11 de agosto de 2010

Los días persiguiéndose: La Revolución (3/08/2010)

Yo ya no sé qué es la Revolución, me parece que pasó la época de eso como la de las gorgueras. Pero el otro día hicieron la Revolución en una plaza de mi pueblo, así, como una barbacoa. Creo que fue una idea del CUT de Sánchez Gordillo, que quiere representar a los trabajadores o a los trasquilados pero yo pienso que sólo se representa a él mismo cabreado con un mundo que se le adelantó un siglo entero y lo dejó en las herrerías del novecentismo, las desmotadoras y los daguerrotipos. En realidad no había guillotinas ni bieldos en esta Revolución, sólo grupos de por aquí que iban a cantar su rock y su melancolía, y entre los que se colaba gente pidiendo vivas para Fidel Castro y otros estampados de su tradición. Vi los carteles rojos por las calles, en los que los nombres de estos grupos parecían de cosmonautas soviéticos, y yo, notando la energía y la convicción que le ponían a la cosa ya desde la tipografía, me acordé de ese Apocalipsis de cuatro que hacen en Así en el Cielo como en la Tierra, aquella genialidad de José Luis Cuerda. En la película, un mundo que ha dejado de creer en los mitos termina dando de guantazos a unas legiones celestiales que ya no significan nada, que ya no tienen ningún poder, y su Fin del Mundo apenas consigue traer a unos cuantos despistados. A esta izquierda le ha pasado lo mismo: el mundo ha dejado de creer en sus mitos y cuando se ponen a hacer la Revolución todos los salvados le caben en una plaza, que encima se puede confundir con un botellón. La Revolución de mi pueblo acabó, me cuentan, con todos borrachos o emporrados, que es algo que jode mucho al capital, por lo visto. Creo que les basta con eso. Igual que los góticos no esperan en realidad ni a Satán ni a un vampiro vestido de baile, sino que se conforman con la estética y con reunirse para intercambiarse anillos y tristezas, esta izquierda no espera al Socialismo Verdadero, sino motivos para camisetas y para compartir caladas.

No es que hayamos llegado al Fin de la Historia, esa ingenuidad de Fukuyama. Pero hay ciertas cosas que ya no tienen vuelta atrás, a menos que nos conquisten los bárbaros de ahora, los fanáticos religiosos medievalistas. No es posible negar que el Capitalismo tiene fallos. Pero el Socialismo tiene los mismos, mata la libertad y, encima, no funciona. Sí, digo los mismos fallos, porque esta izquierda revolucionaria aún sigue achacando el egoísmo y la injusticia al dinero, al capital, cuando estos males no pertenecen a un sistema económico u otro, sino a la naturaleza del hombre. Como dijo alguien que no recuerdo, no hay diferencia entre la lucha por el control de la propiedad privada y la lucha por el control del usufructo de la propiedad pública. En todos los sistemas se crean élites y burocracias de poder; ambiciones y abusos. Lo importante es qué mecanismos proporcionan uno y otro sistema para controlarlos, y qué grado de libertad individual otorgan. Yo, la verdad, prefiero esta democracia imperfecta, basada en los derechos de la persona y en la propiedad privada, antes que cualquier ortodoxia ideológica obligatoria que, aun con la excusa del bien común, acabe con la libertad y encima, como ha demostrado la historia, sólo genere miseria repartida.

Acabó el tiempo de las revoluciones como el de los ángeles. Hace falta, eso sí, una sociedad más crítica, inconformista y comprometida. Pero eso no necesita hogueras. Basta levantar la vista, la voz y el voto. Incluso se puede hacer una Revolución con guitarras en una plaza, entre amigos y porros, mientras no quieran traernos el Gulag. La verdadera revolución sería que nos sintiéramos ciudadanos libres, y no esclavos de mitos, siglas, ortodoxias ni gurús.

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