
Academicismo de lo malo. Cuéntame cómo pasó tenía al principio la gracia de volver a ver las cocinas de formica, pero pronto me aburrieron sus guiones y sus sopitas. Acabó en su parodia y sólo la modesta sensualidad de Ana Duato me llevaba de vez en cuando a mantenerla en pantalla algunos segundos. En cuanto a las comedias, Siete vidas y Aquí no hay quien viva fueron un alarde de imaginación y una celebración coral del humor. Poco más se puede decir de la “producción propia” de la televisión en España. Para el goce y la reconciliación con la caja tonta sólo me quedan los americanos: House, que me ha curado con cinismo la hipocondria, o Futurama, que es como Los Simpson pero con los guionistas fumados. En las series españolas, hace tiempo que el triunfo equivale a la vulgaridad, desde la cursi y plasticosa Mary Poppins de Ana Obregón a las tramas con incestos y jamones de Los Serrano. Pero entre lo malo, la Academia de Televisión, dirigida por el arrimista Manuel Campo Vidal, ha elegido para su premio a lo peor: Arrayán, culebrón abominable de una Andalucía que se sueña oficinista y aeroportuaria, falsa como era la Colombia llena de cócteles que salía en Betty la fea; folletín espejado al gusto del régimen con las clases medias felices y ocupadas en los cuernos y en el jefe, con hospitales del SAS ajardinados, con expositores de ordenadores apestando a cristasol; largo engendro o llorera o pasacalles marujón con los guiones bizcos, temblones y propaganderos. Esta bazofia amacetada se ha llevado el premio a la “serie 10”, Rafael Camacho lo celebraba en Canal Sur como revolcándose en su avilantez y todavía este academicismo de lo malo se atrevía a pedir dignidad para la la televisión...
La Alhambra en el desfiladero. No vamos a entrar en lo de la Alhambra metida en el juego de la oca de las nuevas Siete Maravillas del mundo. Pero presten atención a esta frase de Carmen Calvo durante su speech en el Instituto Cervantes de Madrid, que sacó el informativo de Canal Sur: “La Alhambra no está puesta en ningún desfiladero del que pueda salir ni ganadora ni vencedora” (sic). Gloria a la ministra de lengua y cerebro tan floreados como su armario.
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