, capaz de ceder la autonomía a un cadáver o a un inválido, de dejar Andalucía en barbecho otros cuatro años para que los clanes del partido echen sus cuentas y él se vaya despidiendo largamente de sus caballos. No sabemos qué es Griñán. Y es el que tiene que gobernarnos entre áspides hasta que llegue o la revolución o el próximo dueño.

Somos Zapping: Te kie i ya (15/11/2009)

Tesoro lexicográfico. Alrededor del lenguaje se puede hacer cultura y ciencia pero también borriquería. Suele ocurrir esto último cuando los idiomas, dialectos o silbidos tribales se ponen al servicio de la mitología identitaria y de la complacencia chovinista para encumbrar algo así como un academicismo de la catetada. Es lo que hace el programa Abrapalabra, cuya intención parece loable en principio (dar a conocer palabras y expresiones del habla o hablas de Andalucía) pero que luego deviene la mayoría de las veces en gañanada. Bastó ver al reportero con una orgullosa camiseta que ponía “te kie i ya” (traducción para guiris: “te quieres ir ya”), para darme cuenta de que aquello no pretendía precisamente fundar una cátedra, sino poner los berridos de esta tierra a una altura enciclopédica. Una cosa es enumerar todos los nombres que puede tener aquí un botijo y otra muy diferente contar entre nuestra riqueza lingüística los gritos para espantar a las vacas, que es en lo que parece entretenerse más el programita. Valga como ejemplo la lección de Natalia, la ex triunfito que parece que habla mientras da volteretas, explicando la evolución de la palabra “chiquillo” hasta el “ouh” que se dedican de lejos los paisanos de Sanlúcar, digno de que la Real Academia lo tenga en cuenta. Puede que el próximo día, la misma Paz Padilla diserte sobre la belleza etimológica y la profunda carga cultural que esconde la voz “orutito”. Hacer orgullo e idioma de los solecismos, vulgarismos y guantazos al lenguaje que da Andalucía no es sino otra manera que tienen Canal Sur y los poderes que hay detrás de transformar en patria, idiosincrasia, gracia y honra lo que sólo es ignorancia e incultura. O sea, lo de siempre. Los tropos y argucias de Canal Sur y la Junta sí que forman todo un tesoro lexicográfico.


Hagiografía. Fue como un reportaje del Hola y Canal Sur consiguió que Monseñor Amigo pareciera a ratos Isabel Preysler. Primero, paseos por estancias espejadas, salones musicales, escalinatas como pinacotecas y armarios como con retablo, y luego, entrevista al cardenal como si fuera una infanta. Por algo le encargaron la cosa a Inmaculada Casal. Yo creo que nadie se merece una entrevista en ese tono tan regio y servil, por muy notable y digno que sea. A mí se me ocurren muchas preguntas para un franciscano que ha llegado a papable, empezando quizá por aquello de la bolsa de Jesús, pero desde luego ninguna de ellas sería qué desayuna Su Eminencia. Pero si se empieza elogiándolo como “culto, elegante, moderno y liberal” y le sigue una hagiografía conducida por los dientes aperlados de Inmaculada Casal, que lo llamó hasta “guapo”, tampoco se puede esperar mucho. “Una cara que irradia bondad”, decía su pintor de cámara. Demasiadas aureolas. Habrá que recordarles este programa cuando se nos pongan laicos los de siempre.


Realidad y promesa. Por cada anuncio de cereales o hipermercados, conté otro en el que el logotipo de la Junta brillaba como el tiovivo que parece. Así durante un buen rato, en Canal Sur. Plan Bahía Competitiva, Fundación Andalucía Olímpica, gripes subvencionadas o consejos escolares salvadores. Recordé la noticia en TVE de un colegio de Almería arrasado por desconchones y grietas y pensé que con la realidad andaluza y su propaganda política pasa lo mismo que con el desodorante que me compro y los ligues directamente en bikini que me promete su anuncio.

