
Así puede que termine esto, en demencia, en absurdo. Todo el imperio, todo el poder de una era, la del PSOE aquí, acaba en estos gobernantes nuestros que se tiran desnudos al río y se ponen a beberlo con cuchara, mientras los miramos con tristeza, como a padres que perdieron la chaveta. Más competencias sobre el Guadalquivir, la carta de propiedad de toda su longitud y su melancolía, eso es lo que gritan, exigen y salpican. No hay otra prioridad ni otra hambre ahora en esta castigada tierra, no hay más ambición ni proyecto en la Junta que abrazarse a los juncos del Guadalquivir, salvo, quizá, esa otra gran urgencia de que los alcaldes no sean diputados autonómicos. Quieren molinos para su pelo, quieren cascadas para su historia, quieren versos chorreándoles en la espalda, quieren el Guadalquivir en su cajita, como el último recuerdo o joya de un loco. El río nos dará la sangre y el pan, el río nos mecerá como la madre que besa, el río nos dirá al oído lo que somos. He visto toda mi vida el Guadalquivir ahogarse en su propia melena, entrando al mar como un suicida alegre. Cuando visité su nacimiento, me pareció imposible que en aquellos guijarros apenas mojados flotara luego toda Andalucía. Ahora veo en él más que un Gobierno y un partido, veo toda una época hundiéndose en remolino, empujada por su pendiente y su fango. Su política ya no hace nada, sino chapotear en la asfixia y el disparate. Más competencias sobre el Guadalquivir, en eso andan ahora. No hay otra cosa que hacer por aquí. Salvo saltar hacia ese río que les corresponde, río de suicidas y de locos.