La lengua es otro ejército. Vence con los imperios, muere con las tribus aplastadas, acuna la soberbia y la venganza. El lenguaje no sirve para “decir” tanto como para “ser”, o en esto lo hemos acabado convirtiendo (ahí tenemos el ingenuo intento del esperanto). La fonética andaluza no es mejor ni peor que cualquier otra. El que ciertos fonemas sibilantes hayan seguido aquí una evolución diferente no impide la correcta comunicación de ideas. Pero no son las lenguas, los dialectos o los acentos por sí mismos, como no es en sí el color de la piel, sino el lugar en que la historia los ha ido colocando, lo que sigue justificando escalafones lo mismo para el simple pueblerino que para el racista. A Nebrera no es que le desagrade nuestra fonética o le resultemos difíciles de entender, sino que está afirmando, quizá no del todo conscientemente, su “ser”, su “pertenecer” a una comunidad lingüística que considera “superior”, no por su pronunciación, sino por su historia. Pero ojo, también los andaluces nos hemos encasillado a veces. En los personajes de los hermanos Álvarez Quintero, por ejemplo, los más “educados” distinguían 's' y 'z', la clase media o la gente de ciudad seseaba y por último, los de campo o más bajo nivel social, ceceaban. Nebrera, pues, ha dejado manifiestos, en la estupidez e injusticia de sus declaraciones, su altivo pecado de “superioridad”, el error tan basto de la generalización y su atavismo topiquista, simplificador y falso. Sin embargo, admitiendo esto, creo que con una severidad igual o incluso más dura deberíamos juzgar a los que en Andalucía, desde el poder político, siguen alimentando cada día, sin ir más lejos en nuestra televisión pública, esos tópicos de incultos, bailones y chistosos, elevándolos a pureza y a autenticidad orgullosa del pueblo. A algunos de los que he visto tan indignados por las palabras de Nebrera (Zarrías parecía encendido de bigote), les preguntaría yo cómo soportan su propia hipocresía.
19 de enero de 2009
Los días persiguiéndose: Tópico e hipocresía (15/01/2009)
Nada hay inocente ya, ni las palabras, en este panorama en el que autonomías, regiones, nacionalidades históricas o fueros de druidas, todos los picos de la España pespunteada, se arrojan a la cara monedas y cuchillos, odres con ríos y valles, fauna autóctona o molinos y quesos de cada uno. Ahora que la “identidad” es otro saquito para cobrar, la lengua un arma política y los casticismos los trajes domingueros de los partidos, hay que tener cuidado al hablar del pueblo del otro (incluso del propio) porque enseguida te dirán que eres anti o pro algo y te sacarán de lanza una bandera. Hay patrias mentadas como madres, hay partidos confundidos con una raza y hay una susceptibilidad ante la agresión a ciertas “esencias” aumentada por el interés político, que sabe convertirlas en votos. Ya sabemos cuán fácilmente usa aquí el poder eso del “insulto a los andaluces” para eludir críticas. Yo, que no entiendo las patrias ni sus esencias, que no creo en el “espíritu del pueblo” santificado, y que además siempre he pensado que eso de sentirse ofendido es horriblemente inelegante, no voy a traer aquí a Montserrat Nebrera porque me arremangue de dignidad andaluza, sino simplemente porque aborrezco el tópico y la injusticia, tanto como la hipocresía.
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