17 de junio de 2010

Somos Zapping: El tocino público (8/06/2010)

No estoy de acuerdo con Arenas en eso de que aquí no sobran funcionarios. Yo diría que sobran y que faltan, a la vez: sobran burócratas, pegasellos, desayunadores y paseantes de pasillo, y faltan, por ejemplo, profesores y médicos. El funcionario es un tipo español castizo, casi romántico, como el torero, el barbero o el butanero, un tipo que aquí parece que lleva aún el Siglo de Oro encima, y que se diría que cumple más una función literaria que administrativa. El funcionario, ese funcionario icónico, idealizado, es envidiado y a veces odiado porque de alguna manera ha hecho realidad esa fantasía del español de conseguir un trabajo para no tener que trabajar más. O sea, el trabajito fijo, esa especie de matrimonio que, como entre los esposos, apaga la pasión, invita a engordar, acomoda en una apacible rutina, acostumbra al esfuerzo mínimo y es una manera de ir envejeciendo por trienios sin sobresaltos. Es más confortable estar casado que salir a ligar cada día. Nadie pelea y se esfuerza por algo que tiene seguro. Como ven, no describo tanto al funcionario como al español en general. El hecho de que el español quiera ser funcionario, que sea ésa la más común de las aspiraciones profesionales aquí, es lo que nos demuestra que el tópico es realidad: ese tópico es el sueño que mueve a los opositores. Si no, estarían todos intentando hacerse una carrera en la empresa privada.

Puede que resulte una opinión impopular, pero creo sinceramente que el funcionario será siempre la manera menos productiva de ocupar un puesto de trabajo, aunque haya funcionarios que se maten a currar, que los habrá. Por extensión, cuanto mayor sea el tejido público de una sociedad, más improductiva se volverá. Sin embargo, hay sectores que nunca serán completamente privados, como la propia administración, la educación o la sanidad. Es por eso que digo que sobran y faltan funcionarios a la vez: sobran donde sólo sirven para aumentar el propio tamaño de lo público, y faltan donde su trabajo sí proporciona un servicio esencial e insustituible a la sociedad. Sobran, como decía, burócratas que se alimentan de pasarse unos a otros los papeles que se han inventado para justificar su existencia, y faltan esos otros funcionarios de los que depende nuestra salud, nuestra seguridad o el futuro de nuestros jóvenes.

Ahora, cuando se acerca el miércoles de las guillotinas, el debate sobre el estado de la Comunidad en el que Griñán nos presentará su ajuste, copiado seguramente de Zapatero como una costurera de pueblo calca las modas de París, sería un buen momento para plantearse meterle mano por fin a la elefantiasis de la administración pública andaluza. No sólo sobran cargos a dedo, asesores de tipito, enchufados del partido, dietas y cochazos, las innumerables agencias y observatorios y las empresas públicas que multiplican el gasto para que se lleven el dinero del presupuesto los arrimados... Sobran consejerías enteras, las inútiles diputaciones, las redundantes mancomunidades, y aun así a lo que queda le sobra igualmente gigantismo. Y sí, sobran también funcionarios, quizá sólo víctimas de este modelo de poder que necesita un gran tejido conectivo para mantenerse sobre su ejército de favores y agradecidos. Pero el PSOE andaluz no va a suicidarse amablemente destrozando el maderamen que lo sostiene. El ajuste volverá a ser maquillaje. Ya dijo Griñán que no era partidario de “adelgazar lo público”. Yo creo que, o a lo público lo ponemos definitivamente en forma quitando todo ese tocino que estorba, o nos matará a todos por aplastamiento.

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