
Medievalismo sostenible. Lo que se suponía que tenía que ser sostenible era el desarrollo, o sea, crecer en economía, en infraestructuras, en industria, en innovación, en modernización, pero teniendo cuidado de no cargarse el medio ambiente. Sin embargo, el margaritismo progre pronto se olvidó de la parte más importante de este concepto, la del “desarrollo”. Sí, siguen utilizando la palabra, pero sin significado, sin sustancia, y usualmente de manera ridícula. Por eso, “desarrollo sostenible” es ya ir a la playa sin echar basura o montarse en bicicleta o asomarse a los riscos para mirar a los ojos al cielo o a la cabras. En ningún sitio nos han enseñado tan bien la idiotización de este término como en la hilarante Tecnópolis de Canal Sur. El otro día, Roberto Sánchez Benítez volvió a adoptar su postura de Súper Ratón para presentarnos nuevos ejemplos de “desarrollo sostenible en Andalucía” y nos llevó a Alfacar para ver cómo hacían allí pan en hornos de leña y sacaban a pastar a ovejas y cabras. El pan calentito al estilo morisco y los rebaños con cierta pureza veterotestamentaria no sé si son “sostenibles”, pero desde luego son poco “desarrollo”. Como son poco desarrollo pasear en burro, cocer botijos, servir tostadas en casa rurales y todas esas actividades como de belén que el programa nos ofrece con singular e increíble satisfacción ¡de modernidad! Así es la tecnópolis andaluza, un especie de siglo XIX anunciado en pantallones. Pastores con vara, hogazas como para bandoleros o mosqueteros, agua de pozo y no sabemos si el horizonte de una tierra plana para rematar este medievalismo orondo de la “sostenibilidad” progre. Sólo quedarán contentos cuando a nuestro desarrollo sólo le quede el último objetivo de retroceder al sílex. Qué precioso reportaje le saldría a Tecnópolis con eso...
Migajas. Si en esta época de imbecilidad política y televisiva una rueca o un queso pueden ser “desarrollo sostenible”, una casa de empeños, trueque y segunda mano se convierte aún más sencilla y jocosamente en una maravillosa “tienda anticrisis”. Así la llamaba Andalucía directo, colaborando en ese esfuerzo de Canal Sur por hacer de nuestra penuria un parque de atracciones. Allí donde lloran las guitarras, las bicis, las cafeteras o los bragueros de los andaluces que no pueden sobrevivir sin desmantelar su vida a trozos, el fracaso volvía a convertirse en solución y la pobreza en oportunidad. Una “perfecta simbiosis” donde “todos ganan”, decía el presentador. Una “tienda anticrisis” en la que los andaluces con menos recursos pueden conseguir por pocos euros las pertenencias a las que otros andaluces todavía más menesterosos han tenido que renunciar y que parecen, allí en los estantes, que tienen siempre una lágrima colgada junto al precio. Bonito y esperanzador nombre, “tienda anticrisis”, para este otro ejemplo de la cadena de migajas sucesivas con la que quieren conformarnos a los andaluces.
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