Los días persiguiéndose: La calle limpia (12/11/2009)

Ya no son franciscanos, ni ciegos como del Siglo de Oro, ni perdedores de Galdós o Pío Baroja, los que piden por la calle. A los acordeonistas de una mano y a las falsas madres con delantal los sueltan y los recogen ahora las camionetas de las mafias, con horario de autobús. La limosna, que predican las religiones, que practicaban los santos, que endomingaba a las señoronas, ya fue gremio y negocio organizado bastante antes de que soltaran mecheros de plástico en las terrazas. Se heredaban las esquinas, las puertas de las iglesias y las cojeras. Bohemia, pillería o necesidad, a veces juntas y a veces no, nos han hecho siempre aquí barroco, literatura, taberna, calle, y han servido a los decentes igual para el asco que para el lavado de conciencias. El caso es que de vez en cuando sale un gobierno o un ayuntamiento que quiere baldear las aceras, patear los platillos, exiliar a las putas o encerrar a los mimos tras las rayas de sus jerseys. Ya no existe aquella funesta ley de vagos y maleantes, pero sí ordenanzas municipales que igual se llevan bolsas que músicos que enganchados. Lo hicieron en su tiempo los gilistas, a la vez que decoraban jardines y saqueaban lo público; lo intentan ahora en Granada, donde la policía local parece que va con pala. Yo, la verdad, no creo que haya ninguna manera totalmente justa ni totalmente saludable de limpiar la calle, demasiado ancha, demasiado sucia o demasiado viva.

Los veo cada día, con los colores de sus collares o de sus lamparones, con hambre de pan o de vino o de papela, con guitarra o marioneta o navaja. Un extranjero como vikingo, descalzo, vestido como con una red, lleno de mierda y de palomas, que parece cantar o recitar en su idioma o en el de los locos y que sólo extiende la mano y arroja como dados en los callejones sus ojos azulísimos. El chaval rubio, dolorosamente joven, que antes iba hasta arregladito, pidiendo para el mismo autobús que nunca había; que luego se ha ido pudriendo en su chándal, que ya hocica en la basura, que ya llega a amenazarte cuando el mono le hace temblar, que luego te encuentras en un cajero metiéndose su dosis como entre cachimbas de muerto y papeles cagados. Aquél al que llaman Camarón, siempre con el mismo fandango a las puertas de los bares, con las barbas como un nido de gorriones, profeta de las migas, inofensivo y triste aunque se marche como deseando indigestiones. El otro gitanillo que quiere imitarlo, que se peina antes de arrancarse torpemente, que pasa por las mesas de la plaza con mirada primero de lástima (“por lo menos canto”, dice) y después de odio y desprecio si no le das nada; que dedica el gesto de cortarles el cuello a los que lo echan de los locales, que más tarde se encuentra con el rubio de antes en el cajero y hace allí con él una piedad o un mutuo suicidio. Y más, la rumana con la fotocopia de sus hijos inventados, el chaval con una pandereta por gorra, el violinista como expulsado de un circo, y manteros, y vendedores de bicicletas de alambre y de relojes falsos, y un rasta que canta mientras su mujer, que parece eternamente embarazada, hace bailar guiñoles... Los veo cada día, atareados en sus centimitos y mondas, rebuscando la vida o la muerte. Unos dan pena, otros dan miedo; unos son peligrosos y otros, tiernos. A ver qué ordenanza los distingue y qué poder los separa o los salva. Mafias, buhoneros, tocadores de armónica, yonquis, payasos, locos o pobres de hambre o de oficio; el que te conmueve, el que te estafa, el que te alegra, el que te intimida. Siempre podrán dejar las calles vacías. Sería limpio e injusto. A veces yo también lo pienso. Casi siempre me arrepiento.

Somos Zapping: Sálvanos (8/11/2009)

Del chiste a la basura. Ahora va o duerme con un Ondas que le han regalado, un Ondas chatarrero y salpicante. No sabía uno que había un premio al empercochamiento de la televisión y al aborricamiento de los espectadores, pero si alguien se lo merece es Jorge Javier Vázquez, especie de polilla de todas las braguetas, boñigas y cerebros vaciados. En realidad, creo que el premio debería compartirlo con Ana Rosa Quintana y, como jefe de todo, Paolo Vasile, la Trinidad de Telecinco que hace del encumbramiento de idiotas, del remeneo de bragas y de la recompensa a los delincuentes el núcleo de todo su amoscado modelo televisivo. A Julián Muñoz volvieron a traer el otro día en ese infame Sálvame que es como un alegre baile en un estercolero. Nada nuevo, en fin. Más me ha sorprendido la caída de Paz Padilla hacia este mundo. Paz Padilla ha ido evolucionando de graciosa a payasa, y por fin, un poco al estilo Morancos, a hacer como de borracha en los programas. Ahora está en lo de Jorge Javier Vázquez, ya toda una copresentadora o animadora de aquello, donde parece que tiene la sola misión de cacarear. Me ha dado pena su decadencia. Su lengua enredada ahora apostilla cuernos y da paso a chuleos y olisqueamientos, aunque sin olvidar su antigua encomienda de dejar a los andaluces como analfabetos: después de darle un yogur a un muñeco, se quedó esperando “el orutito” (sic). Paz Padilla, nueva cacatúa del tomateo, ya es vergüenza nacional por méritos dobles.


El toro enamorado II. Aquella historia de “amor” entre un toro bravo y una yegua que con tanto arrobo contaba Enrique Romero en Toros para todos, y que ya mereció nuestra atención, tuvo segunda parte y final feliz: el toro no morirá en ninguna plaza, se quedará en la dehesa con su amada y no sé si dará una raza de titanes, un tratado sobre parafilias o el espectáculo sin igual de ver a Enrique Romero vestido de dama de honor para la ocasión. En el melodrama completo, elevado a top hit, insistían el otro día, repasando la temporada. Somos primitivos, adoramos a los tótems, erigimos falos y nuestra ignorancia es tal que confundimos todo esto con ternura. Esta historia no es el psicoanálisis de Enrique Romero, sino seguramente el de toda la Andalucía fetichista, rupestre, acuevada, que reza a los iconos del poder, la sangre y el sexo aún con encanto tribal. Hay cosas que se pueden arreglar en el diván; otras, no.


Sin diván. El diván que han retirado calladamente, por cierto, ha sido el de Olga Bertomeu, y no porque en él sólo se acumularan fajas, risotadas y recortes de uñas de la psicología, sino por la baja audiencia... En la guerra por el prime time no cabía la gurú de la felicidad con sus recetas de la abuela para todo y el rápido despachamiento de vidas y gatillazos ajenos. Se dice que quieren reconvertirlo en programa diario, quizá en la media horita antes de las noticias de la noche, sustituyendo a ese concurso tontón (¿otra de las novedades que se estrella?) en el que Manuel Díaz “El Cordobés”, con mucha dentadura, flequillo y palmoteo, parece examinar a los andaluces de coincidir con el rebaño. Sería lo de Bertomeu una especie de consultorio telefónico, más a lo Frasier Crane pero sin parecerse nada ella a Frasier Crane. Me pregunto si en horario infantil manejaría con su habitual desenfado el aparataje y las escurriduras de los bajos... Entre dejarla sin armas o ignorar el horario protegido, ¿qué elegirá Canal Sur? ¿O la echarán y nos salvarán definitivamente de que quiera salvarnos?

6 de noviembre de 2009

Los días persiguiéndose: Muerte en otoño (05/11/2009)

Caen parados y muertos con el color y la abundancia de las nueces, que son pequeñas calaveras, mientras los políticos se acusan unos a otros de ladrones, demagogos y calzonazos. Los escritores se mueren en el sarcófago de su escritura y los políticos se queman también como marajás en sus palabras y dineros. Hacia el invierno va un rastro de hormigas, los cementerios han tenido cosecha, los partidos se pudren como magnolios, los pobres se fuman el cigarro de frío y miedo de los fusilados. El otoño no es romántico por los árboles que parecen deshojarse de suspirar, sino por la muerte, que es de donde viene todo el Romanticismo. En el Romanticismo eran muerte el amor, las arpas, las patrias y las tapias con enredaderas donde metían los poetas su corazón. Es por la muerte que crece el Yo romántico, que nacen el héroe y el artista (sin muerte no hay inmortalidad, en realidad); es por la muerte que la razón ya no tiene el mismo sitio para cantar, y es por la muerte que hay que vivirlo todo agigantado y temblando, como ante la última bala. Nos tenemos que volver románticos y suicidas cuando el otoño es el primero que se dispara en la sien entre palomas, que es por eso que hace remolinos con las hojas.

