Corrupción gazpachera. Qué sería de la corrupción sin su periódico toque de gazpacheo andaluz... De lo de Marbella apenas quedaba ya el recuerdo de la casa de Roca, mezcla de la de un taxidermista loco (Norman Bates disecaba bichos) y la de un Torrente que hubiera ganado la primitiva; quedaban unas lágrimas de folclórica entre manojos de pelo de sus moños y quedaban bolsas de basura con los millones oliendo a escarola. La operación Malaya ya ha pasado de moda, suena a telenovela de otra época o a cantante de la OTI, como los que se acuerdan de
Rubí o de El Puma cantando
Pavo real. Pero he aquí que el choriceo televisivo se nos vuelve a refrescar con Estepona. Parece que esto de la lucha contra la corrupción se va ir limitando a abrir algún cofrecito por la costa andaluza cada dos o tres años, así que todavía nos quedan muchos alcaldes esposados abriendo los informativos y muchas veces que nuestros gobernantes autonómicos salgan con el bigote erizado del susto y la palangana de Pilatos. Ahora, Estepona. El día en que la policía entraba en el ayuntamiento de Estepona como a una redada de puticlub, la televisión burbujeaba de morbo y nos dejaba perlas como anillazos de concejal de urbanismo. En
Las mañanas de Cuatro, alternaban una y otra vez imágenes de Antonio Barrientos con otras que ellos creían que correspondían a Jesús Gil Marín. Pero no, no era Jesús Gil Marín el que sacaban, sino Antonio Sanz, al que alguien había confundido con el hijo del Ostentóreo. Pobre Antonio Sanz. Vale que no sepa elegir sus chaquetas, pero de ahí a igualarlo con el heredero de Gil... No vi una rectificación, no sé si es que no llegó o me la perdí zapeando (Estepona triunfaba en cada canal como no lo haría ni una boda de la familia Ordóñez). Todas las cadenas se deleitaban en la maldad de los malísimos, pero también dejaban su sesgo. Iñaki Gabilondo, que no me gusta porque le da a los informativos el tono que tengan su humor y sus tripas ese día, recalcaba que en Estepona “todos los partidos estaban manchados”. ¿Todos? ¿Y por igual? ¿Pero no está en la cárcel un alcalde del PSOE al que Chaves le había permitido pactar con ex gilistas? La Sexta llamaba a Barrientos “un garbanzo negro”. Canal Sur se apresuraba a sacar a Zarrías recalcando que los implicados habían sido expulsados del partido. Ridículo (ese Barrientos buscando novia en un programa como de época
Un, dos, tres...), morbo televisivo, vergüenza de nuevo para Andalucía y ese asco de ver cómo las ratas huyen del barco. Esto nos ocupará unos meses. Pero ya vendrá el próximo escándalo. Qué sería de la corrupción sin su periódico toque de gazpacheo andaluz...
Armas de mujer. Lo que son las casualidades, sobre todo en Canal Sur. La ministra Bibiana Aído acababa de pasar una semana entera ganando su propio campeonato de tonterías y poco después ya la vemos con Jesús Quintero, ese hombre que redime y acuna, purificándose a base de primeros planos y caídas de ojos. No le parece a uno bien que una ministra de Igualdad utilice armas de mujer. Sí, porque la ministra había cambiado su peinado (un ondulado hechizante), hablaba en susurros y se emulsionaba en sonrisas. Vamos, que estaba de un sexy que mareaba, perdonen la sinceridad. Hubiera enamorado hasta a Jiménez Losantos. El fallo que tuvo es que siguió confundiendo las buenas intenciones con la competencia política. Nadie puede pensar que no sean loables y necesarios el empeño y los objetivos de su ministerio. Lo que ocurre es que la bobería afea mucho a un político, casi tanto como lo artificioso, lo vacuo y lo postizo. Contó que de pequeña tenía un muñeco que cantaba La Internacional y llegó a invocar el lema de los hippies: “Haz el amor y no la guerra”. Esas palabras casi hacen que me caiga del sofá. Comprendo que cautivara a Zapatero. Pero para llevar un ministerio, apreciaríamos más otras cualidades que ese pelo trigueño ondulado que estuvo persiguiéndome toda la noche.
Inherente. Ya sabemos para qué sirve ese Consejo Audiovisual de Andalucía: sirve para que ellos se pongan púos en restaurantes de postín a costa del contribuyente. ¿Cómo criticar al poder que te lleva a hincharte de ostras de gañote? Y dicen que es algo “inherente” al cargo... Lo inherente al cargo me parece que es la poca vergüenza.
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