
Niño gladiador. Es otro de esos héroes de la raza de los que hablábamos, pero con sólo 14 años según he leído. No es un niño de Juan y Medio o de Mi primer olé, aprendiendo del Mani o de Manuel Orta la manera de estar orgulloso de su horterez. No cuenta chistes forzados ni se limita a fandanguear entre las babas de los mayores. Va mucho más allá porque este chiquillo ya roza la tragedia, ha aprendido a ponerle muecas a la muerte y con ellas levanta a la gente de sus asientos, quizá porque es como si vieran a un Niño Jesús queriendo ser crucificado pronto. Sí, porque el chaval torea, ya mata novillos a estocadas. Se llama José Antonio Lavado y lo vimos en una retransmisión de Canal Sur mientras Enrique Romero alababa su arrojo y su corta edad de una manera gloriosa y obscena, como si se felicitara de encontrar a un niño gladiador. Estuvo a punto de llevarse un par de revolcones, que sólo enardecieron más al público. Pues sí, hay gente que asiste a espectáculos en los que se juega la vida un niño de 14 años. No sé qué dice la ley, pero a mí esto me parece tremendo. Él va para figura, dicen. Y nosotros, de cabeza a la barbarie. Orgullosa barbarie, por supuesto, como es costumbre aquí.
Servicio. Le pegaba mucho al programa sacarnos a una chacha andaluza, aunque, claro, una chacha sublimada en la ternura, la abnegación y la alegría, el ser chacha como un gozoso sacerdocio. En 75 minutos sabemos que son capaces de convertir las miserias de las crisis en una oportunidad para los buenos corazones o la penosa emigración de andaluces a la vendimia francesa en una risueña excursión campestre con tortilla y vino. Por eso no me extrañó que nos trajeran la idílica historia de una mujer de nada menos que 77 años que, encorvada, frágil y consumida, todavía anda barriendo, comprando, planchando, cocinando y sirviendo a una estirpe de varias generaciones de pijos que, eso sí, la quieren mucho. 77 años y 65 trabajando para la familia, desde los 12. La mujer apenas puede cargar ya con el carro de la compra, pero ahí sigue, entregada, leal, digna, contenta, renunciando a su jubilación, a su vida entera. Qué pena, qué abuso, qué estampa casi esclavista. Pero qué haríamos sin el servicio, vino a decir luego Carmen Martínez Bordiú, oficio o monacato al que dedicó elogios delante de otras amigas pijas. ¿Quién iba a cuidar si no a sus dos perros, Moc y Com? Sí, ya sé, es encantador cuando esta gente menciona a sus perros a la vez que al servicio, aunque diga los nombres y cuente la historia de los chuchos pero no de los criados. Menos mal que está la sumisa y agradecida casta de las chachas andaluzas, fieles hasta la humillación y hasta la muerte si hace falta. Cenicientas tonadilleras, niños toreritos y chachas de señoronas, vaya artículo el de hoy. Para estar orgullosos de dónde ha llegado Andalucía.
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