Ha muerto el dinero, que era fácil de matar, y ha muerto la política, entregando su sombrero a un museo. El dinero no es el mal ni el bien, y ahí se equivocan esos intelectuales cantantes que salen un día sin abrigo para culpar de la crisis al capitalismo y a sus ogros. El dinero sólo es mentira, y las mentiras hay que administrarlas aún con más sabiduría y cuidado que las verdades. El dinero ha muerto no porque se haya consumido o volado, sino porque se ha descubierto su mentira, pero esa mentira existe igual en el capitalismo que en el comunismo, sólo que con otros dogmas. No es el dinero el egoísta ni el asesino, sino el hombre, que no cambia su naturaleza por pasarse a otro sistema, gobierno o contabilidad. Las monedas o su ausencia hacen ahora surtidores y campanas en el otoño, son otro muerto que se suma a la verdina de los demás muertos. Como la política, que ha muerto igual que un mendigo avaro y ciego. Ha muerto la política porque ha olvidado a quién sirve y nosotros la hemos dejado, como malos hijos. La política se ha convertido sólo en los políticos, destroncándose de lo que significa. La política no es lo que se hacen los políticos unos a otros, sino lo que hacen para el pueblo, pero eso ya está olvidado y sólo queda la apariencia de gobernar mientras siguen abundando en sus propios bocados, intrigas, chulerías y mangazos. Pero si ha muerto la política eso significa que también ha muerto la ciudadanía, feliz de estar desgobernada, contenida en el forofismo partidista, extirpada de espíritu crítico, de afán de justicia, de rebeldía y de asco.

Demasiados muertos en este otoño que parece el fin del mundo con caperuza. Escucho el viento que golpea con manos de leña la ventana, como si llamara un esqueleto, un perro flaco o un soldado aterido. Hay ataúdes abiertos entre las nubes grises del cielo y hay copas de ceniza volcadas en la calle. Hasta los pájaros parecen músicos muertos. Ha muerto todo mientras batallan los necios, se desgarran los hambrientos y juegan a los dados los poderosos, los dueños o los listillos. El otoño no puede ser sino muerte, pero lo malo es que ya no sé, ahora, si existe siquiera la primavera.

Somos Zapping: Suspiros de Andalucía (1/11/2009)

Andaluces con morriña. No entiendo esos programas del tipo “paisanos por el mundo”, en los que un como primo nuestro nos enseña países empezando por su sofá. Para conocer otras maneras de vivir, lugares lejanos y culturas exóticas, no sólo no es necesario, sino que estorba que alguien nos presente a su suegra y la decoración de su saloncito con botijos o morcillas del pueblo. Somos tan catetos que nos maravilla que podamos sobrevivir por ahí, que hayamos atinado a coger trenes y aviones hasta tan lejos, que seamos capaces de manejarnos en otro idioma y adaptarnos a sus protocolos o descocos, como si fuéramos Paco Martínez Soria en la ciudad con los ojos espantados. Callejeros viajeros aún tira hacia el estilo National Geographic, Españoles por el mundo se enfoca más en el retrato, pero Andaluces por el mundo es como una reunión avinada en la que Lauren Postigo invitara a cantar la versión regional de Suspiros de España. Ya la promo del programa nos lo deja claro: “¿A quién se le ocurre irse a vivir fuera de Andalucía?”. Sí, a quién se le ocurre abandonar el Paraíso Terrenal para irse como a iglús, a paisajes de vodka, a desiertos sin jamón serrano, a metrópolis sin ferias, a mediodías sin cañas... Así, andaluces que triunfan en la NASA o dirigen orquestas levemente helvéticas son preguntados por la morriña de los carnavales, la Semana Santa o los aliños de su comarca, haciendo de todo el programa un moqueo y una llorera de tristes exiliados condenados a un dinero frío, a un éxito nublado, a un seco confort nórdico en el que languidecen sin sus Vírgenes, taconeos, paisajes y majados andaluces, con los que tienen que hacer capillas de torero en su casa para no morir de nostalgia. De eso se trata, de seguir convenciéndonos de que cualquier pobre en su plazuela andaluza será siempre más feliz que el triunfador apartado de la luz alimenticia, sagrada e incomparable de esta tierra. Los andaluces abogados en Manhattan, doctores en Vancouver o violinistas en Londres son en el fondo unos desgraciados sin calor y sin madre. Nada como esta “calidad de vida” nuestra, este sol de los tumbados, consuelo de menesterosos; otra vez el falaz locus amoenus pintado por un poder político que nos dice que nada más hay por hacer aquí cuando ya se ha alcanzado el Cielo y en él no necesitamos ni pan ni bolsillos. Ahora, al programa le han dado uno de esos premiecillos con los que el roneo autonómico se condecora a sí mismo. Vi a Pablo Carrasco, gran capitán de la estupidización y la complacencia regionales, darle la vuelta a la cosa hablando del orgullo y la excelencia de unos andaluces que triunfan tan lejos. Pero no, el programa es la mirada acuosa que quieren poner en nuestros ojos con los vapores de un pasodoble cateto.


