Griñán es otra cosa, es el superviviente de una casta de poder sacerdotal, de un imperio casi más naviero que político, el de este PSOE andaluz que renquea entre los tópicos y las viejas trincheras porque la realidad y los números demuestran que 30 años de gobierno omnímodo no nos han sacado del subdesarrollo social y económico. Escuché el otro día a un Griñán engolado de épica y complacencia, agarrado al espantajo de la derecha al que necesita como un niño a su osito, porque no tiene más que ofrecer. ¿Pero qué izquierda es la suya que creó una estirpe de dueños, de nuevos señoritos mamando del presupuesto, y a la vez nos hacía campeones del paro y la incultura, arrasaba la educación pública, despilfarraba en propaganda, favores, enchufados y tapabocas, y además demostraba una y otra vez con sus modos que desconoce lo que es la democracia? Pues una izquierda fracasada y falsa que ya sólo puede ofrecerle al andaluz algún caramelito ideológico para que le siga votando por inercia, sentimentalidad, tradición o asco a otra cosa. Es una izquierda de nombre, con palacios y negocios y vividores; una izquierda que quiere tanto al pobre que nos mantiene pobres, que quiere tanto al andaluz “sencillo” que lo mantiene ignorante. Es como si siguieran vendiendo su virgo después de haberse emputecido tanto tiempo. Y ahí están, esperando que les voten porque sí, con este Griñán y sus ninis entre lo cuartelero, lo legendario, lo mohíno y lo chulesco.
Zapatero y Griñán, bailando el otro día su Waka Waka, eran dos fracasos con coro de tambores, a la orilla de un río de suicidas que pasaba por sus ojos como una navaja. La diferencia es que a Zapatero su fracaso se lo llevará por delante y aquí, en Andalucía, al PSOE el fracaso le funciona. Siempre le ha funcionado. Es su esperanza. Ese Waka Waka era su danza macabra, o quizá, de nuevo, sólo la nuestra.
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