Antes de escribir aquí, yo compraba EL MUNDO para leer a los grandes, a Umbral, a Raúl del Pozo, los que llenaban sus columnas de hojas de acanto, que era con lo que yo soñaba. Ya me lo había recomendado un amigo más bien anarquistón, fíjense: “Es un periódico moderno, muy a la americana”, me decía. Por entonces, EL MUNDO ya formaba parte de la historia de España. Aquel día de hace casi ocho años, cuando Paco Rosell me llamó para decirme que quería contar conmigo, fue uno de los más felices de mi vida, eso no puedo negarlo. Pero no es agradecimiento ni lealtad babosa lo que me une a este periódico, sino más bien confianza y respeto. Se lo han ganado sus profesionales, que me demostraron su independencia, su pasión, su espíritu crítico, que me enseñaron tanto, que perdonaron mi bisoñez y mi impetuosidad. Como en todo trabajo, ha habido broncas y desavenencias, pero me publicaron salvajadas, respetaron mis opiniones, mis obsesiones, mis columnas a menudo totalmente contrarias a la línea editorial. Un periódico que me hizo sentir libre, a pesar de no estar de acuerdo (esta pasada legislatura del odio, sobre todo) con mucho de lo que en él aparecía. Cuando salí del armario declarándome aquí mismo masón, algunos colegas de logia pensaron que EL MUNDO me iba a dar la patada. “Tirando a rojete y encima masón, no pegas nada allí”, me decían. Pero yo sabía que eso no ocurriría.
Este periódico, que aún me hace fruncir el ceño con ciertos titulares, me enseñó lo que era la prensa verdaderamente libre. Ahora, cuando lo acosan desde el poder, cuando sientan en el banquillo a sus periodistas por hacer su trabajo y lo intentan asfixiar negándole publicidad institucional, me doy cuenta de la importancia de lo que hacen y de la valentía de todos los que lo hacen. Sí, los periódicos se equivocan, se alinean con los partidos, son parciales o exagerados o hasta sectarios. Que así sea mientras se mantengan libres, mientras le arañen la conciencia al poder y a la sociedad, mientras a los políticos, a los burócratas, a los falsos dueños de todo les dé sarpullido leerlos. Que sean rebeldes, incómodos, puñeteros. Como lo ha sido siempre este periódico. Que arda cada día el kiosco o estaremos comprados, esclavizados, muertos. Aún estoy orgulloso de que EL MUNDO me pinche por la mañana en las manos. Y de que la casta del poder en Andalucía lo tenga por enemigo.
2 comentarios:
Estoy de acuerdo contigo, Luis, en que el grado de calidad de una democracia se puede medir perfectamente por el grado de libertad de prensa. Y precisamente por eso no hay democracia en España. No sólo porque intenten ahogar a tu periódico, sino porque en su momento cerraron dos y porque, muy especialmente en Andalucía, la radio y la tele pública son un verdadero 'no-do'. He dicho.
Estoy de acuerdo contigo, Luis, en que el grado de calidad de una democracia se puede medir perfectamente por el grado de libertad de prensa. Y precisamente por eso no hay democracia en España. No sólo porque intenten ahogar a tu periódico, sino porque en su momento cerraron dos y porque, muy especialmente en Andalucía, la radio y la tele pública son un verdadero 'no-do'. He dicho.
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