Popurrí. Apuntes de las noticias del viernes en Canal Sur: 1) El presupuesto en un pen drive como una sortija. Me extraño. Lo propio sería un CD o DVD, mucho más barato y además de sólo lectura. En el pen drive todavía se podrían borrar o modificar los archivos, mover sus números, cambiarlos por una peli porno. Pero a ellos les parece como más japonés. Como siempre, el efectismo gana a la eficiencia. 2) Alrededor de Griñán aparece el presidente del Consejo Consultivo, Juan Cano Bueso, vestido como de Príncipe Valiente o macero de su dignidad. Pienso que en Andalucía se pagan demasiados collares y colgajos para nada. 3) Informe trimestral de analistas económicos (¿qué analistas?): “Lo peor de la crisis ha pasado”, anuncian jubilosos, si bien “la economía andaluza se contraerá más de un 3%” y “el paro alcanzará el millón de desempleados antes de que termine el año”. Este optimismo sí que no tiene precio.

Los días persiguiéndose: Presupuesto (29/10/2009)

Ese dinero de los presupuestos viene con pisapapeles, para que no se vuele. El dinero debería volver a ser sólido, como lo era en los guantes de los reyes, los papas y los corsarios; dinero pesado como su naufragio. No sabían los chinos cuando inventaron el papel moneda que con eso empezaban las estafas sin balanzas, los fraudes indetectables por Arquímedes, que salió corriendo de la bañera para coger en la trampa al orfebre que le había hecho aquella corona a Hierón, pero que ante los mangantes de hoy únicamente se quedaría mojado y en pelota, como nosotros. Primero el papel moneda, y luego el dinero de aire, creado y escamoteado con igual facilidad por sus sacerdotes esotéricos, esos economistas y banqueros que pueden dejarnos en cueros de un día para otro sin mover ni un saco, sólo ahuecándose el sombrero. Si a Marco Polo le parecía que el Gran Kan podía fabricar todo el dinero que quisiese como en telares, ahora se diría que el dinero viene en sacramentos, se va en remolinos, se pinta en los bolsillos, se barre en la bolsa y se cae por los mismos agujeros por los que llega. Estamos en manos de magos. La economía no es una ciencia, sino una fe. La sostiene una escolástica de ontólogos anselmianos sin nada bajo los pies. Eso sí, ninguno de esos economistas vio este futuro en el que nos quedábamos pelados. Ahora están entre el que reza, el que adivina, el que se mata, el que se aprovecha y el que espera que el dinero vuelva solo como un perrillo huido. Yo ya no me creo a los economistas, pero menos a los políticos, que son los que, yendo aún más allá, cuentan el dinero incluso antes de que estos otros lo hayan inventado o cocido.

Ese dinero de los presupuestos está todavía en los árboles, con estos meses que tienen color de veinte duros; está lejos y por cazar igual que algunas constelaciones. Se crea deuda, que es como pensar que una horca nos sirve igual que una corbata, y se reparte el hambre igual que si ya fuera una espiga. Veo a la consejera de Economía, Carmen Martínez Aguayo, con toda la pobreza del otoño en sus manos, disponiendo millones que parecen legumbres que sustituyen a las monedas y edificando cosas a partir de cerillas. No sé dónde está todo eso de lo que habla, ese cambio en el modelo económico que ve tan sencillo como girar una maceta hacia el sol, esa educación que hará de repente, tras el recreo, astronautas de los que iban para peones o raperos; no sé de dónde va a crecer el dinero que no hay ni de qué se va a espantar nuestra miseria cuando ellos sólo están tapando las zanjas que abren, dando vueltas a la misma noria y haciendo una duna con lo que rebañan de otra. Será que tenemos que quitarnos “las gafas negras”, como le dijo Griñán a Arenas; ponernos otras de caramelo, que son las que seguramente lleva nuestro presidente como Elton John, para que así veamos en ese horizonte del 30% de paro no más que un velero lleno de oportunidades, biotecnología, placas solares, excelencia y otros bronceados que ellos le ponen a la roña que nos aplasta, esta vez sí “insosteniblemente”. Ese dinero que no pesa, esos números que no hacen montón, esa economía de gurruños de papel, desorejó a los ricos, que tenían la culpa, pero machacó a los pobres, que sólo tenían la ingenuidad. Después de los banqueros, los especuladores y los ladrones de muchas hebillas, nos rematarán los políticos. Ahora traen las cuentas de nuestra necropsia, como el pesaje de una matanza. Pero es un dinero que viene medio volado y medio comido.

