6 de enero de 2011

Los días persiguiéndose: Reyes Magos (4/01/2011)

Ya no amanece junto a mi cama una bicicleta roja, grande y brillante como una cosechadora, ni me mira un rifle de John Wayne sobre la silla, ni me espera en el salón un microscopio que será un hospital para moscas. Aquello no era mágico por quienes lo traían, Reyes Magos o padres, sino por cómo aparecían sin sentirlos, en una mañana que ponía ella sola cosas en la ventana. Ni siquiera recuerdo cuándo me di cuenta de que los regalos eran de mis padres, de que los Reyes Magos sólo eran gente del ayuntamiento conchabada con los barrenderos. Pero sí recuerdo la diferencia entre el regalo aparecido y el que luego ya vino de otra manera, como la compra del día, y eso era lo que distinguía a la magia de la cesta del pan. Supongo que esa diferencia tenía que ver con el dinero, con la conciencia de su existencia y su dureza, que quizá es lo que nos saca de esa primera niñez, y no tanto descubrir que Melchor es un ferretero del pueblo.

La niñez en la política, igualmente, quizá es pensar que las cosas aparecen sin más y que no cuestan. Y no sólo me refiero a dinero, sino a esfuerzo, tenacidad, inteligencia o paciencia. Y tampoco me refiero sólo a los gobernantes, ni sólo al pueblo, sino a ambos. El ciudadano se acostumbra a pedir y a esperar dormido, y los políticos a prometer, a conceder de palabra o a amañar envoltorios virtuales, o sea propaganda. Por eso nuestros gobernantes se dirigen a nosotros como a niños. Es a ese lenguaje al que respondemos todavía: a la fantasía, a la emotividad, a la inmediatez y al capricho. Sólo queremos ver que la ventana se llena un día de regalos o de sus promesas, sin preocuparnos de dónde vienen ni qué ocurrirá después. Las manos de los niños ignoran la historia y el futuro de lo que tocan, son puro presente. Zapatero no hubiera sido posible sin esta niñez política. Olvidó el dinero, la responsabilidad, la historia y el futuro de las cosas, y se vistió de chocolate como Baltasar, hasta derretirse. Y qué decir de Andalucía, eterna cabalgata de Reyes, larga vigilia antes de la abundancia que nunca llega, amanecer siempre pospuesto que rapta cada día al poni que nos iba a despertar.

Yo ya no quiero regalos que salen de los zapatos, yo ya no quiero ignorar de dónde vienen los caramelos ni los monstruos. Yo quiero saber y no ser engañado y asumir mi responsabilidad y mi fuerza y mis límites, y esperar no la alegría del milagro, sino esa otra de lo ganado, lo merecido, lo peleado. Pero despertar a los chiquillos por la oreja y acuciarlos hacia la madurez, ¿cómo se hace? Sí, todo este mundo de chiquillos, la ciudadanía mocosa y los políticos de pantaloncito corto que nos gobiernan, esta Andalucía de toboganes y estas confortables legañas de domingo... Ya no hay cartas que escribir a los Reyes Magos. Ya no hay que pedir, sino que hacer. Hay que bajar a los políticos de las carrozas, hay que subir a los ciudadanos a los podios, hay que hacer triunfar a la honradez y a la inteligencia, hay que expulsar y avergonzar a los canallas y a los mentirosos y a los necios y a los ladrones, hay que contar el dinero en su justo peso, hay que saber medir y guardar y repartir. Y hay que derrocar en política a los Reyes Magos, con sus falsos rizos y camellos y su Visa sin límite. Prefiero personas sin magia, que sí tengan que cuidar las monedas y el tiempo, con ojos para ver el mundo como es, voluntad para cambiarlo y sabiduría y justicia para llevarlo a cabo. No se trata de buscar a esas personas, sino de empezar nosotros a ser esas personas. Quizá entonces tendremos políticos de la misma altura. Mientras, tengan Reyes Magos los niños.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No tengo más remedio que darte la razón, y unirme a la pregunta que lanzas de ¿cómo se logra ser político de pantalón largo o persona?.
Porque qué verdad es la gran miseria moral o las pocas luces que tiene el pueblo, pero sobre todo el gran apagón del que gozan nuestros políticos. Parece todo ello, como decimos los de a pie, un pez que se muerde la cola.
Sí, ya lo decían los intelectuales regeneracionistas del noventayocho, que para cambiar a España, sus males y dolencias, había que empezar cambiando al español, y cuando se dice cambiando se está diciendo educando.
“Esta Andalucía de toboganes” que tú dices y de “políticos de pantaloncito corto” está fundamentada en una educación que en otras regiones o países está ya obsoleta. Comparto la idea de que “no se trata de buscar a esas personas, sino de empezar nosotros a ser personas” Pero me pregunto ¿y cómo se llega a ser persona sin magia?. Soy andaluz, pero he viajado y he vivido en otras comunidades españolas y europeas, y la diferencia entre nosotros y el resto de esos países civilizados está -repito- en esa educación caduca de charanga y pandereta, de cerrado y sacristía -como dijo Machado- y de la que se sigue nutriendo a los biberones de los niños. Cierto es que hay que ver el mundo tal como es, pero no sólo el mundo andaluz. Hay que salir al mundo y ver. Salir de la caverna con el camello y mirar otras gentes, otras costumbres, otras maneras de hacer el pan, el vino, el trabajo, el amor, la amistad, en fin, mirar otras maneras de ser en el mundo. Hay que dejar atrás a esas mamás gallinas rodeadas de sus polluelos, al gallo que sólo las preña y cuenta el número de polluelos que alimentar. Hay que dejar atrás a los maridos y esposas que han salido de esos huevos clones. Hay que recordar que hace tiempo que entramos en la comunidad europea y poner fecha de caducidad al lastre de la educación andaluza de una España vieja. Por eso para que triunfe la honradez y la inteligencia hay que nacer de nuevo, y así no será necesario expulsar a los canallas, mentirosos y sus etcéteras.
Salgamos de esa España “aparente”, de vecinas de patio y de hombres ebrios de cainísmo. Porque no, no basta con llevar a los niños al colegio o a las universidades a empaparse de medicina, de matemáticas, de física, de filosofía, de economía. No. Hay que educarlos para que salgan de los pechos de la barbarie. Hay que empaparlos de la mano de la ciencia (del latín ‘scientia’, conocimiento) para derretir la tenue luz de una magia basada en la fe, en los deseos y emociones, en las tradiciones que generan opiniones carentes de fundamento lógico y reflexivo.
Mostrémosles la caverna de Platón para que ese apagón que sufren los políticos no sea el apagón de los niños-adultos.
Qué pena que el regalo de la educación pase de largo ese día en el séquito de los Reyes Magos. No seamos lo que somos. Tengamos razón en uso como mejor regalo. Dejemos al cainísmo y a sus análogos parientes en la cuneta del planeta y la estrella de la ciencia brillará a nuestro alrededor para velar por nosotros. Ya somos personas. Personas maleducadas.

Un saludo, Majestad

el paje Manuel

Anónimo dijo...

Excepcional artículo. Saludos.