
Hombre anuncio. El anuncio con andaluz ya es una categoría como el chiste con pichas. Pero lo curioso es el anuncio con andaluz que no pretende vendernos nada andaluz, con lo que uno adivina una singularidad que tiene la condición de andaluz para la mente de los publicistas, unos poderes que se nos manifiestan gloriosamente en ese menester y que no tienen vascos o catalanes o manchegos, que nos venden sus hachas, sus embutidos o sus molinos pero no se universalizan en la tarea de llamar la atención. Ahí está: llamamos la atención. Somos chocantes, exóticos, como es exótica una japonesa sin salir de su casa o una tribu que se forra los testículos con cocos. Veo andaluces anunciando desengrasantes de cocina, yogures con magia dentro, y hasta uno, con cañero y todo, medio ahogándose en el mar para demostrarnos las bondades de ciertas fabes con almejas. Seguramente recuerdan también aquel niño del maíz Bonduelle: “Papá, que ehtoy zuándo como un poyo con ezoh focoh”. Para un coche sacan piernas de mujer o un tipo bien afeitado por el triunfo; para las compresas, adolescentes floricultoras o acuarelistas de sus braguitas... Para todo lo demás, puede servir un andaluz. Chocantes, exóticos y un tanto antiguos; ingenuos, atrasados y aun así sonrientes. Colgados en el perchero de ser andaluz, denotamos sinceridad y alegría en la nada de una lata o de una bayeta. Somos la falsa felicidad de lo pequeño, y eso vende. Somos esa pena que da siempre un hombre anuncio.
Sentarse. En las noticias de Canal Sur, querían decirnos que habían ido ya a cobrar la lotería en el propio palacio donde vive el dinero. La Comisión Mixta Paritaria, nombre idiota que no se puede pronunciar sin pudor, abría sus ordenadores como en una escena de Arrayán entre tapices, y Zarrías y Jordi Sevilla se disponían a jugar al larguísimo tenis de los políticos. Sí, lo pintaban como si hubieran ido ya con con las mulillas de cargar oro, pero las comisiones primero tienen que poner sus relojes en hora, y luego acordar plazos para acordar el sistema métrico con el que se acordará un número que llevará a otro plazo para acordar posibles fechas y así hasta que nos aburran. Esperen sentados a cobrar la deuda histórica. Sentarse, para ellos, fue toda la ceremonia del día.
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