Ahora que los hijos de aquellos esclavos nacidos entre cañas y de aquella turba de la Isla de Ellis han llegado a sentarse en la falda de Washington y de Lincoln, esperamos del Imperio la gran política, no el orden del día de Las Siete Hermanas; la antorcha de la Democracia, no la doctrina Monroe ni la política exterior de Franklin D. Roosevelt. Lo espera el mundo entero, no sé sin con demasiada algarabía o ingenuidad. Esa hora de “levantarse y sacudirnos el polvo”, a la que se refirió Obama, deseamos que signifique la resurrección de Norteamérica tras la segregación, la caza de brujas, la política de guerra fría, las dictaduras que ellos impusieron, Guantánamo e Irak. Esa orgullosa apelación a sus principios fundacionales, que han sido tantas veces sólo teatro para escolares con sombrerito alto; ese frontispicio suyo de una Democracia de hombres “iguales y libres”, necesitamos que sirva de guía en estos tiempos de odio, guerra y frío. Había el martes en Washington cúpulas como campanas, temblor de pájaros en los ojos del pueblo, esperanza falsa o no, pero esperanza; y era hermoso por ser tan diferente a lo que escuchamos aquí, era hermoso porque necesitaríamos que fuera cierto. Esfuerzo, voluntad, trabajo, honradez, responsabilidad, conciliación... Acostumbrados a la política mezquina, mediocre, interesada, propagandista, dormilona, de garrote y cuchara, que tenemos aquí, sobre todo en esta Andalucía desgarrada, el discurso de Obama era música de otro mundo. No, no es como Zapatero entre los velos de su sonrisa, buenismo de aguamiel y laissez faire, sino el ceño fruncido de la voluntad y la determinación. Sí, son el Imperio, y puede que por primera vez esa palabra no les insulte. Son el Imperio porque el otro día nos dijeron que su patria es el Derecho y la Libertad, y eso no puede quedarse sólo en su casa. El martes tuvo el color cielo de la Historia. Ojalá las grandes palabras no vuelvan a tendernos trampas, ojalá no se conviertan tantas mayúsculas en horcas, ni este Imperio en otra ruina.
22 de enero de 2009
Los días persiguiéndose: El Imperio (22/01/2009)
Con las palomas vestidas de marines, con las estatuas como foques, el Capitolio espejaba el mundo. El Imperio se gobierna desde un país de majorettes y biblias como cajas de música, pero que a la vez es un país fundado en monumentos de palabras, no como nosotros, siervos aún de la tierra o de la sangre mitificadas. Europa no es más que la disgregación de Roma en reinos familiares, dinastías bárbaras que ahora se llaman estados. De hecho, en el fondo seguimos queriendo volver a ser Roma, desde Carlomagno a la Unión Europea. Y sin embargo, nos equivocamos. Aún reclamamos la fuerza a partir de nuestras pequeñas naciones, vanidades identitarias y califatos de la raza. Por el contrario, Estados Unidos es la patria de sus principios, de su Constitución, de su Derecho. Escuchando a Obama, que parecía un águila con libro, mientras unía en su discurso los colores, las procedencias y las religiones de los americanos o de todo el planeta bajo el mismo cielo de mármol, me di cuenta. Roma, que terminó abrigando a tantas tierras, razas y dioses diferentes, también fue un día eso mismo y solamente eso: una Ley, un Derecho. No, Europa no es Roma. Son los Estados Unidos los que la heredaron, no nosotros. Habrá que llamarles en realidad Imperio, y no como insulto.
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