
La lengua es otro ejército. Vence con los imperios, muere con las tribus aplastadas, acuna la soberbia y la venganza. El lenguaje no sirve para “decir” tanto como para “ser”, o en esto lo hemos acabado convirtiendo (ahí tenemos el ingenuo intento del esperanto). La fonética andaluza no es mejor ni peor que cualquier otra. El que ciertos fonemas sibilantes hayan seguido aquí una evolución diferente no impide la correcta comunicación de ideas. Pero no son las lenguas, los dialectos o los acentos por sí mismos, como no es en sí el color de la piel, sino el lugar en que la historia los ha ido colocando, lo que sigue justificando escalafones lo mismo para el simple pueblerino que para el racista. A Nebrera no es que le desagrade nuestra fonética o le resultemos difíciles de entender, sino que está afirmando, quizá no del todo conscientemente, su “ser”, su “pertenecer” a una comunidad lingüística que considera “superior”, no por su pronunciación, sino por su historia. Pero ojo, también los andaluces nos hemos encasillado a veces. En los personajes de los hermanos Álvarez Quintero, por ejemplo, los más “educados” distinguían 's' y 'z', la clase media o la gente de ciudad seseaba y por último, los de campo o más bajo nivel social, ceceaban. Nebrera, pues, ha dejado manifiestos, en la estupidez e injusticia de sus declaraciones, su altivo pecado de “superioridad”, el error tan basto de la generalización y su atavismo topiquista, simplificador y falso. Sin embargo, admitiendo esto, creo que con una severidad igual o incluso más dura deberíamos juzgar a los que en Andalucía, desde el poder político, siguen alimentando cada día, sin ir más lejos en nuestra televisión pública, esos tópicos de incultos, bailones y chistosos, elevándolos a pureza y a autenticidad orgullosa del pueblo. A algunos de los que he visto tan indignados por las palabras de Nebrera (Zarrías parecía encendido de bigote), les preguntaría yo cómo soportan su propia hipocresía.
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