La juventud siempre será corte de manga, pedrada a los cristales y cuerpo de su saliva. Están creciendo en su abundancia, en la arrogancia de su eternidad, y tienen cierto deber de ser salvajes. Pero sin educación, referencias, objetivos, valores, sucumbirán a ese natural salvajismo. Eso es lo que hemos conseguido. Ésta es la generación de la aciaga Logse, de la escuela demolida, de la abolición de cualquier autoridad o esfuerzo o excelencia, del mundo gratis, de la televisión basura, de la carne barata, de la cultura como algo enemigo y elitista, del igualitarismo estupidizante, del pavor a las reglas, de la confusión de lo vulgar con lo “democrático”. Toda una tropa nefasta de políticos, pedagogos, publicistas y mercaderes (públicos y privados) lo han ido haciendo posible, con la ayuda de padres que ya empiezan a ser de esta misma tanda de hijos perdidos de la democracia. No se trata de discutir si hay que preparar mazmorras u horcas para los niños de 13 años, sino de asumir el fracaso de todo un sistema de educación y de valores, y emprender con valentía un cambio sin el cual nuestro futuro estará condenado a la barbarie. Pero los políticos están más contentos con la masa ciega, inculta, acrítica y llevadera; ésa que ahora se forma en las escuelas sin saber y en las calles sin horas, en el botellón y el politono, en la televisión de chistes, tonadilleras, polvazos y pichichis; fruto inevitable de esta sociedad enferma de irresponsabilidad, banalidad y pasotismo que patrocinan sus dueños.
Veo a esta juventud, velocidad en sus ojos, sexo en sus camisetas. En sus plazas amontonan el caramelo de sus cuerpos junto a perros muertos o rosas recién violadas. Hacen ruido de campanillas con el pelo, las hebillas, los vasos y las manos. No parecen sucesores ni asesinos de nadie, más bien sólo palomas suicidas, bebiendo de sus precipicios. Algo les pasaba mientras el mundo adulto atendía a los bancos y a los planetas. Son los hijos de lo que hemos hecho, enseñándonos procazmente la lengua y el culo.
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