Somos Zapping: Los propios dioses (25/10/2009)

Maldición. Esto es lo que damos al país: frikis, mellados, santeros, ignorantes, pícaros, cachondeo y mal de ojo. Pepe el brujo, evolucionado a partir del Risitas, la pitonisa Lola y la jindama de los lagartos, vuelve a pasear por las televisiones los gatos negros y los gallos estrangulados de una Andalucía supersticiosa, primitiva y hasta un poco caníbal. Su vudú como un zurcido, su magia cuchillera, su lengua membranosa, viene a mostrarnos la tribu que todavía somos, esa que junta a los que hacen conjuros con nudos y a los que se lo creen como se cree aquí todo, lo mismo la política que la religión de las piedras que las maldiciones escupidas. Este hombre que parece un zapatero de la brujería va ahora de plató en plató entre el yuyu y la burla; le he visto pinchar marionetas, pasar un huevo por la cara de una mujer, sentarse ante las cámaras como en un trono de calaveras y, en fin, pasear el África que parecemos a veces dando risa y miedo, no de los espíritus ni de sus sonajeros, sino de nuestra ignorancia y credulidad. Si Cristiano Ronaldo se tuerce un tobillo (¡qué raro en un futbolista, qué improbable en un crack marcado siempre por el defensa rompepiernas!) y aquí aventamos hechicerías por eso, es que nos pueden colar cualquier cosa. “Post hoc ergo propter hoc”, diría uno sonriendo; o sea: “después de esto, luego a consecuencia de esto”. La madre de todas las falacias aún sirve para encumbrar a necios o aprovechados, vengan con alfileres o con programa electoral. Estos días se ha juntado el aquelarre mediático de Pepe el brujo con la noticia de un grupito satánico que operaba en Chiclana, en realidad sólo un Satancillo de alambre o barbacoa que estafaba millones a cándidos incautos asustándolos con soplidos y caperuzas, y me he dado cuenta de que, como decía Schiller, “contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano”. El Demonio ejerce en un chalé, los brujos se hacen de oro sonando maracas y Andalucía da su cosecha de mandrágoras, sortilegios, colgados y bufones. Fantasmas y fantasmones siguen haciendo negocio y gloria con nuestra ignorancia. A ver quién nos libra de esta maldición.


Dos tribus. También en el Parlamento andaluz hubo pelea de escobas, rayos por los ojos, cuernos contra tibias. Más me asustan los políticos levantando sus cayados de serpiente y arrojándose maldiciones de jorobas y plagas que un hijo del Diablo y un espartero de la magia prendiendo velas negras. El parlamentarismo ya era una gallera y un saco de escorpiones; hace mucho que el discurso y el argumento dejaron paso al sabor de la sangre en la boca y al picotazo en la barriga. Griñán y Arenas se enzarzaron el jueves en polémicas de a ver quién la tiene más grande, cosa que al ciudadano ni le importa ni le soluciona nada, pero aquí la política es matonismo y sólo da capitancillos del recreo. Del liderazgo, de eso se trataba; no de si Andalucía encalla o se pudre, sino de quién ganaría cruzando sables. Lo vimos en los informativos de Canal Sur, con el Parlamento igual que una taberna de mosqueteros, con los dos como acusándose de calzonazos. Me acordé de aquella canción ochentera de Frankie goes to Hollywood, Two tribes, cuyo vídeo nos enseñaba un combate de lucha libre entre Reagan y Chernenko. Dos tribus en una política de bajo vientre y cortes de manga, eso es lo que tenemos aquí. Si es lo que quieren darle al pueblo, yo los pondría a pelear de verdad, a darse esos mascazos de hombre a lo John Wayne. Ya buscaríamos a otros que hicieran política, si acaso queda alguno. Schiller también podría saltar del párrafo anterior a éste, y rematar a Griñán y Arenas con la elegancia, el verbo y la razón que ellos no tienen en su ring.