14 de enero de 2013

Hoy viernes: Pactar el pacto (11/01/2013)



Un pacto sirve como hecho, no como invocación. Si no, es poner mayúsculas en cojines. Pacto por Andalucía, por la Autonomía, por la Justicia, por la Transparencia, por la Paz, por la Libertad… Imaginen todos los pactos que uno se puede inventar y echar a andar únicamente con lo que cuesta un rotulador gordo. ¿No sienten el confort, el consuelo y la satisfacción que hay en la sola palabra, en pronunciarla como el nombre de un amante o un refugio, en escribirla como haría un monje chino con un gran misterio o verdad? Una vez que hay cartelón, lo de menos es lo que pueda ser pactado o solucionado. Lo importante es que unos aparecerán como defensores del concepto, de la mayúscula, y los otros que duden, lo nieguen o se muestren escépticos ante el pacto o sus promotores aparecerán como enemigos de ese concepto: ¿Cómo puede usted estar en contra de un Pacto por Andalucía? ¿Es que no le importa su tierra? Y con ese nivelito…

La Junta llama ahora a un pacto o a un pactito por Andalucía, que así pega mejor con el tamaño de su política. No es el primero ni será el último, porque se ve que los pactos van caducando o sucediéndose en una especie de herencia o decanato. Forman como una galería de próceres de las vanas intenciones o de la política de sentarse alrededor de las palabras para verlas crecer en vez de actuar o gobernar. Así, mientras un pacto (social, económico, por la Autonomía, por Andalucía o por lo que sea) releva a otro o a alguna de nuestras modernizaciones, ocurrencias sostenibles o nuevos 28-F, resulta que todo aquí sigue igual. Pactar es importante, y a veces imprescindible. Lo que no tiene sentido es pactar el propio pacto sin que haya más. Pero no nos engañemos. La mayoría de las veces, en la política que nos ha tocado, sólo hay tres razones para la pomposa comedia de estos llamamientos: una, que el hecho de pactar quede entre los tontos como equivalente a solucionar aquello que da nombre al pacto; dos, que una abstracción hermosa y genérica disfrace un mero negocio entre partes; y tres, que otro partido acabe señalado como enemigo o aguafiestas y sea expulsado de la bondad de esa abstracción al no aceptar el pacto. Griñán llama a Zoido y lo que no sé es para cuál de estas tres categorías de zorrería política intenta que le sirva. Yo diría que para una conveniente mezcla de la primera y la tercera.

Pactos hacían los dioses entre ellos o con nosotros aunque terminaran todos en desengaño o esclavitud; pactos tenemos que hacer con el dinero, la moral, la libertad y hasta el amor para vivir civilizadamente. Quizá el mayor de todos los pactos se llama Estado, Ley. Luego, hay otras componendas, arreglos y enjuagues de diverso calado e intención. No me atrevo a pedir a nuestros limitados políticos un gran pacto con concreción, responsabilidad, honestidad y altura de miras. Casi me conformo con que distingan los hechos y los actos de la sillería esculpida por sus culos pensantes.

No hay comentarios: