2 de abril de 2007

Somos Zapping 01/04/2007

Semana Santa. Ya llevan los cursis un tiempo con lo del olor a azahar, que quizá es más el olor de sus colonias que la metáfora que llena de algodones esta semana que empieza. Es una semana en la que Andalucía saca sus herrajes paganos, cristianos, fareros y cementeriales para deslumbrarnos con la caballería de la muerte y los encajes de la sangre. Es la “pulsión de muerte” del cristianismo, que decía Michel Onfray, con la que esta tierra hace sinfonías para la calle y peinados para las mujeres. Andalucía desnudará a Mitra y a Osiris, y hasta a Baco, en unas efigies gitanas con el frío de sus costillas por fuera, y todo será tan cristiano como poco cristiano, tan sagrado como profano y tan oscuro como luminoso. Andalucía en Semana Santa será en las televisiones, incluida la “laica” Canal Sur, una especie de capucha del medievo, una rara belleza de horcas que caminan y unas manos de paja y oro sosteniendo las coronas del cielo, y todo esto servirá para rematar los informativos con un punto de amargor, anacronía y tribalismo. Pero este año, singularmente, nos han sorprendido noticias cofrades que han llegado a la nación y a las cejas peinadas de Pedro Piqueras, adelantándose a la explosión de estos días. El caso de las costaleras de Córdoba, con el pecado de su postura que no es pecado de ellas sino de los otros, nos ha vuelto a dejar en un corral de machos. Ya ven, recaer en eso de la hembra tentadora, manzana primigenia siempre para varones castos o no. O eso de toda la Semana Santa de Granada pendiente de una disidencia, cisma cateto como el de una junta de vecinos. Yo hace tiempo que renuncié a entender todo eso y el espectáculo de la Semana Santa lo miro como un vudú caribeño. Para que la inteligencia y el humor me distraigan del tipito rancio, de los dioses llagados y de la masa borracha de luto, dejaré la televisión y volveré a ver La vida de Brian, esa catedral que hicieron los Monty Python. Nada mejor pare reírse de las disidencias y los sectarismos. Nada mejor para entender el espíritu de jaleo y esparto de lo cristiano.

Hombre anuncio. El anuncio con andaluz ya es una categoría como el chiste con pichas. Pero lo curioso es el anuncio con andaluz que no pretende vendernos nada andaluz, con lo que uno adivina una singularidad que tiene la condición de andaluz para la mente de los publicistas, unos poderes que se nos manifiestan gloriosamente en ese menester y que no tienen vascos o catalanes o manchegos, que nos venden sus hachas, sus embutidos o sus molinos pero no se universalizan en la tarea de llamar la atención. Ahí está: llamamos la atención. Somos chocantes, exóticos, como es exótica una japonesa sin salir de su casa o una tribu que se forra los testículos con cocos. Veo andaluces anunciando desengrasantes de cocina, yogures con magia dentro, y hasta uno, con cañero y todo, medio ahogándose en el mar para demostrarnos las bondades de ciertas fabes con almejas. Seguramente recuerdan también aquel niño del maíz Bonduelle: “Papá, que ehtoy zuándo como un poyo con ezoh focoh”. Para un coche sacan piernas de mujer o un tipo bien afeitado por el triunfo; para las compresas, adolescentes floricultoras o acuarelistas de sus braguitas... Para todo lo demás, puede servir un andaluz. Chocantes, exóticos y un tanto antiguos; ingenuos, atrasados y aun así sonrientes. Colgados en el perchero de ser andaluz, denotamos sinceridad y alegría en la nada de una lata o de una bayeta. Somos la falsa felicidad de lo pequeño, y eso vende. Somos esa pena que da siempre un hombre anuncio.

Sentarse. En las noticias de Canal Sur, querían decirnos que habían ido ya a cobrar la lotería en el propio palacio donde vive el dinero. La Comisión Mixta Paritaria, nombre idiota que no se puede pronunciar sin pudor, abría sus ordenadores como en una escena de Arrayán entre tapices, y Zarrías y Jordi Sevilla se disponían a jugar al larguísimo tenis de los políticos. Sí, lo pintaban como si hubieran ido ya con con las mulillas de cargar oro, pero las comisiones primero tienen que poner sus relojes en hora, y luego acordar plazos para acordar el sistema métrico con el que se acordará un número que llevará a otro plazo para acordar posibles fechas y así hasta que nos aburran. Esperen sentados a cobrar la deuda histórica. Sentarse, para ellos, fue toda la ceremonia del día.

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