
Pero dejemos la guasa. Llevar el sexo a los camiones o a ciertos neologismos malparidos es el mismo absurdo. Uno piensa que la verdadera igualdad no puede venir de extender a todo la división de los sexos, que es como llenarnos de biombos, sino precisamente de lo contrario, terminar con esas divisiones que parece que le ponen a cada lugar de la vida o del idioma ropa interior diferente. O sea, que el sexo sólo contara para el sexo, para la biología y el amor, y que en lo demás no hiciera falta siquiera hacer referencia a él. Recalcar continuamente la existencia de dos sexos, multiplicar por dos cada palabra y cada colectivo, no deja de ser otra manera de seguir colocándonos en barracones separados, como si volvieran aquellos colegios de señoritas y cadetes. Todo lo opuesto, piensa uno, a lo que debería ser la igualdad: la consideración de cada persona por sí misma, como ser humano libre y único con sus derechos y dignidad, sin tener que distinguirse con tocado o con sombrero en cada frase o en cada auditorio. La ministra Bibiana Aído ya es una reverenda madre de sus tonterías pero lo más grave es que no sirve a la causa de la igualdad, sino que la ridiculiza. Eso de miembros y miembras es una estupidez lingüística pero sobre todo creo que continúa siendo un camino equivocado para que dejemos de vernos como hombres y mujeres y nos tengamos al fin sólo por seres humanos. Las cuotas y las paridades, las palabras con colita o sin ella, la sexualización obsesiva de todo, no hacen más que poner otros azules y rosas sobre los antiguos que ya había. Ya tenemos suficientes divisiones en patrias, sangres, lenguas, credos, ideologías. Me cansa tanta categorización banal de lo que somos. Hay una huelga de hombres, transportistas o transportistos, pero lo importante es que hay una huelga. Y hay sexos, pero lo importante es que hay personas, ciudadanos. A ver para qué serviría en este conflicto arriero ponerles sexo a los camiones...
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