
El tijeretazo. A Quintero le han pisado ya para siempre los discursos libertarios como la bandera que hacía de sus pañuelos y bufandas. No es que me gustaran especialmente, pero su programa era mucho ese aullido suyo desde las azoteas, que aunque fuera pose y mala literatura, era lo que le quedaba de loco bajo la luna. Con el tijeretazo dado a la entrevista a José María García, a partir de ahora Quintero sonará como nunca a cartón. Tuve que sonreír cuando desde TVE dijeron que la entrevista se había eliminado o cortado porque “en ella no se vierten opiniones, sino insultos, ataques y descalificaciones a terceras personas”. Si en este país la televisión y la radio aplicaran verdaderamente este baremo, sin duda quedaría poco más que la publicidad. ¿Sería deseable? Depende. Siempre resulta peligroso establecer qué puede considerarse insulto, ataque y descalificación. Todavía más dañino es que el que hace un programa esté pensando en eso cuando llama a un personaje o monta una tertulia, porque es cuando la prudencia se convierte en autocensura. La comparación con la telebasura tampoco me parece de recibo: no es igual una contestación de Dinio sobre sus encamamientos que la de alguien que ha conocido de cerca los saloncitos del Poder y te los cuenta desde su punto de vista, acertando o no. Delicado asunto, en cualquier caso. Yo nunca dirigiré una cadena, pero sí puedo decir lo que hubiera hecho: yo no hubiera eliminado la entrevista. Quintero siempre ha sabido conseguir que sus invitados le mostraran las tripas, y las tripas dicen mucho de una persona. Yo prefiero ver al fanático desnudo en su fanatismo y al ingenuo cegado por su ingenuidad; a los que cargan con su verdad o su ira vaciándola allí delante y a los que mienten disimulando mal que mienten. Prefiero verlos, oírlos, y asentir o irritarme, estar de acuerdo o hasta odiarlos, y si luego tiene que venir por detrás un fiscal porque han injuriado o calumniado, que venga. El retrato ya estará hecho, y después seremos más sabios, siempre, seguro.
El ombligo de Petit. El programa ya empieza con el gran ombligo de la luna, que tiene el tamaño del de Joaquín Petit, pero nunca pensé que en sus monólogos de detective un día nos llegaría a decir que 1001 noches iba a estar dedicado al ombligo, a la metáfora del ombligo, a la tontería del ombligo. Así lo hizo. Pero en la RTVA, ombligo de la autonomía, del poder, cordón umbilical del que chupan tantos, ¿no era acaso esa dedicatoria idiota sólo una obviedad?
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